Responde un fraile con
tendencia homosexual
El Catecismo de
la Iglesia Católica incluye dos cláusulas sucesivas que deben leerse
conjuntamente. Ambas son partes de un capítulo bajo el revelador título de
“Castidad y homosexualidad”. El párrafo 2357 establece que “[los actos
homosexuales] no pueden recibir aprobación en ningún caso”, ya que “son
contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida”.
Son duras
declaraciones. Sin embargo, de inmediato les sigue el párrafo 2358, lleno de
ternura: “Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se
evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.
La
homosexualidad no es necesariamente un pecado típico. El pecado supone una elección deliberada de algo que la persona en sí
misma considera moralmente inadmisible, mientras que el Catecismo destaca el
hecho de que “un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias
homosexuales profundamente arraigadas” y que “esta inclinación, objetivamente
desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba”.
Hemos de tener
en mente que las tendencias homosexuales en sí, cuyas causas y elementos
característicos siguen siendo objeto de acalorado debate entre sexólogos,
psicólogos y educadores, no son en sí pecaminosas. El pecado consiste
en sucumbir de forma trastornada a estas tendencias.
Lo mismo se
aplica no sólo a las tendencias homosexuales; en muchos otros ejemplos los
seres humanos han de mantener a raya sus inclinaciones naturales (¡para ser
dueños de sí mismos!) y vivir una vida de ascetismo, que puede resultar no sin
gran esfuerzo.
Por ello el
Catecismo añade además: “Estas personas están llamadas a realizar la voluntad
de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la
cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”.
Sobre la
amistad, que es una variedad de amor
Posiblemente,
aquellos que experimentan dichas tendencias (yo mismo, sin falta ni mérito
propios, soy uno de ellos) son capaces de adentrarse en relaciones de amistad
especialmente profundas con otros hombres y otras mujeres.
Aun con todo,
la amistad es una forma de amor que lamentablemente rara vez se encuentra hoy
en día.
Por tanto, las
personas homosexuales en realidad no deberían rechazar las relaciones estrechas
con los demás, sino más bien desarrollar estas relaciones de forma adecuada.
Así es como
aborda el Catecismo esta cuestión. Además, nos recuerda que los homosexuales
no son los únicos llamados a la moderación y a la ascesis. ¡Basta con
observar la cantidad de hombres que claman que la monogamia es una cruz
demasiado pesada para ellos!
Sobre la
legalización de las uniones civiles
La Iglesia no
puede reconocer las uniones homosexuales como equivalentes a los
matrimonios. Después de todo, no suponen una plenitud de la entrega mutua y son
un cierre al don de la vida.
Sobre la discriminación
Los
homosexuales me plantean estas reivindicaciones; me dicen que cuando sus
tendencias pasan a ser de conocimiento común, sin su personal consentimiento, se
sienten rechazados, no deseados, como si fueran personas no gratas. Este
es un problema pastoral importante.
Puedo
distinguir dos situaciones aquí. Quizás una persona con tendencias homosexuales
que no alardea de ellas sino que las experimenta como una especie de cruz
personal; no veo ningún motivo por el que dicha persona debiera ser excluida de
la actividad parroquial.
La Iglesia
aprueba la membresía de personas con tendencias homosexuales. De igual modo, la Iglesia afirma que tenemos que ayudarnos mutuamente
para afrontar nuestras inclinaciones y superar cualquier tipo de debilidad.
No obstante, si
alguien es abiertamente homosexual y anuncia su relación con una pareja, se
inhabilita a sí mismo o misma como candidato o candidata, por ejemplo, para el
consejo parroquial. Su participación podría sugerir que la Iglesia aprueba
las uniones homosexuales.
Naturalmente,
podrá permanecer dentro de la Iglesia como miembro y recibirá el trato
respetuoso merecido, pero al mismo tiempo debe tratar de
buscar su relación con una pareja acorde a la doctrina moral de la Iglesia.
Sobre la
atención pastoral
Seré precavido
en relación a cualquier guía pastoral concreta, ya que no participo en esta
capellanía. Sospecho que si creáramos capellanías separadas para homosexuales,esto
podría ser una forma de exclusión.
Obviamente, deberíamos
reunirnos con estas personas con el objetivo de solucionar sus
problemas, del mismo modo que se realizan reuniones con otras comunidades. Necesitan
cierta compañía especial, pero no en la forma de grupos o comunidades
separados. Deberían participar plenamente en la vida parroquial.
Sin embargo,
debo admitir que esta compañía, que es lo que defiende el papa
Francisco, es un gran desafío para la atención pastoral.
Debemos
acompañarles al igual que caminamos junto a los demás en el camino de
la conversión que ofrece la Iglesia, con la perspectiva de la salvación.
Este camino dista de ser fácil para cualquiera, inclusive las personas con
tendencias homosexuales.
Sobre cómo los
católicos deberían tratar a las personas homosexuales
Según estipula
de forma inequívoca el Catecismo, los católicos deben ser respetuosos con estas
personas. Sin duda es vital hablar con ellos y ellas, quizás incluso
sugerir ayuda de algún tipo, si la necesitaran.
Lo primero y
primordial, sin embargo, es no retirar nuestra amabilidad ni abstenernos de
ofrecer a estas personas una señal de paz.
Recordemos que
pesan sobre todos nosotros todo tipo de debilidades y que nuestra Iglesia es
una Iglesia de pecadores. Todos confesamos pecados diferentes, pero esto no nos
impide relacionarnos con otras personas.
Los
homosexuales deben ser tratados como cualquier otra persona. Debemos trabajar junto a ellos y ser sus amigos, al igual que como con
cualquier otro miembro de nuestras comunidades.
Nadie merece
ser visto únicamente a través del prisma de su diferencia o su debilidad. Así es como nacen la xenofobia y el racismo, puesto que una
atmosfera tal conduce a la exclusión. Esto también se aplica a las personas
homosexuales.
La Iglesia no
aprueba las prácticas homosexuales, pero el mero conocimiento de que alguien
sea homosexual no debería impedir el desarrollo de otros campos de nuestras
relaciones y bondades mutuas.
¿Puede ser
santo un homosexual?
Los
homosexuales, como todos nosotros, están llamados a la santidad. Sin embargo,
hay que tener en cuenta que para ellos esta vocación puede resultar un
auténtico calvario.
San Pablo
también tuvo que cargar con una misteriosa “cruz del Señor”, que algunos
asocian a la epilepsia. Pidió tres veces al Señor que lo liberara de esta
carga, a lo que le respondió: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se
perfecciona en la debilidad”.
Este es el
camino hacia la santidad, el camino que todos y cada uno de nosotros estamos
llamados a caminar.
Por Andrzej
Szostek, fraile mariano, ético, rector de la Universidad Católica de Lublin en
el periodo 1998-2004.
Este texto fue
elaborado en base a una entrevista con Marcin Przeciszewski realizada
en Lublin para la Agencia Católica de Noticias Polaca (KAI).
Este texto fue
publicado originalmente en la edición polaca de Aleteia