¿Qué somos y qué hacemos hoy los laicos en la
Iglesia y para el mundo?
Esta pregunta parece ser muy sencilla, pero entraña
lo más hondo de nuestra vocación cristiana.
A nivel personal, sabemos que cada uno tiene un fin último insoslayable, como es la
salvación definitiva. Para ella nos eligió Dios.
O nos salvamos, o nuestra existencia habrá sido un fracaso total e
irremediable. Esto lo sabemos desde que somos niños, porque es lo primerísimo de nuestra vocación cristiana.
Pero la pregunta va por otros derroteros. Como cristianos,
¿no tenemos ninguna misión especial que cumplir?
¿No nos ha encargado Jesucristo algo muy concreto en bien del Reino,
precisamente a nosotros, los laicos, que somos el común de la masa de los
creyentes?
Hoy
los laicos hemos adquirido conciencia
de que somos Iglesia, la Iglesia, y que la "misión" de la Iglesia
nos toca de lleno a nosotros.
Jesucristo
nos dijo: "Sois la luz del mundo ", y
tenemos que iluminar.
"Sois la sal
de la tierra ", y tenemos que
sazonar todas las cosas. Somos el fermento metido
en la masa, y tenemos que
transformar el mundo en todas
sus estructuras, en todas sus realidades,
de modo que sea un mundo digno de
Dios.
Un
obrero comunista y ateo, sindicalista y revolucionario, conoce por fin a
Cristo, se le da por entero y con pasión, y se pregunta con enorme sentido
de responsabilidad: ¿ Y ahora, qué? ¿A cruzarme de brazos? ¡No!
Mi vocación es ser revolucionario, revolucionario siempre. Sólo que ahora no
serán la hoz y el martillo mis consignas,
sino la Cruz con que Cristo nos salvó. No empuñaré las armas que
derramarán sangre ajena, sino que, como mi nuevo Jefe, derramaré mi propia
sangre si es preciso para bien de los demás.
De
los sueños idealistas pasó a las obras. El contacto con los miembros de las
Juventudes Obreras Católicas le hizo entender muy pronto la espiritualidad del apostolado, y se la formuló así:
Es cuestión de vivir
a Cristo y, después, saber darlo. Mi trabajo ha de ser oración, y
la oración me ha de llevar a
trabajar más y mejor. Hay
que formar
células con cada grupo de
la fábrica. Hablar de Cristo sin miedos y arrastrar a todos a amar a Jesucristo, a trabajar por Él, a cambiar el odio en
amor.
Este
comunista convertido sabría o no sabría mucha
doctrina cristiana, pero
entendió la misión de la Iglesia y la suya propia de manera envidiable, misión
que no es otra sino evangelizar y santificar el mundo en el quehacer de
cada día. Misión que no toca precisamente a los pastores de la Iglesia, sino a todos
los cristianos por el mero
hecho de ser unos bautizados.
Cuando se tiene conciencia de esta misión, la vida
cristiana cambia radicalmente y el egoísmo y la pereza no tienen cabida en
ella, pues llega el momento de decirse con
convicción profunda:
No estoy en el
mundo para salvarme yo en solitario, sino que debo salvar conmigo a todo el
mundo. Cristo me necesita para que le ayude en la salvación de todos.
Eso
es entender la misión que Jesucristo nos confía a los laicos dentro
de su Iglesia.


Era muy cómodo para
nosotros, los laicos, el pensar y el decir que eso les tocaba a los obispos, a los curas y a las monjas, pues
para eso se habían entregado del todo a la Iglesia. Hoy ya no se piensa así,
gracias a Dios. La Iglesia, por el
Papa y los Obispos, se ha encargado de decirnos muy oportunamente que esa tarea
nos toca a nosotros, precisamente
porque estamos metidos de lleno en el mundo y en todas sus realidades
temporales.
Esto se hace hoy
más urgente al ver la realidad
a que estamos abocados a principios de este Tercer Milenio. Por lo que hoy llamamos la globalización, todo está
llamado a tener dimensiones planetarias.
Y las perspectivas no son precisamente
muy halagüeñas. Los avances de la
ciencia, no sujeta a las normas de la ética, nos van a llevar a extremos
lamentables. Veremos qué pasa con eso de la bioética, la clonación
y no sabe uno cuántas
cosas más...
Se dice que el
mundo se va a encontrar con hombres y mujeres atrofiados, sin sentimientos, puras máquinas de carne...
O el mundo acepta las leyes impuestas por Dios a la Naturaleza, o habremos de
pagar todos las consecuencias... ¿a quién, sino a nosotros, nos toca mentalizar , cambiar criterios, frenar leyes inmorales,
e imponer el respeto a la moral que dicta la
conciencia?...
Por
otra parte, el mundo de hoy reclama imperiosamente más justicia social, de modo
que desaparezcan tantas diferencias injustas
entre ricos y pobres. Las luchas sociales no llevan a nada, sino a más odio. Hay que dar a amor a la
par que justicia. Un sociólogo
-muy
creyente además-, lo expresaba así:

El desafío que tenemos planteado los laicos como hijos
de la Iglesia es apasionante. Queremos cambiar el mundo, ¡y lo podemos cambiar!
Esto no es un ideal ilusorio. Es una misión
que nos confía Jesucristo a los que somos su Iglesia. ¿Respondemos o no
respondemos? ...