Dios puede
llegar conmigo allí donde yo no me atrevo a entrar
Sé
que el hambre de paz y felicidad puede llegar a ser muy intensa. Pero
sé también que mi Dios no es un Dios impasible, estático, lejano, que me
deja solo a mi suerte. No. A Él le importo.
Es
un Dios que se acerca y sufre a mi lado. Me sostiene. Carga con mis dolores,
como yo cargo con los suyos. Me hace capaz de caminar más lejos. Un día más. Un
kilómetro más. Sostiene mi cansancio. Me deja reponerme en sus
manos.
Es un Dios que sufre y se abaja a mi altura. Se
arrodilla a mi lado dispuesto a sujetar los panes y los peces que le traigo. Lo
poco que soy. Lo poco que cuenta. Toma entonces todo lo que yo tengo. Todo lo
que poseo y es tan poco. Toma mi pena y mi sufrimiento. Toma mi vida y mis
sueños.
Lo
toma todo entre sus manos y me bendice: “Él, tomando los cinco panes y
los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los
partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”.
Toma
mis dolores y también mis escasos bienes. Mi pobreza, mi debilidad. Toma
también mi generosidad. La grandeza de mi alma. Mis palabras. Mis gestos de
amor.
Me
gusta pensar que Dios puede hacer milagros con mis manos rotas. Puede
cambiar el mundo con mi corazón frágil. Puede llegar conmigo allí donde yo no
me atrevo a entrar. Con Él todo es posible. Con Él en mi alma, en mi
cuerpo, en mi sangre.
Y
me pide que sea valiente: “Haced esto en memoria mía”. Me pide
que lo haga por Él, en Él, con el amor que recuerda su amor. Me impresiona su
petición.
Yo
puedo hacer lo mismo que Él hace. Repitiendo sus mismas palabras. Puedo repetir
sus gestos. Puedo tomar en mis manos rotas el dolor de tantos y entregárselo a
Él con confianza. Puedo ser Él. Y Él cree que yo puedo.
A
veces me gustaría decirle a la gente que se vayan a sus casas. Como los
discípulos ese día. Que busquen la paz en otra parte. Que yo no poseo lo que
ellos buscan. Pero miro a Jesús en la cruz.
El costado abierto. Miro su cuerpo en la patena. Su sangre en mi cáliz. Él
puede.
Él
pudo. Y tantos llegaron al pie de la cruz a beber de esa agua que brotaba de su
costado. ¿Cómo decirle entonces que yo no puedo? ¿Cómo esconderme
fingiendo que no he entendido nada?
Jesús
me mira. Cree en mí. Me pide que le entregue lo que tengo. Me pide que confíe
en el poder del Espíritu en mi vida. En el poder de su presencia en mí que todo
lo transforma.
Me
impresiona el poder de Jesús hecho carne. Me impresiona el poder de su Palabra
cuando me abro y dejo que convierta mi vida en su vida, mi voz en su voz. Si
me dejo hacer por su amor todo es tan distinto.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia