1.12.16

LA VERDAD ROBADA SOBRE LA RELIGIÓN (II)

Cuando te digan que la religión es un invento de los hombres, o un producto cultural, puedes estar seguro de dos cosas...


1. Los pasos de una demostración “católica”

Nuestro tema aquí es la realidad del “hecho o fenómeno religioso”, no la prueba de la autenticidad y origen divino de la Iglesia católica. La prueba del origen divino de la Iglesia (o sea de que es fundada por Dios) pertenece a una disciplina llamada “apologética católica” o también “teología fundamental”. De todos modos, para que se vea el tema en su conjunto quisiera solo presentar aquí los pasos por los que se da esta “demostración”, si así puede llamarse. Son fundamentalmente tres: la demostración del espiritualismo, la del cristianismo y la del catolicismo.


a) Primera etapa: el espiritualismo

El primero momento consiste en la demostración de la existencia de Dios y de sus cualidades, del hombre y su espiritualidad (es decir, que el hombre tiene alma, que ésta es espiritual, libre e inmortal), de la religión (del hecho religioso y de la necesidad –para el hombre– de practicar el culto religioso). Esta parte también debe incluir la refutación de los errores contrarios: el ateísmo, el panteísmo, el agnosticismo y el determinismo.

Este paso lo hemos dado con los capítulos dedicados precisamente a demostrar la existencia de Dios, del alma, en este en que analizaremos la realidad de la religión. Hasta aquí llega el intento de este libro que tienes entre manos. Pero quien quiera demostrar la autenticidad del catolicismo debería luego transitar dos etapas más, que indico a continuación.

b) Segunda etapa: el cristianismo

Una vez demostrada la existencia de Dios y la espiritualidad del hombre y la necesidad de la religión hay que comprobar si hay una religión revelada (no se trata ya de la religión natural) y cuál es la religión verdadera.

Ante todo hay que probar la posibilidad de la revelación de misterios sobrenaturales (o sea, de que Dios hable al hombre de Sí mismo). A continuación se deben analizar los criterios a través de los cuales podemos conocer con seguridad que esos misterios son revelados por Dios y a través de los cuales podremos también discernir una religión verdadera de otra falsa. Estos criterios son dos, como lo demuestra este paso: el milagro estrictamente dicho y la profecía estrictamente dicha.

Una vez dado este paso pueden seguirse dos vías diversas.

La primera –más difícil por la mole de trabajo que representa– es analizar todas las religiones que se dicen reveladas viendo si en ellas se verifican los criterios de la revelación (milagro y profecía estrictos), además (lo que habría que hacer previamente) de verificar que en sus enseñanzas dogmáticas y morales no se contiene nada contra los principios de la razón y de la ley natural (digo nada contrario, no nada superior) pues si contradice los principios de la razón (o sea, si va contra el principio de contradicción o cualquiera de los otros principios) o de la ley natural (los mandamientos de la ley natural, que son divinos, como veremos en su lugar) es claro que no puede ser verdadera, pues Dios es el autor tanto del orden sobrenatural como del natural y no hay una doble verdad sino una sola (en contra de lo que enseñaron algunos filósofos que decían que algo puede ser verdadero para la fe y falso para la filosofía; teoría llamada de la doble verdad).

La otra vía consiste en analizar primero el Cristianismo, y si se verifican que en él se cumplen los criterios ya dichos (concluyendo, por tanto, que es de origen divino), limitarnos a considerar las principales religiones que también se postulan como reveladas (aunque ya no haría falta estudiarlas a todas, ni con tanto rigor como debemos hacerlo con el Cristianismo, pues no puede haber dos religiones que enseñen cosas contrarias y sean ambas verdaderas, pues caería por tierra el principio de no contradicción). Esta es la vía que suele seguirse, y con todo derecho, pues es en el seno del cristianismo donde ha nacido esta disciplina apologética.

Para llevar a cabo este estudio se debe, ante todo, demostrar fehacientemente la historicidad del cristianismo (es decir, el valor histórico de sus fuentes: en particular los Evangelios) para determinar si se puede aceptar como históricamente verdadero cuanto ellos nos atestiguan sobre Jesucristo y el comienzo del cristianismo.

Una vez determinada su historicidad se procede a demostrar la legación de Cristo (o sea que Cristo es el revelador de los misterios divinos) y su autoridad divina, aplicándole los criterios del milagro y la profecía. El fruto de este estudio es la prueba de la absoluta credibilidad del testimonio que Cristo da sobre sí mismo, sobre los misterios divinos y sobre sus obras (también quedará demostrada su divinidad si luego de este proceso se puede demostrar que entre ese testimonio digno de fe dado por Cristo se encuentra también su afirmación de que Él es Dios).

Esta parte debe completarse con el estudio de los principales errores como el racionalismo y el indiferentismo. Muchos estudios han llevado a cabo este apasionante itinerario intelectual; uno de los mejores es el de Leoncio de Grandmaison.

c) Tercera etapa: el catolicismo

El tercer paso es la demostración de que Cristo fundó una Iglesia y la investigación de cuál es esa Iglesia. Para esto se pueden seguir tres métodos:

El primero es la llamada “vía histórica”. Procede probando primero la misión divina de Cristo, y luego muestra que Cristo ha confiado la continuación de su obra redentora a una sociedad religiosa que es la Iglesia católica. Este método nos obliga a remontarnos al pasado y si bien es árido, es muy firme y seguro y procede a través de tres pasos:

1º Primero demuestra que Jesucristo tuvo intención de fundar una Iglesia: se pone de manifiesto por la promesa de edificar la Iglesia (Mt 16,18), la elección, instrucción y misión de los Doce Apóstoles (Mc 3,13-19; Lc 6,12-17), la “nueva alianza” realizada en la Última Cena (Mt 26,28 y paralelos), etc.

2º Luego demuestra que Jesucristo fundó efectivamente una Iglesia y le dio una constitución y estructura determinada; la fundó sobre los apóstoles: enviándolos a predicar (Mc 3,14; Lc 9,2, etc.), con autoridad de regir en su nombre a todos los hombres y de administrar los sacramentos (Mc 16,16), particularmente el bautismo, la Eucaristía y el perdón de los pecados. Además prometió y efectivamente dio a un solo apóstol, Simón Pedro, la autoridad suprema para regir a la Iglesia Universal (cf. Mt 16; Jn 21).

3º Finalmente muestra que Jesucristo instituyó esa Iglesia para que perdurase hasta el fin del mundo y en la forma jerárquica con que la dotó en los tiempos apostólicos; esto se patentiza en cuanto puede deducirse claramente que ordenó a los apóstoles que tuvieran perpetuos sucesores en el triple oficio de enseñar, santificar y regir, lo cual se desprende de las promesas de Cristo sobre su Iglesia: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16), las parábolas del trigo y la cizaña (Mt 13,39), el encargo a Pedro de confirmar a sus hermanos en el futuro (Lc 22,31). Esta sucesión se verifica en los obispos, sucesores de los apóstoles, y en el Papa, sucesor del Apóstol Pedro.

El segundo método es la llamada “vía de las notas”, que consiste en analizar la voluntad de Cristo y ver qué características (o notas) quiso que tuviera la Iglesia por Él fundada. Estas notas son cuatro:

1º la unidad de régimen, de fe y de comunión;

2º la santidad de principios, de miembros y de medios de santificación;

3º la catolicidad o universalidad de misión, su permanente y simultánea difusión en todo el orbe, su predicación a toda clase de personas y razas, etc.;

4º finalmente, la apostolicidad, es decir, la continuidad de la misión apostólica (constantes sucesores de los apóstoles) hasta el fin del mundo.

Después de analizar las cuatro notas, se analizan las diversas “pretendientes” al título de “iglesia fundada por Jesucristo” y se ve cómo la única que realiza en plenitud sustancial las cuatro notas es la Iglesia Católica.

La tercera vía es la llamada por algunos “vía de la trascendencia” y por otros “vía empírica o analítica”: parte del hecho de la Iglesia, de su actividad y de su acción, tal cual se presenta directamente a todo hombre y el punto clave de este método es la demostración de que en la realidad histórica de la Iglesia se puede constatar la “intervención inmediata de Dios”. Este método se basa en último término en el milagro (el milagro presente en la vida actual de la Iglesia), de modo particular en: 1º la admirable propagación de la Iglesia a pesar de las dificultades, persecuciones, obstáculos; 2º la milagrosa unidad católica; 3º la invicta estabilidad; 4º la eximia santidad y fecundidad de los santos.

Evidentemente, la exposición detallada de cualquiera de estas vías supone un desarrollo que excede las dimensiones de este breve libro. Por eso sugiero la lectura de alguno de los clásicos estudios de apologética católica citados en la bibliografía al final.

Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

Fuente: Del libro Las Verdades Robadas

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