“Jesús fue
enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a
Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él
Con su nuevo
documento Ad resurgendum cum Christo la Iglesia recuerda lo que
venía enseñando desde hace décadas: que la cremación de lo fallecidos es
admisible para los cristianos, pero siempre que las cenizas se traten como a un
difunto, es decir, enterrándolas o colocándolas en columbarios en lugar
sagrado, lugares que se van a proteger y donde pueden ser visitados y recibir oración.
"Con mis
cenizas... ¿hago lo que quiero?"
Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser
cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero,
son mías”.
Pero la postura
católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un
cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta
con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado
de memorias del pasado. Son mucho más.
ReL habla de
ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la
Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y
cofradías.
“Hay gente que
habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es
mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y
no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”, explica
Labarga.
“Con un cadáver
no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que
las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los
cadáveres de tus seres queridos”.
Al quemar el
cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas
civiles. En España hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en
muchos lugares.
El
individualismo… y aferrarse al difunto
El duelo no ha
sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias
grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirse del
difunto, de aceptar su partida.
Pero una
sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos
psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.
“No dejar
marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que
acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí, sobre ella… y la
autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en
muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.
¿Y si esa
relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con
cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad
y cultura individualista.
Los primeros
cristianos… y las hermandades hoy
Cuando uno
visita lugares como la cripta de Santa Eulalia en Mérida, contempla que las
tumbas de los primeros cristianos hispanos, los del siglo IV y V, se apiñaban
intentando estar cerca del sepulcro de la joven mártir.
“Jesús fue
enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a
Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él.
Pero hoy, por
razones prácticas y económicas, el enterramiento puede ser difícil. Sin
embargo, una solución a la vez práctica y hermosa se ve, por ejemplo, en
algunas cofradías y hermandades, sobre todo en Andalucía.
“En Andalucía
muchas Hermandades hacen columbarios preciosos para sus hermanos, en la cripta
de su iglesia. Los que compartieron su fe como hermanos en vida, comparten
después el reposo en la iglesia, unidos tras la muerte. Creo que es una
magnífica solución”, propone Labarga. Hay cremación, pero la urna se guarda en
un lugar sagrado, de oración, y lleno de significación. Hay comunidad y
cercanía sacra entre vivos y muertos.
No es lo mismo
cuando un equipo de fútbol presenta sus propios columbarios… en los que
probablemente no habrá oración por los difuntos.
Un cementerio,
o un columbario, con nichos con muchos difuntos, tienen otra ventaja: ayudan a
rezar. Uno visita la tumba de su difunto, ve las de otros y reza no sólo por el
suyo, sino por los demás. El cementerio, explica Labarga, “ayuda a hacerte ver
que naces y mueres en una comunidad”.
Cuando sólo se
incineraban masones y ateos
La norma
eclesial que prohíbe las exequias a quien, según el texto, “hubiera dispuesto
la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones
contrarias a la fe cristiana”, es de toda la vida.
“Hay que tener
en cuenta que antiguamente, en el siglo XIX por ejemplo, solo encargaban ser
incinerados masones o personas activamente hostiles a la fe católica. Pedían
ser quemadas para simbolizar que no creían en la Resurrección. Pero a Dios lo
mismo le cuesta resucitar huesos que cenizas y hoy se incineran muchos
cristianos por razones prácticas, que sí creen en la Resurrección. Así que esta
norma de prohibir las exequias se dará sólo en casos aislados,
ultraminoritarios”, explica Labarga.
Un sociedad que
esconde la muerte
El documento
explica que “la iglesia se opone a ocultar o privatizar el evento de la
muerte”.
“Ocultar la
muerte es propio de la sociedad actual”, explica Labarga. “Es curioso que hay
padres que hoy no dejan al niño ir al cementerio o al funeral del abuelo
pero después sí les dejan ir a Halloween con sus brujas. Hace pocas
generaciones la muerte estaba muy integrada en la vida y los niños veían la
muerte de los abuelos, que no era especialmente traumática –como sí lo es la de
un padre de hijos pequeños-. Los niños veían que la vida tiene un final. Hoy
los ancianos mueren en hospitales, o en geriátricos, lejos de su familia. La
sociedad, además oculta la vejez y la enfermedad”.
Los ritmos de
trabajo tampoco ayudan. “Los sacerdotes vemos que cada vez viene menos gente a
los funerales. Hay que celebrarlos a las 20.30, después de la jornada laboral,
para que parientes y amigos puedan acudir. Además, en las ciudades las
funerarias han ido imponiendo la separación entre el funeral y el entierro, con
la pérdida simbólica que significa que en el funeral no esté el cadáver”,
constata Labarga.
Los pueblos y
los marineros
Un caso
peculiar es el de los españoles que, viviendo en una ciudad, se sienten más
ligados espiritualmente a su pueblo. “Es esa gente que cuando va a su pueblo en
verano, o en fiestas, acude a misa allí, pero que en la ciudad no va a misa. Y
quiere su funeral y entierro en el pueblo, donde aún se vive el luto de otra
manera”.
¿Y los marinos,
cuyos cuerpos o cenizas se entregaban al mar? “Es algo que la Iglesia siempre
permitió por su excepcionalidad y razones prácticas, igual que permitió las
bodas marítimas. Sucedía cuando un cadáver iba a tardar mucho en llegar al
hogar. Pero ahora los cadáveres se devuelven pronto”. La realidad es que cuando
hay un accidente las familias reclaman insistentemente los cuerpos.
Vender (¿por
error?) el cadáver de la abuela
El texto
vaticano es rotundo contra la nueva moda (cara) de hacerse recuerdos o joyas
con el cadáver incinerado del difunto y recuerda que, pasada la primera
generación, con esos objetos, e incluso con las urnas, puede suceder de todo.
“¿Qué pasará
con esa joya? ¿La venderán tus herederos, venderán el cadáver de tu abuela,
quizá sin saberlo?”, plantea Labarga. Y si las cenizas o joyas son meras
propiedades, ¿tendremos juicios por su propiedad en divorcios, o entre hermanos
que se pelean, partes de herencia a dividir?
Labarga insiste
en que la mera moral natural ya pide tratar con respeto a cualquier cadáver
humano, pero un cadáver de bautizado es algo aún más especial: ¡ha sido templo
del Espíritu Santo!
Una opción
pastoral: esperar
¿Y qué hacer
con esas personas, a menudo ancianas, que son cristianos piadosos pero se
empeñan en tener en casa las urnas con las cenizas de su esposo o parientes
fallecidos?
Una opción
pastoral podría ser, simplemente, esperar acompañando, dar tiempo a esa
persona, y en su momento recordarle que, cuando muera, puede pasar de todo con
las urnas, y que es importante ponerlas a buen recaudo en tierra sagrada.
Probablemente dará permiso para que se entierren tras su muerte.
Al final, la
Iglesia lo que busca es el respeto para los restos humanos, acompañar a los que
sufren en el dolor y evitar que se oculte esa realidad misteriosa que es el
morir.
Fuente:
Pablo J. Ginés/ReL






