30.11.16

LA VERDAD ROBADA SOBRE LA RELIGIÓN (I)

La religión es algo intrínseco a todo ser humano

Cuando te digan que la religión es un invento de los hombres, o un producto cultural, puedes estar seguro de dos cosas: la primera es que quieren robarte tu religión; la segunda es que acaban de poner en tu corazón el primer cimiento de una nueva religión. Te piden que no le creas a la Iglesia, o no le creas a Dios... y para esto deberás creerles a ellos. No te piden un acto racional ni científico; realmente te piden un acto de fe (humano) en una persona que no es digna de crédito: el ladrón de la verdad.

Me parece muy aleccionador el ejemplo de un teólogo protestante americano, Harvey G. Cox, el cual a mediados de la década del sesenta escribió un libro, titulado “La ciudad secular” (un best seller en su momento) en la que sostenía que el proceso de secularización y la progresiva disminución de interés por la religión por parte de los hombres contemporáneos eran ya algo completamente evidente; entre otras cosas constataba la pérdida de interés de la sociedad sobre cualquier aspecto directamente sobrenatural de la religión, como los temas relacionados con la escatología, los ángeles y demonios, las curaciones y los milagros.
 
Por tal motivo, en dicho libro Cox invitaba a que en lugar de luchar contra la secularización (empresa que él calificaba de imposible y pueril) las Iglesias empezasen a ver que su nuevo rol ya no sería la religión sino un compromiso preponderantemente social. No es de extrañar que Cox junto a otros como Vahanian, Juan Luis Segundo, etc., hayan sido conocidos como teólogos de la “muerte de Dios”.

Este libro influyó de una manera pavorosa en aquellos pensadores que siempre están a la búsqueda y a la caza de novedades, causando pérdidas de fe, abandonos del sacerdocio y de la vida religiosa, politización de la religión e incluso derramamiento de sangre por parte de los que entendieron tal “compromiso social” como un “compromiso con la subversión armada”.

Como si nada hubiera pasado y con la misma irresponsabilidad con la que 30 años antes proclamaba la llegada de una civilización sin religión, el mismo Cox a mediados de la década del 90 publicaba otro libro titulado “Fuego del cielo” en el que afirmaba que todo cuanto había enseñado en “La ciudad secular” eran previsiones erróneas y que en lugar de una civilización sin Dios lo que tenemos ahora es una civilización atorada de religiosidad: ahora consideraba “obvio que en lugar de ‘la muerte de Dios’ que algunos teólogos habían declarado no hace muchos años, o de la decadencia de la religión que los sociólogos habían previsto, ha ocurrido algo completamente distinto”.

No vamos a usar sus conclusiones como datos seguros, puesto que el perro cambia las mañas pero no las pulgas, y por eso hogaño como antaño Cox sigue haciendo un análisis incorrecto de la religiosidad (así como antes se entusiasmaba con una sociedad atea, ahora se ilusiona con una sociedad pletórica de religiosidad, que en realidad no es tal sino que es en parte el rebrote de una religiosidad sentimental fuertemente imbuida del espíritu de la New Age). Pero el ejemplo nos sirve para ver lo superficial de los diagnósticos de los teólogos que se apartan de la sana doctrina.

Pues, los que en nuestras aulas despotrican contra la religión y la atribuyen a una invención humana, no pasan del nivel académico de Cox, y terminan la mayor parte de las veces dejándose llevar por las modas del momento... como Cox.

En lugar, entonces, de aceptar estas enseñanzas peligrosas, mejor haremos en preguntarnos “¿por qué somos religiosos?”, “¿por qué todos los pueblos tienen su religión, verdadera o falsa?” La religión, es decir, el “hecho religioso”, es uno de los fenómenos más profundos de nuestra naturaleza (incluso algunos han querido ver en él una prueba de la existencia de Dios..., y de hecho no es un método desacertado aunque no tenga el rigor de las pruebas que ya vimos en su lugar).

Decía Chesterton en “El hombre eterno”: “La naturaleza no se llama Isis ni busca a Osiris; pero busca, sin embargo, busca desesperadamente lo sobrenatural”. Y en otro lugar añadía: “lo que hay de más natural en el hombre es lo sobrenatural; he aquí la última palabra de la cuestión. Su naturaleza lo obliga a adorar, y por muy deforme que sea el dios y extraña y rígida su postura, la actitud de adorar es siempre generosa y grandiosa.

Postrándose se eleva; con las manos juntas es libre; arrodillado es grande. Liberadlo de su culto y lo encadenaréis; prohibidle doblar las rodillas y lo rebajaréis. El hombre que no puede rezar lleva una mordaza... El individuo que ejecuta los gestos de la adoración y del sacrificio, que derrama la libación o levanta la espada, no ignora que ejecuta un acto viril y magnánimo y vive uno de los momentos para los cuales ha nacido”.

Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

Fuente: Del libro Las Verdades Robadas

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