Eucaristía y perdón
Recordemos que uno de los
fines de la Eucaristía y de la Misa es el propiciatorio, es decir, el de
pedirle perdón por nuestros pecados. La Misa es el sacrificio de Jesús que se
inmola por nosotros y así nos logra la remisión de nuestros pecados y las penas
debidas por los pecados, concediéndonos la gracia de la penitencia, de acuerdo
al grado de disposición de cada uno. Es Sangre derramada para remisión de los
pecados, es Cuerpo entregado para saldar la deuda que teníamos.
Mateo 18, 21-55 nos
evidencia la gran deuda que el Señor nos ha perdonado, sin mérito alguno por
nuestra parte, y sólo porque nosotros le pedimos perdón. Y Él generosamente nos
lo concedió: “El Señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó
marchar, perdonándole la deuda”. Así es Dios, perdonador,
misericordioso, clemente, compasivo. Es el atributo más hermoso de Dios. Ya en
el Antiguo Testamento hay atisbos de esa misericordia de Dios, pero en general
regía la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente.
Se compadece de su pueblo y
forma un pacto con él. Se compadece de su pueblo y lo libra de la esclavitud.
Se compadece de su pueblo y le da el maná, y es columna de fuego que lo protege
durante la noche. Se compadece y envía a su Hijo Único como Mesías salvador de
nuestros pecados. Y Dios, en Jesús, se compadece de nosotros y nos da su
perdón, no sólo en la Confesión sino también en la Eucaristía.
¿Qué nos perdona Dios en la
Eucaristía?
Nuestros pecados veniales.
Nuestras distracciones, rutinas, desidias, irreverencias, faltas de respeto. Él
aguanta y tolera el que no valoremos suficientemente este Santísimo Sacramento.
En la misma Misa comenzamos
con un acto de misericordia, el acto penitencial (“Reconozcamos nuestros
pecados”). En el Gloria: “Tú que quitas el pecado del mundo...”. Después
del Evangelio dice el sacerdote: “Las palabras del Evangelio borren
nuestros pecados...”. En el Credo, decimos todos: “Creo en el
perdón de los pecados...”. Después de las ofrendas y durante el
lavatorio el sacerdote dice en secreto: “lava del todo mi delito,
Señor, limpia mis pecados”. En la Consagración, “...para el
perdón de los pecados”. “Ten misericordia de todos nosotros . . .” En
el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas . . .”. “Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo . . .”.
Por tanto, la Misa está
permeada de espíritu de perdón y contrición.
La Eucaristía nos invita a
nosotros al perdón, a ofrecer el perdón a nuestros hermanos. La escena del
Evangelio (cf. Mt. 18, 21-55) es penosa: el siervo perdonado tan generosamente
por el amo, no supo perdonar a un siervo que le debía cien denarios, cuando él
debía cien mil.
El perdón es difícil.
Tenemos una naturaleza humana inclinada a vengarnos, a guardar rencores, a
juzgar duramente a los demás, a ver la pajita en el ojo del hermano y a no ver
la traba que tenemos en nuestros ojos. Perdonar es la lección que no nos da ni
el Antiguo Testamento no las civilizaciones más espléndidas que han existido y
que han determinado nuestra cultura: la civilización grecolatina. Sólo Jesús
nos ha enseñado y nos ha pedido perdonar.
Jesús nos pide, para
recibir el fruto de la Eucaristía, tener un corazón lleno de perdón,
reconciliado, compasivo.
¿Cómo debe ser nuestro
perdón a los demás?
Rápido, si no, se pudre el
corazón. Universal, a todos. Generoso, sin ser mezquino y darlo a cuentagotas.
De corazón, de dentro. Ilimitado.
No olvidemos que Dios nos
perdonará en la medida en que nosotros perdonamos. Si perdonamos poco, Él nos
perdonará poco. Si no perdonamos, Él tampoco nos perdonará. Si perdonamos
mucho, Él nos perdonará mucho.
Vayamos a la Eucaristía y
pidamos a Jesús que nos abra el corazón y ponga en él una gran capacidad de
perdonar. María, llena de misericordia, ruega por nosotros.
Por: P. Antonio Rivero LC
Fuente: Catholic.net






