Los pensamientos de un papá cuando su hija entró en un
convento Pasionista
Si las hijas de otros hombres manifestaran
interés por entrar en un convento de clausura, yo no lo habría puesto en duda
en absoluto. Habría sido respetuoso con su elección y me habría alegrado
sinceramente por ellas. Sin duda habría pensado cosas como: “¡Una vocación tan
noble y hermosa!”, o “¡Una vida plena con un propósito divino!”.
Pero cuando supe del interés de mi propia
hija por la clausura, mi pensamiento inmediato fue, “Cielos, espero que tenga
vacaciones… ¿con cuánta frecuencia podrá venir a casa a vernos?”.
¿No es un poco triste que mi primer
pensamiento no fuera por el bienestar espiritual de Nora y la satisfacción de
su vocación? Mi primera reacción fue que echaría de menos la presencia de mi
hija en casa y su encantadora y dulce compañía.
Me asaltaron estos pensamientos porque
sabía algunas cosas de la clausura. Había leído la autobiografía de santa
Teresa de Lisieux, Historia de un alma, donde describe su entrada en el claustro
y la necesidad de despedirse de sus apesadumbrados padre y hermana Celine.
Lo paso fatal en las despedidas.
Fui testigo de la seguridad y serenidad
espiritual de Nora con su elección vocacional tras su primera visita de
discernimiento, durante una semana, con las monjas pasionistas, entre noviembre
y diciembre de 2014; y luego durante su aspirantado de tres meses, de febrero a
mayo de 2014. He estado temiendo la llegada del adiós a mi única hija.
En ese periodo, mientras esperaba y
rezaba, me preguntaba a mí mismo: ¿Debería intentar convencerla para que se
quedara? ¿Jugar la carta de la ‘culpabilidad’ para que se preocupara por mi
dolor y mi tristeza…? Reflexionaba sobre el egoísmo de todo esto, y sobre la
manipulación y el abuso de poder y de dinámicas de control que habría supuesto.
Pensé en la culpa que yo mismo sentiría al mirar a mi hija atrapada por mi
egoísmo…
¡El pensamiento me horrorizó! Yo mismo me
había planteado el camino de la vida religiosa, así que ¿cómo me habría sentido
si alguien me hubiera chantajeado emocionalmente, evitando así que eligiera
libremente mi vocación y mi estilo de vida? Sé que habría quedado resentido
contra esa persona y que me habría dolido no haber respondido a la sugerente
llamada de nuestro amante Señor.
Y miraba a mi hija: un alma pura. Una
joven profundamente espiritual con deseos de discernir libremente la llamada de
Dios. Siente deseos de cumplir la Voluntad de Dios en ella, ese deseo por el
que recé para mí y para todos mis hijos (…). Para ser seguidores auténticos,
tenemos que estar abiertos a todas las opciones, no solo para nosotros mismos,
sino también para todos nuestros seres queridos.
Cuando Nora volvió a casa de su
aspirantado de tres meses en Kentucky, nunca volvió por completo. Su cuerpo estaba
en casa, pero su espíritu pertenecía ahora a un claustro de Kentucky. Nos
seguía queriendo igual y se “ajustó” a estar en casa. Sin embargo, después de
un día o dos me recordó que esta “ya no era su vida”. Me lo aseguró diciéndome:
“Ya no tengo una vida aquí; necesito acercarme a la labor de Dios para mí, y
eso ya no lo puedo encontrar aquí”. No lo dijo de mala forma, simplemente
estaba constatando un hecho.
Sus palabras me aturdieron y, lo admito,
me dolieron. Pero en mi interior sabía que eran ciertas. Empecé a prepararme
para una despedida más definitiva que tendría lugar a finales de julio, cuando
Nora empezaría su postulantado de un año.
Después de ese periodo, si aún sentía la
vocación de la clausura, nunca volvería a su hogar en Olean, Nueva York.
Las palabras de Nora me recordaron a las
que dijo Jesús a María y José cuando lo encontraron en el templo: “¿No sabéis
que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Sin duda sus palabras les
hicieron un poco de daño, pero tenían que “conocer” la profunda verdad
espiritual que tenían. Como Jesús, Nora siguió obedientemente el plan de estar
con nosotros hasta finales de julio.
Pero su decisión ya era manifiesta. Esta
visita era temporal y no debíamos llevarnos a error.
Desde mayo hasta el 26 de julio, cuando
volvimos a Kentucky, recé por el valor y la fe y el amor de dejar marchar a mi
hija (…), para devolver a Dios a la hija que nos había dado en préstamo durante
casi 19 años. Mi única hija. Dios ofreció a Su Hijo por mí. ¿Sería capaz yo de
volver a depositar a mi preciosa Nora en Sus brazos?
No voy a mentir (…). Lloré y lloré
innumerables veces mientras miraba a mi querida hija rezando el rosario junto a
mí todas las noches. Las lágrimas me asaltaban cuando la miraba desde el otro
lado de la habitación en la oración matinal o durante nuestra lectura del
Ángelus, muchos días a mediodía. Memoricé el sonido de su voz y me concentré
intensamente en el hecho de que, de noche, dormía a salvo en su propia
habitación, bajo mi techo.
Ni un solo día de su visita de dos meses
minusvaloré su presencia (…). Atesoré todo el tiempo que tuve con mi hija.
Dediqué mucho tiempo a reflexionar sobre
el estilo de vida contemplativa. Aunque aún temía despedirme de Nora, podía
comprender su entusiasmo y su alegría, e incluso la envidiaba durante los
ruidosos momentos de caos en el hogar o en el trabajo. Conjeturé que alguna
parte espiritual de mí se uniría a ella en su nuevo hogar y que sus oraciones
en el claustro se unirían a las nuestras en casa o en misa. “Querido Dios”,
rezaba, “ayúdanos a vivir con valor, consuelo y amor profundo”.
Bueno, pues llegó el 27 de julio. La
lectura del Evangelio era perfecta para el día: sobre encontrar las perlas
finas y comprar el terreno tras vender todo lo que tenemos para poder poseer el
tesoro. ¡Nora había encontrado su amor por el Señor y su deseo de darlo todo
por Él y ser una posesión total de Él!
Mi hija es un tesoro particular (…), esta
“perla” se unirá al collar de perlas finas [en esta comunidad pasionista de
clausura]. Cada perla es única; ninguna es más hermosa que las demás. Todas
contribuyen a la plenitud del collar.
Contemplé aquella lectura y observé con
alegría y asombro y maravilla la radiante dicha de Nora al regresar al
claustro. Nada malo podía ser la causa de aquel visible gozo y paz y éxtasis
que parecía estar experimentando.
Yo también recé más y más para llenarme de
valor y alegría.
Y adivinad qué, ¡Dios me los concedió!
Estaba estupefacto la mañana de la entrada de Nora; su alegría y su amor eran
contagiosos. No podía pensar en mí mismo. Solo podía pensar en la decisión de
mi hija, gozosa, desinteresada, pura y libre, de entrar en la vida religiosa y
entregarse por completo a Dios.
¿Qué hay de triste en eso? ¡Nada! Nora
entró en su claustro con mi sonrisa y mi bendición, y yo glorifico a Dios por
llamar a mi querida hija. Ella Le pertenece. ¡Al igual que tú y que yo mismo!
¿Y qué hay de ti? ¿Estás en
discernimiento? ¿Tienes alguna hija/nieta o ser querido que se plantee abrazar
una vocación religiosa?
Si es así, ¿les estás animando a que tomen
una decisión libre o sólo proteges tus propios sentimientos, temiendo el
sacrificio?
Te desafío a que lo abandones todo. Las
palabras frecuentes de mi esposa siguen resonando en mi cabeza: “¡A Dios no se
le supera en generosidad!”.
No te avergüences de tu tristeza, tu
fragilidad o tu dolor. Son sentimientos normales, ya que tenemos toda una vida
de amor para nuestras hijas, nietas, hermanas y amigas. Celebra ese amor, pero
no lo arruines permitiendo que cree un obstáculo para su libertad.
Reza por la valentía y el amor y la
generosidad. Los necesitarás. Según nos recordaba nuestro párroco, no estamos
renunciando a una hija, sino aprendiendo a abrazarla de una nueva forma.
No te prives de una oportunidad para hacer
un sacrificio. No prives a Dios de su amada esposa, de tu amor.
Confía en que rezaré por ti, ya seas una
monja aspirante o un familiar. Que Dios os bendiga a todos. Que la Voluntad de
Dios se cumpla en y por todos nosotros, pues únicamente a través de la
conformidad con la Voluntad de Dios conoceremos la paz y el amor y la
satisfacción en esta vida y en la próxima.
Matthew R. Wenke escribió este texto una
semana después de que su hija Nora empezara su postulantado con las monjas
pasionistas del St. Joseph’s Monastery en Whitesville, Kentucky. Su hija vistió
el hábito de pasionista en agosto de 2015 y ahora se la conoce como sor Frances
Marie del Corazón Eucarístico de Jesús. Esta pieza se publicó originalmente en
2014 en el sitio web Passionistnuns.org, y ha sido utilizada aquí con su
autorización.
MATT WENKE
Fuente: Aleteia