1. Los pasos de una demostración
“católica”
Nuestro tema aquí es la realidad del “hecho o fenómeno religioso”, no la prueba de la autenticidad y origen divino de la Iglesia católica. La prueba del origen divino de la Iglesia (o sea de que es fundada por Dios) pertenece a una disciplina llamada “apologética católica” o también “teología fundamental”. De todos modos, para que se vea el tema en su conjunto quisiera solo presentar aquí los pasos por los que se da esta “demostración”, si así puede llamarse. Son fundamentalmente tres: la demostración del espiritualismo, la del cristianismo y la del catolicismo.
a) Primera etapa: el espiritualismo
El primero momento consiste en la demostración de la existencia de Dios y de sus cualidades, del hombre y su espiritualidad (es decir, que el hombre tiene alma, que ésta es espiritual, libre e inmortal), de la religión (del hecho religioso y de la necesidad –para el hombre– de practicar el culto religioso). Esta parte también debe incluir la refutación de los errores contrarios: el ateísmo, el panteísmo, el agnosticismo y el determinismo.
Este paso lo hemos dado con los capítulos
dedicados precisamente a demostrar la existencia de Dios, del alma, en este en
que analizaremos la realidad de la religión. Hasta aquí llega el intento de
este libro que tienes entre manos. Pero quien quiera demostrar la autenticidad
del catolicismo debería luego transitar dos etapas más, que indico a
continuación.
b) Segunda etapa: el cristianismo
b) Segunda etapa: el cristianismo
Una vez demostrada la existencia de Dios
y la espiritualidad del hombre y la necesidad de la religión hay que comprobar
si hay una religión revelada (no se trata ya de la religión natural) y cuál es
la religión verdadera.
Ante todo hay que probar la posibilidad
de la revelación de misterios sobrenaturales (o sea, de que Dios hable al
hombre de Sí mismo). A continuación se deben analizar los criterios a través de
los cuales podemos conocer con seguridad que esos misterios son revelados por
Dios y a través de los cuales podremos también discernir una religión verdadera
de otra falsa. Estos criterios son dos, como lo demuestra este paso: el milagro
estrictamente dicho y la profecía estrictamente dicha.
Una vez dado este paso pueden seguirse
dos vías diversas.
La primera –más difícil por la mole de
trabajo que representa– es analizar todas las religiones que se dicen reveladas
viendo si en ellas se verifican los criterios de la revelación (milagro y
profecía estrictos), además (lo que habría que hacer previamente) de verificar
que en sus enseñanzas dogmáticas y morales no se contiene nada contra los
principios de la razón y de la ley natural (digo nada contrario, no nada
superior) pues si contradice los principios de la razón (o sea, si va contra el
principio de contradicción o cualquiera de los otros principios) o de la ley
natural (los mandamientos de la ley natural, que son divinos, como veremos en
su lugar) es claro que no puede ser verdadera, pues Dios es el autor tanto del
orden sobrenatural como del natural y no hay una doble verdad sino una sola (en
contra de lo que enseñaron algunos filósofos que decían que algo puede ser
verdadero para la fe y falso para la filosofía; teoría llamada de la doble
verdad).
La otra vía consiste en analizar primero
el Cristianismo, y si se verifican que en él se cumplen los criterios ya dichos
(concluyendo, por tanto, que es de origen divino), limitarnos a considerar las
principales religiones que también se postulan como reveladas (aunque ya no
haría falta estudiarlas a todas, ni con tanto rigor como debemos hacerlo con el
Cristianismo, pues no puede haber dos religiones que enseñen cosas contrarias y
sean ambas verdaderas, pues caería por tierra el principio de no
contradicción). Esta es la vía que suele seguirse, y con todo derecho, pues es
en el seno del cristianismo donde ha nacido esta disciplina apologética.
Para llevar a cabo este estudio se debe,
ante todo, demostrar fehacientemente la historicidad del cristianismo (es
decir, el valor histórico de sus fuentes: en particular los Evangelios) para
determinar si se puede aceptar como históricamente verdadero cuanto ellos nos
atestiguan sobre Jesucristo y el comienzo del cristianismo.
Una vez determinada su historicidad se
procede a demostrar la legación de Cristo (o sea que Cristo es el revelador de
los misterios divinos) y su autoridad divina, aplicándole los criterios del
milagro y la profecía. El fruto de este estudio es la prueba de la absoluta
credibilidad del testimonio que Cristo da sobre sí mismo, sobre los misterios
divinos y sobre sus obras (también quedará demostrada su divinidad si luego de
este proceso se puede demostrar que entre ese testimonio digno de fe dado por
Cristo se encuentra también su afirmación de que Él es Dios).
Esta parte debe completarse con el
estudio de los principales errores como el racionalismo y el indiferentismo.
Muchos estudios han llevado a cabo este apasionante itinerario intelectual; uno
de los mejores es el de Leoncio de Grandmaison.
c) Tercera etapa: el catolicismo
El tercer paso es la demostración de que Cristo fundó una Iglesia y la investigación de cuál es esa Iglesia. Para esto se pueden seguir tres métodos:
El primero es la llamada “vía histórica”. Procede probando primero la misión
divina de Cristo, y luego muestra que Cristo ha confiado la continuación de su
obra redentora a una sociedad religiosa que es la Iglesia católica. Este método
nos obliga a remontarnos al pasado y si bien es árido, es muy firme y seguro y
procede a través de tres pasos:
1º Primero demuestra que Jesucristo tuvo
intención de fundar una Iglesia: se pone de manifiesto por la promesa de
edificar la Iglesia (Mt 16,18), la elección, instrucción y misión de los Doce
Apóstoles (Mc 3,13-19; Lc 6,12-17), la “nueva alianza” realizada en la Última
Cena (Mt 26,28 y paralelos), etc.
2º Luego demuestra que Jesucristo fundó
efectivamente una Iglesia y le dio una constitución y estructura determinada;
la fundó sobre los apóstoles: enviándolos a predicar (Mc 3,14; Lc 9,2, etc.),
con autoridad de regir en su nombre a todos los hombres y de administrar los
sacramentos (Mc 16,16), particularmente el bautismo, la Eucaristía y el perdón
de los pecados. Además prometió y efectivamente dio a un solo apóstol, Simón
Pedro, la autoridad suprema para regir a la Iglesia Universal (cf. Mt 16; Jn
21).
3º Finalmente muestra que Jesucristo
instituyó esa Iglesia para que perdurase hasta el fin del mundo y en la forma
jerárquica con que la dotó en los tiempos apostólicos; esto se patentiza en
cuanto puede deducirse claramente que ordenó a los apóstoles que tuvieran
perpetuos sucesores en el triple oficio de enseñar, santificar y regir, lo cual
se desprende de las promesas de Cristo sobre su Iglesia: las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16), las parábolas del trigo y la
cizaña (Mt 13,39), el encargo a Pedro de confirmar a sus hermanos en el futuro
(Lc 22,31). Esta sucesión se verifica en los obispos, sucesores de los
apóstoles, y en el Papa, sucesor del Apóstol Pedro.
El segundo método es la llamada “vía de
las notas”, que
consiste en analizar la voluntad de Cristo y ver qué características (o notas)
quiso que tuviera la Iglesia por Él fundada. Estas notas son cuatro:
1º la unidad de régimen, de fe y de
comunión;
2º la santidad de principios, de miembros y de medios de santificación;
3º la catolicidad o universalidad de misión, su permanente y simultánea difusión en todo el orbe, su predicación a toda clase de personas y razas, etc.;
4º finalmente, la apostolicidad, es decir, la continuidad de la misión apostólica (constantes sucesores de los apóstoles) hasta el fin del mundo.
Después de analizar las cuatro notas, se analizan las diversas “pretendientes” al título de “iglesia fundada por Jesucristo” y se ve cómo la única que realiza en plenitud sustancial las cuatro notas es la Iglesia Católica.
La tercera vía es la llamada por algunos
“vía de la trascendencia” y por otros “vía empírica o analítica”: parte del hecho de la Iglesia, de su
actividad y de su acción, tal cual se presenta directamente a todo hombre y el
punto clave de este método es la demostración de que en la realidad histórica
de la Iglesia se puede constatar la “intervención inmediata de Dios”. Este
método se basa en último término en el milagro (el milagro presente en la vida
actual de la Iglesia), de modo particular en: 1º la admirable propagación de la
Iglesia a pesar de las dificultades, persecuciones, obstáculos; 2º la milagrosa
unidad católica; 3º la invicta estabilidad; 4º la eximia santidad y fecundidad
de los santos.
Evidentemente,
la exposición detallada de cualquiera de estas vías supone un desarrollo que
excede las dimensiones de este breve libro. Por eso sugiero la lectura de
alguno de los clásicos estudios de apologética católica citados en la
bibliografía al final.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE