Reflexiones sobre el
concepto de secta y respuesta a algunas acusaciones dirigidas a grupos
católicos
Respuesta
a algunas críticas
En la primera
parte de este artículo he tratado de aclarar brevemente los conceptos de secta
y de fundamentalismo; ahora, en esta segunda, responderé a las diversas
críticas que se hacen a las nuevas comunidades eclesiales.
Como he
explicado, no se puede tachar de sectas a los grupos y movimientos reconocidos
por la Iglesia, pues la aprobación eclesiástica atestigua su arraigo en la
Iglesia.
A veces son
muchas las críticas que se lanzan contra los nuevos carismas, a pesar de su
reconocimiento por parte de la Iglesia. A este respecto, es preciso tener
presente que se debe distinguir entre la doctrina y la actividad de estas
comunidades, reconocidas por la Iglesia como carismas, y las debilidades de
algunas personas. Todos sabemos que el obrar humano es imperfecto. Por ello,
hay que subrayar una vez más, que la autoridad de la Iglesia debe intervenir
donde se produzcan desviaciones.
Algunas
críticas que se han hecho son: lavado de cerebro, aislamiento y separación del
mundo, alejamiento de la familia, dependencia de personalidades carismáticas,
creación de estructuras intra-eclesiales propias, violación de derechos
humanos, problema de los ex-miembros. Trataré de responder a esas críticas:
"Lavado de
cerebro"
Este término ni
siquiera es aplicable al cambio de la personalidad que a menudo se produce
dentro de las sectas, pues con él se quiere aludir a métodos inhumanos,
aplicados por regímenes totalitarios, para influenciar y cambiar la
personalidad del hombre. Ese término no se puede aplicar de ninguna manera a la
formación de los miembros de comunidades eclesiales, puesto que la formación es
una transformación, querida libremente, que respeta la dignidad humana; una
transformación de toda la persona en Cristo, que deriva de la llamada
programática de Jesús a convertirse y a creer (cf. Mc 1, 14 ss).
Quien sigue la
llamada de Jesús en la gracia y en la libertad, adquiere una visión
sobrenatural de la vida en todas sus dimensiones. También San Pablo, en una de
sus cartas, habla de esta transformación, cuando afirma: "No os acomodéis
al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto"(Rm 12, 2). En la tradición cristiana, ese proceso
se suele llamar metánoia: conversión de vida. Tal cambio de vida se basa en la
experiencia de ser llamado por el Dios vivo a seguirlo en un camino particular.
La conversión
es un proceso de vida, que requiere una continua decisión libre del cristiano.
Es deber de las comunidades eclesiales controlar que la decisión de seguir la
llamada sea libre. Una serie de directrices canónicas está orientada a ello.
"Aislamiento"
y "separación" del mundo
El Evangelio
dice que los cristianos no son "del mundo" (En 17, 16), sino que
cumplen su misión "en el mundo" (En 17, 18). Alejamiento del mundo no
significa separación de los hombres y de sus alegrías, preocupaciones y necesidades,
sino alejamiento del pecado. Por tanto, Jesús ora por sus discípulos:"No
te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno" (En
17, 15).
Si los
cristianos no hacen ciertas cosas como los demás, o si no siguen completamente
la moda, no quiere decir que desprecien el mundo. Sólo rechazan lo que va en
contra de su fe o lo que no consideran más importante porque han encontrado
"el tesoro escondido en un campo" (Mt 13, 44). La unión con Cristo
debe impulsarlos a no apartarse a un mundo propio, sino a santificar el mundo,
transformándolo en la verdad, en la justicia y en la caridad.
En una sociedad
marcada por los medios de comunicación social, en la que la Iglesia debe ser
una "casa de cristal", debemos afrontar también el desafío de ser
transparentes en el sentido de la primera carta de San Pedro, es decir,
"siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra
esperanza" (I Pe 3, -15). Esto vale también para las comunidades
contemplativas, que viven dentro de las paredes del monasterio y, mediante la
oración y el sacrificio, se dedican al bien de los hombres. En efecto, la
Iglesia, por una parte, es una "sociedad de contradicción"; y, por
otra, una comunidad misionera en medio del mundo.
En varias
ocasiones el Concilio Vaticano II puso de relieve ese aspecto, citando-entre
otras fuentes- el antiguo Discurso a Diogneto. En ese Discurso, escrito entre
el siglo II y el III, se subraya que los cristianos, como todos los hombres,
viven en el mundo, pero al mismo tiempo se oponen al espíritu del mundo, porque
tienden a una meta que está más allá del mundo.
Precisamente
así cumplen su misión por el bien del mundo.
"Para
decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo eso son los cristianos en el
mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y cristianos
hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no
procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del
mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; así
los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión
sigue siendo invisible.
La carne
aborrece y combate al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque
no le deja gozar de los placeres, a los cristianos los aborrece el mundo, sin
haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres(...). Los
cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la
incorrupción en los cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se
mejora; lo mismo los cristianos, castigados de muerte cada día, se multiplican
más y más. Tal el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de
él".
Alejamiento de
la familia
El respeto y la
solicitud amorosa hacia los padres y familiares forma parte esencial del
mensaje cristiano. Pero si se trata de la llamada a su seguimiento particular,
Jesús pide que también se alejen de su familia: los Apóstoles abandonaron su
familia, su profesión, su patria. Ese modo de seguir a Cristo continúa en la
historia hasta nuestros días. Algunos padres se alegran de que uno de sus hijos
o hijas tome esa decisión, pero, a este respecto, pueden surgir conflictos con
los familiares. Jesús mismo los previó (cf. Mt 10, 37).
Dejar que un
hijo se marche no siempre es fácil, ni siquiera en el caso del matrimonio. De
todos modos, si se abandona la casa por la llamada de Jesús y con plena
libertad, no se trata de huir de los deberes familiares, y no se puede achacar
a un influjo injustificado por parte de una comunidad. Sólo sería criticable si
se buscara adrede una ruptura con los familiares que se esfuerzan también por
vivir su fe cristiana. En efecto, todo miembro de la familia es libre de
escoger su camino en la vida. También a este propósito es preciso ser
tolerantes, respetando la decisión de la conciencia de la persona.
Ciertamente, en
el pasado se han producido situaciones difíciles, y también se dan hoy
conflictos como, por ejemplo, el de las comunidades que influyen en menores de
edad contra la voluntad de sus padres, o el de algunos padres que no comprenden
o no aceptan la decisión de un hijo que quiere entrar en una comunidad
religiosa. Sin embargo, si se vive el seguimiento de Jesús con amor, con
decisión y con afecto cristiano, y si se respeta la libre decisión de cada uno,
se puede crear una relación de confianza entre la familia natural y la
espiritual, con resultados muy positivos. Muchos hombres, por propia
experiencia, pueden atestiguarlo.
El papel de personalidades
carismáticas
Es preciso
distinguir con esmero entre personas que utilizan su capacidad de modo egoísta
y falso para dominar a los demás y hacerlos dóciles, y las personas realmente
carismáticas, que también las hay hoy en la Iglesia.
Éstas ofrecen
todo su ser "con pureza" (II Cor 6, 6) por el bien de la Iglesia y de
los hombres. En la historia de la salvación encontramos continuamente nuevas
personalidades carismáticas. Su prototipo es Jesucristo mismo. Siguiendo su
ejemplo, innumerables hombres y mujeres han descubierto su camino en la vida y
su felicidad. Fundadores y otros hombres carismáticos, como San Benito, San
Ignacio, Santa Clara o Santa Ángela de Merici, se esforzaron por ganar a otras
personas para Cristo. Dios los envió como un regalo a su Iglesia. Con la libertad
de los hijos de Dios, transmitieron a otros la riqueza sobrenatural de su vida,
y siempre se sometieron a la autoridad de la Iglesia. ¿No debemos dar gracias a
Dios porque nos regala también hoy personas tan llenas de espíritu? Además de
conservar las estructuras establecidas y consolidadas, ¿no debemos también
estar abiertos al soplo del Espíritu Santo, que es el alma de la iglesia?
Creación de
estructuras intra-eclesiales propias
A menudo se
critica a ciertos grupos porque forman una "iglesia dentro de la
Iglesia". Para evitar ese peligro, es preciso buscar siempre una relación
equilibrada entre estructuras eclesiales existentes, sobre todo la parroquia, y
los nuevos grupos. A este respecto, el cardenal Ratzinger afirma: "A pesar
de los grandes cambios esperados, en mi opinión, la célula principal para la
vida comunitaria seguirá siendo la parroquia (...) Habrá que aprender a caminar
uno junto a otro, y eso, sin duda alguna, supone un enriquecimiento. ¿Con qué
rapidez sucederá esto en la historia? Dependerá, seguramente, de que haya
grupos con un carisma determinado debido a la personalidad de su fundador y de
que se mantengan unidos recorriendo juntos un camino espiritual específico.
El intercambio
de experiencias entre la parroquia y cada uno de esos movimientos será muy
necesario, porque cada movimiento tendrá que estar unido a la parroquia para no
verse convertido en secta, y la parroquia necesitará de esos movimientos para
no quedarse entumecida. Actualmente, en las órdenes religiosas se han creado
otras formas de vida en medio del mundo. Cualquiera que lo desee puede
comprobar, y se asombrará de ello, la diversidad de formas de vida cristiana
totalmente nuevas ya existentes, y seguramente en medio de todas ellas podría
entreverse la Iglesia de mañana".
"Violación"
de derechos humanos
Desde tiempos
antiguos el núcleo de la vida consagrada fue el seguimiento de Cristo en el
celibato (en la virginidad), en la obediencia y en la pobreza. Quien elige este
camino y, después de varios años de reflexión y de oración, asume sus
respectivos compromisos, renuncia a determinados derechos por una libre
decisión de conciencia: al derecho de contraer matrimonio; al derecho a la
autodeterminación; y al derecho a administrar y a adquirir bienes de forma independiente.
El Concilio
enseña: "Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y
obediencia tienen su fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor.
Recomendados por los Apóstoles, los Padres de la Iglesia, los doctores y
pastores, son un don de Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su
gracia conserva siempre". La decisión de seguir esa forma de vida, si se
toma voluntariamente, no viola los derechos humanos, sino que es la respuesta a
una llamada particular de Cristo. De todos modos, los responsables de las
diversas comunidades deben apoyar la disponibilidad de los miembros con
sinceridad y ayudarles a que fructifique en el espíritu de una verdadera
comunión, para la edificación de la Iglesia y para el bien de los hombres.
El problema de los
ex-miembros
En todas las
comunidades religiosas los nuevos miembros disponen de un tiempo de
conocimiento recíproco, de crecimiento y de auto-examen, como preparación para
un compromiso definitivo. Los superiores también tienen derecho a expulsar a
alguno, si se producen ciertos hechos graves. Por desgracia, también hay
abandonos o expulsiones, cuando alguien da un paso definitivo.
Algunos de los
que han abandonado una comunidad conservan un buen contacto y, de común
acuerdo, siguen su camino. Naturalmente, las comunidades reconocidas por la
Iglesia también deben ofrecer a sus miembros y ex-miembros la posibilidad de
dirigirse, en caso de conflicto, a las instancias eclesiásticas competentes.
Ahora bien,
algunos de los ex-miembros difunden sus experiencias negativas en los medios de
comunicación social. Donde haya personas que viven juntas, hay inevitablemente
límites y debilidades. Pero eso no justifica que se presenten las propias
dificultades en el interior de una comunidad como válidas en general. Esas
experiencias negativas de algunos son siempre dolorosas para la entera
comunidad de la Iglesia. Tales experiencias a menudo son destacadas por la
publicidad secular, a la cual, normalmente, no le interesan las cuestiones doctrinales,
sino sólo los comportamientos y las consecuencias que de ellas derivan.
En la discusión
se pone de relieve que la Iglesia, en sus diversas comunidades, es una
"sociedad de contradicción" ante la sociedad liberal y secular.
"Quien acepta la religión sólo en la forma de una religión civil adaptada
a la mentalidad social, considerará sospechoso todo lo que sea radical".
Si una crítica
se basa en una acusación realmente seria, la autoridad eclesiástica la
examinará a fondo; una crítica puede llevar también a una purificación y a un
mejor crecimiento de esa comunidad.
En el Informe
Vaticano de 1986 sobre "el fenómeno de las sectas o nuevos movimientos
religiosos" se afirma, al respecto, que actitudes sectarias (como, por
ejemplo, la intolerancia y el proselitismo agresivo, citadas en dicho Informe)
no bastan para constituir una secta, pues pueden darse también en comunidades
eclesiales. Ahora bien, se afirma textualmente que estos grupos "pueden
cambiar positivamente mediante una profundización de su formación cristiana y a
través del contacto con otros cristianos. En este sentido, dichos grupos pueden
crecer dentro de una mentalidad y actitud más eclesiales". Esta actitud
eclesial se requiere en ambas partes: en las comunidades, para que presenten su
carisma como un don entre muchos otros (rechazando así la tentación de una
"pretensión eclesiástica absolutista") y también en los que no tienen
un acceso inmediato a esas formas de vida eclesial, porque reconocen en esas
comunidades un don del Espíritu, que da la vida, un don que brinda a muchos
hombres un acceso a la fe.
Hoy, en varios
países del mundo, está apareciendo un nuevo deseo de vivir más resueltamente el
mensaje de Cristo, a pesar de todas las debilidades humanas; de servir a la
Iglesia en comunión con el Santo Padre y los obispos. Muchos ven en los nuevos
carismas un signo de esperanza. Otros los consideran realidades extrañas, y
otros como un desafío o incluso como una acusación contra la que se defienden,
a veces hasta con reproches. Algunos promueven un humanismo que se aparta cada
vez más de sus raíces cristianas. Pero no hemos de olvidar que "la
expresión conciliar ecclesia semper reformanda” no sólo se refiere a la
necesidad de reflexionar sobre las estructuras, sino también a la apertura
siempre nueva y al replanteamiento de acuerdos con el espíritu del tiempo
demasiado favorables".
Por: Cardenal
Christoph Schönborn. O.P., Arzobispo de Viena
Fuente: Catholic.net