En la
entrevista, entre otros temas, el Papa comenta cómo ha vivido este tiempo
especial, lo que más recuerda de los Viernes de la Misericordia, y su
experiencia en la pastoral con los presos, además de recordar su condena a la
idolatría del dinero
A continuación, el texto completo de la
entrevista. La traducción es de Álvaro de Juana, corresponsal de ACI Prensa en
Roma.
Santidad, ante todo gracias por el tiempo
que nos concede: lo consideramos un regalo a todos los telespectadores de
TV2000. Con usted queremos conversar del Jubileo que acaba de concluir. El
término “balance” tiene un sonido comercial, está bien para las empresas. ¿Pero
cuáles son sus impresiones? ¿Está contento de cómo se ha vivido este Jubileo?
¿Cuán santo ha sido este Año Santo?
Papa Francisco: Alguno me pedía
hacer una entrevista sobre el balance, más o menos, y yo rápido he pensado en
el censo del Rey David, y he tenido miedo… Solo puedo dar las noticias que
llegan de todo el mundo. El hecho de que el Jubileo no se haya hecho solo en
Roma, sino en cada diócesis del mundo, en las diócesis, en las catedrales y en
las iglesias que el obispo haya indicado, ese hecho que ha universalizado un
poco el Jubileo. Y ha hecho mucho bien. Ha hecho mucho bien. Porque era toda
la Iglesia que vivía este Jubileo, había como una atmósfera de
Jubileo.
Y las noticias que vienen de las diócesis
hablan de acercamiento de la gente a la Iglesia, de encuentro con Jesús, el
encuentro… muchas cosas hermosas… Yo diría: ha sido una bendición del Señor y
también, no diré el punto final, pero un paso grande adelante en el proceso que
comenzó con el Beato Pablo VI, y después con Juan Pablo II que ha
puesto el acento de una manera muy fuerte en la misericordia. Pensemos en tres
hechos grandes ¿no?: en la encíclica, el día de la Divina Misericordia en
la octava de Pascua y la canonización de Sor Faustina. San Juan Pablo
II ha dado un gran paso.
Y después esto. Está en una línea eclesial
donde la misericordia es, no digo descubierta, porque ya lo estaba, sino que es
proclamada fuertemente: es como una necesidad, una necesidad. Una necesidad
para este mundo que creo tiene la enfermedad del descarte, la enfermedad de
cerrar el corazón, del egoísmo, hace bien. Porque ha abierto el corazón y mucha
gente se ha encontrado con Jesús. No sé, esto es lo que pienso sobre el Jubileo.
Cada mes ha acudido un viernes a realizar
una obra de misericordia yendo a visitar un lugar de sufrimiento y acogida. Me
puedo imaginar cuántas caras, cuántas historias se han cruzado en su vidadurante
este año. ¿Hay algún caso que usted quiera recordar de manera especial porque
ha quedado en su interior y le acompaña en el corazón?
Papa Francisco: Pienso en dos que
se me ocurren de manera espontánea. La primera: cuando visité a las mujeres que
están siendo rescatadas del sufrimiento de la prostitución. Me acuerdo una de
África: muy guapa, muy joven…, y explotada. Estaba embarazada. No solo había
sufrido la explotación, sino que incluso la habían sometido a palizas y
torturas: ‘Tienes que ir a trabajar’… Y ella, cuando contaba su historia, había
15 niñas allí que me contaron sus historias, me dijo: ‘Padre, he dado a luz en
invierno en medio del camino y sola. ¡Sola! Y ahora mi niña está muerta’. La
hacían trabajar hasta el final del día, porque si no llevaba suficientes
ganancias la golpeaban y la torturaban. Un día le cortaron una oreja porque no
había ganado lo suficiente. Esto es… Y yo pensaba no solo en los explotadores,
sino también en los que pagan a las niñas: ¿Es que acaso no saben que con ese
dinero, para buscar una satisfacción sexual, están contribuyendo a la
explotación de esas niñas?
La segunda: aquel día que fui a acompañar
en los dos extremos de la vida: el principio y el final. Fui al hospital
cercano al Gemelli, un hospital que tiene relación con el Gemelli, pero para
enfermos terminales. El mismo día fui al hospital San Giovanni, a la sala de
maternidad, y había una mujer llorando, llorando, llorando, delante de sus
hijos gemelos…, pequeños pero muy bellos. Su tercer hijo había muerto. Eran
tres, pero uno había muerto. Ella lloraba por su hijo muerto mientras
acariciaba a los otros dos. El don de la vida.
Y entonces pensé en esa costumbre de
deshacerse de los niños antes de que nazcan, ese horrendo crimen. Se deshacen
de ellos porque les resulta mejor así, porque es más cómodo. Es una
responsabilidad muy grande, es un pecado gravísimo, ¿no? Es una responsabilidad
muy grande.
Esta madre, que había tenido tres hijos,
lloraba por el que había muerto, y no podía consolarse con los dos que estaban
vivos. El amor de la vida en cualquier situación… Me resulta tan grande… Dos
cosas que he visto…
Usted a menudo repite que desea una
Iglesia pobre para los pobres: ¿Es de verdad posible? ¿Observa a la Iglesia
como institución o ve en realidad también a cada uno de nosotros?
Papa Francisco: La Iglesia como
institución la hacemos nosotros, cada uno de nosotros; la comunidad somos
nosotros. El enemigo más grande –¡más grande!– de Dios es el dinero. Recuerden
que Jesús al dinero le da el estatus de Señor, de jefe cuando dice: ‘Ninguno
puede servir a dos señores: a Dios o al dinero’. Dios y las riquezas. No dice
Dios y –no sé– la enfermedad, o Dios y cualquier otra cosa: el dinero. Porque
el dinero es el ídolo. Lo vemos ahora, ¿no? En este mundo donde el dinero
parece que manda.
El dinero es un instrumento hecho para
servir, y la pobreza está en el corazón del Evangelio y Jesús habla de este
desencuentro: dos señores, dos jefes. O me alisto con este o con este. O me
pongo de parte de este que es mi Padre o de parte de este que me hace esclavo. Y
después la verdad: el diablo siempre entra por el bolsillo, siempre. Es su
puerta de entrada. Se debe luchar por hacer una Iglesia pobre para los pobres
según el Evangelio, ¿no? Se debe luchar.
Y cuando yo veo Mateo 25, que es el
protocolo sobre el que nosotros seremos juzgados, entiendo mejor qué significa
‘una Iglesia pobre para los pobres’: las obras de misericordia, ¿no?, en Mateo
25. Es posible pero siempre se debe luchar porque la tentación de la riqueza es
muy grande. San Ignacio de Loyola nos enseña en los ejercicios que hay tres
escalones: el primero la riqueza que comienza a corromper el alma, después la
vanidad, las pompas de jabón, una vida vanidosa, el aparentar, el figurar… y
después, la soberbia, el orgullo. Y de allí, todos los pecados. Pero el primer
escalón es el dinero, la falta de pobreza. Por eso no es fácil, y necesita
continuamente reflexionar, examinarse…
Una pregunta personal, si es posible:
hablando de sí mismo, usted a menudo se ha definido como un pecador al cual el
Señor ha mirado. Le quería preguntar: ¿cuáles son las tentaciones de un Papa y
cómo explicaría a quien no es creyente, a quien no tiene el don de la fe, esta
experiencia de ser mirado por el Señor? ¿Cómo la cuenta, cómo la explica?
Papa Francisco: Las tentaciones del Papa
son las tentaciones de cualquier persona, de cualquier hombre. Según las
debilidades de personalidad, que el diablo siempre usa para entrar, que son la
impaciencia, el egoísmo, después un poco de pereza… puede suceder, pero entran
todas, todas…
Y las tentaciones nos acompañan hasta el
último momento, ¿no? Los santos han sido tentados hasta el último momento, y
Santa Teresa del Niño Jesús decía que se debe rezar mucho por los moribundos porque
el diablo desencadena una tempestad de tentaciones, en ese momento, ¿no? Y
también a ella. Ella ha sido tentada en la desconfianza, de falta de fe, ¿no?
Seca como una piedra. Pero logró fiarse del Señor, sin sentir nada y sí venció
la tentación.
Y decía por esto que es importante rezar
por los moribundos. ‘La vida del hombre es una milicia sobre la tierra’, dice
el libro, uno de los sapienciales. Es luchar para vencer las tentaciones.
Siempre nos acompañarán. Respecto a esa expresión, es una experiencia, esa que
yo he tenido, ese 21 de septiembre, que entré en la iglesia… yo era un joven
practicante, pero al agua de rosas. Y vi a un sacerdote que no conocía, me
confesé y salí diferente y cambié, Y desde ahí hasta hoy, el Señor continúa
mirándome con misericordia y salvándome. Así vivo mi experiencia.
Querría preguntarle una cosa sobre los
presos. Usted hace dos semanas recibió en Roma a los reclusos y dijo que a
menudo se pregunta –y quizás deberíamos hacerlo todos– ‘por qué no yo, por qué
ellos y no yo’. ¿Qué debemos decir y hacer para entender esto y qué debemos
hacer frente a las leyes?
Papa Francisco: La primera parte de la
pregunta. El otro día llamé, el domingo pasado, a uno que conocía, en la cárcel
de Buenos Aires, y le he preguntado: ‘¿cómo estás?’ ‘Bien…’. Busco,
cuando tengo un poco de tiempo, poder llamar, telefonear a los presos que he
conocido cuando los visitaba porque tengo este sentimiento: ¿por qué él y no
yo? Si yo… pero el Señor tiene motivos suficientes para mandarme a la cárcel, y
él lo ha cubierto… Porque un preso no es castigado al final, es castigado
cuando empieza, puede ser castigado cuando inicia y yo he tenido muchos inicios
de cosas feas y he tenido en mi vida que si el Señor hubiese quitado la mano de
encima mío… esto es el ‘por qué ellos y yo no’.
Y después hay un pensamiento entre nosotros que es una idea difundida: ese
que está en la cárcel es porque ha hecho alguna cosa fea. Que la pague. La
cárcel como castigo. Y esto no es bueno. La cárcel es como un ‘purgatorio’,
pensemos, es decir, para prepararse para la reinserción. No hay una verdadera
pena sin esperanza. Si una pena no tiene esperanza no es una pena cristiana, no
es humana. Por eso, la pena de muerte no está bien.
Sí, usted me podrá decir que en el 400, en
el 500, ataban a los criminales, la pena de muerte, con la esperanza de que
fuesen al Paraíso, ahí estaba el capellán que te mandaba al paraíso. Pienso en
el gran don Cafasso, allí, al lado de la horca. Pero era otra antropología,
otra cultura. Hoy no se puede pensar así. También los prisioneros de por vida,
así frío, es una pena de muerte un poco encubierta. ¿Pero en el caso de una
persona que por sus características psicológicas no de una garantía de
reinserción? Hay forma de reinsertarlo con el trabajo, con la cultura en el
interior de un cierto régimen de cárcel, pero en la que él se sienta útil en la
sociedad, despierto, y el alma es cambiada, no es aquello que ha hecho el reo,
un criminal, sino uno que ha cambiado su vida y ahora hace algo en la cárcel
que lo reinserta y se siente con otra dignidad. Esto es importante. Pero el
muro sea de muerte, sea cadena perpetua, así, como pena– no ayuda. No sé si me
he explicado.
Y después, algo que me da mucha ternura
cuando miro –o miraba en Buenos Aires– la cola para entrar a la visita en la
cárcel: las madres. Mujeres que no tienen vergüenza de hacer la fila, delante
de toda la ciudad, porque pasan los buses, pasa la gente… ‘Es mi hijo: yo voy’.
Cuánto amor ¿eh? Una madre... También esposas que van allí y que sufren tantas
humillaciones por entrar, pero también la humillación de hacer la cola delante
de todo el mundo. Esto a mí me ha hecho mucho bien y me ha hecho preguntarme:
‘¿Yo doy la cara por mis fieles, por mis cristianos? ¿O no?’. Para mí ha sido
motivo de reflexión, me ha hecho mucho bien ver a estas mujeres valientes.
Santidad, Usted ha dicho que la actitud
humana más cercana a la gracia divina es el humor: una afirmación que puede
parecer un poco extraña en boca de un Papa. ¿Por qué? ¿Quizás porque se
necesita haber recibido una gran gracia, un gran don para ser capaz de reírse
de los propios defectos?
Papa Francisco: El sentido del humor es
una gracia que yo pido todos los días, y rezo esa hermosa oración de Santo
Tomás Moro: ‘Dame, Señor, el sentido del humor’; que yo sepa reír ante una
broma. Es muy hermosa esa oración. Porque el sentido del humor te lleva, te
hace ver lo provisional de la vida y tomar las cosas un espíritu de alma
redimida. Es una actitud humana, pero la más cercana a la gracia de Dios.
Conocí un sacerdote –un gran sacerdote, un
gran pastor, por citar uno– que tenía un sentido del humor grande, pero hacía
mucho bien con él, porque aligeraba las cosas: ‘Lo absoluto es Dios pero esto
se organiza, si puedes… estate tranquilo…’: pero sin decirlo así, sabía hacerlo
sentir, con el sentido del humor. Y de él se decía: ‘Pero este sabe reírse de
los otros, de sí mismo, también de su propia sombra’. Es esa capacidad de ser
un niño ante Dios. Bendecir al Señor con una sonrisa y también una broma bien
hecha.
Una de las obras de misericordia
espirituales, señaladas por el Catecismo de la Iglesia Católica, como
usted mismo recordó en la audiencia general del miércoles, es soportar
pacientemente a las personas molestas, que no faltan nunca. ¿Qué le resulta más
difícil de soportar: los insultos de sus detractores o la fingida admiración de
sus aduladores?
¡Lo segundo! Tengo alergia de los
aduladores. Alergia. Me ocurre de manera natural, ¿eh?, no es una virtud.
Porque adular a otro es usar a una persona para un uso, de forma oculta o
visible, pero para conseguir algo para sí mismo. Es indigno. Nosotros, en
Buenos Aires, en nuestro argot porteño, a los aduladores les llamamos
“chupamedias”, que es el que se pasa todo el día chupando el calcetín del otro.
Y es un poco feo que un hombre bien hecho se ponga a mordisquear los calcetines
de otro. Y a mí, cuando me alaban, incluso por alguna cosa que ha salido bien,
pronto uno se da cuenta si te alaban alabando a Dios, “¡está bien, bravo,
adelante, esto se debe hacer!”, y cuando se hace para “darse aceite”.
En cuanto a los detractores…, los
detractores hablan mal de mí porque me lo merezco, porque soy un pecador: o al
menos eso quiero pensar (risas). Aquello que no me hace pensar, no me preocupa.
¡Pero usted no se merece esto! No. Pero, por aquello que no sabe. Y así
resuelvo el problema. Pero el adulador es…, no sé cómo se dice en italiano, es
como el aceite…
¿Qué les responde a quienes, entre ellos
muchos cristianos, piensan que la misericordia alarga las mangas de la justicia
y entonces es injusta; a quienes piensan que la misericordia no puede ser la
respuesta –por ejemplo– a quien nos persigue o quizás también por un miedo
justificado, construye muros para defenderse en lugar de puentes?
Papa Francisco: Sí, al final existe el
problema de la rigidez moral detrás de esto, ¿no? El hijo mayor era
un rígido moral: ‘Este ha gastado el dinero en una vida de pecado, no merece
ser recibido así’. La rigidez: siempre el puesto del juez. Esa rigidez que no
es la de Jesús. Jesús reprobará a los doctores de la Iglesia: mucho, mucho
contra la rigidez.
Un adjetivo les dice a ellos que no
querría que me dijese a mí: hipócrita. Cuántas veces Jesús dice este adjetivo a
los doctores de la ley: hipócritas. Basta leer el capítulo 23 de Mateo:
‘Hipócrita’. Y hacen teoría, la misericordia sí… pero la justicia es
importante. En Dios –y también en los cristianos, porque está en Dios– la
justicia es misericordiosa y la misericordia es justa. No se puede separar: es
una cosa sola. ¿Y como se explica? Ve a un profesor de teología que te lo
explique… Y después el Sermón de la Montaña, en la versión de Lucas, viene el
Sermón de la llanura. ¿Y cómo termina? Sean misericordiosos como el Padre. No
dice: sean justos como el Padre. ¡Pero es lo mismo!
Justicia y misericordia en Dios son una
sola cosa. La misericordia es justa y la justicia es misericordia. Y no se
pueden separar. Y cuando Jesús perdona a Zaqueo y va a almorzar con los
pecadores, perdona a la Magdalena, perdona a la adúltera, perdona a la
samaritana, ¿es un ‘manga-ancha’? No. Hace la justicia de Dios, que es
misericordia.
Y otra pregunta que le quería hacer es:
¿La experiencia de la misericordia nos obliga a decir algo también al mundo de
las instituciones, de la política, de los estados?
Papa Francisco: Solo diré una palabra
que he aprendido de un anciano sacerdote. Y me viene decirle ‘anciano’ aunque
tiene 4 años menos que yo, pero para mí es un anciano, porque es un sabio. Es
curioso: yo me siento pequeño, joven ante él porque tiene esta sabiduría de la
ancianidad.
Y él ha enseñado una palabra sobre la
enfermedad de este mundo, de esta época, de este tiempo: la cardioesclerosis.
Creo que la misericordia es la medicina contra esta enfermedad, la
cardioesclerosis, que está en la base de esta cultura del descarte: ‘Pero esto
no sirve, este anciano a la residencia de ancianos, este niño que viene, no,
no, no: enviémoslo al remitente’ y se descartan. ‘No, tenemos que tomar esta
ciudad en la guerra; ¿qué otra? Pero arrojamos las bombas. Donde caen: en los
hospitales, en las escuelas… Son gente que se descarta.
Y en la base de esta cultura del descarte
está la cardioesclerosis, que creo es una de las enfermedades más graves de
este momento. La incapacidad de sentir ternura, de acercarse… el corazón duro…
‘Yo debo ir sobre este tema y no me interesa lo demás’. Y no pienso en tantas
cosas feas que se hacen en el camino para ir allí. No sé si le he respondido a
la pregunta porque la he escuchado y he ido por este camino.
Siempre sobre la misericordia, hay una
doble vía para pensar en un doble pensamiento: respetar al otro, respetar a uno
mismo… En cualquier caso, ¿cuánto se puede respetar la relación entre miembros?
¿Cómo se puede construir un mundo más compasivo?
Papa Francisco: Pensemos en esta
tercera guerra mundial que estamos viviendo, porque estamos en la tercera
guerra mundial, aunque a trozos, ¿no? Aquí, aquí, aquí…, pero estamos en
guerra. Se venden armas y las venden los fabricantes y traficantes de armas. Y
se las venden a los dos bandos en guerra, porque se gana dinero, ¿no?, con el
tráfico de armas… Hay una gran dureza de corazón, no hay ternura. El mundo de
hoy necesita una revolución de la ternura. ‘Pero, Dios…’, dejémoslo ahí. Dios
se hizo tierno, Dios se ha acercado a nosotros. Pablo dice a los filipenses:
‘Jesús se despojó a sí mismo para acercarse a nosotros, se hizo hombre como
nosotros’. Cuando hablamos de Cristo, no olvidamos la ‘carne’ de Cristo. Y este
mundo tiene necesidad de esa ternura que sugiere a la carne acercarse a la
carne sufriente de Cristo, no hacerle sufrir más. Creo que los Estados que
están en guerra deben pensar bien que una vida vale mucho, y no decir: “Pero
una vida no importa, me importa el territorio, me importa esto…”. ¡Una vida
vale más que un territorio! Y para los fabricantes de armas, para los
fabricantes de armas la cosa que menos vale es una vida. Esta es una palabra
que me decía un alemán: “Hoy, la cosa que menos vale es la vida”.
La última pregunta Santidad: dentro de un
mes cumplirá 80 años...
Papa Francisco: ¿Quién? ¿Yo? (risas)
Usted. Sus días, lo vemos, están siempre
llenas de compromisos, los pensamientos seguramente no le faltan. A veces le
vemos cansado y ni siquiera le vemos estresado alguna vez como lo estamos
muchos de nosotros, que vivimos en una sociedad donde el estrés y también la
depresión son enfermedades sociales. ¿Cómo lo hace? ¿Tiene algún secreto que
quiera compartir?
Papa Francisco: ¿Hay un té especial? No
sé cómo lo hago, pero… yo rezo: eso me ayuda mucho. Oro. La oración es una
ayuda para mí, es estar con el Señor. Celebro la Misa, rezo el breviario,
hablo con el Señor, rezo el Rosario… Para mí la oración ayuda mucho.
Después, duermo bien: es una gracia del
Señor esta. Duermo como un tronco. El día de las réplicas del terremoto no he
sentido nada. Todos lo han sentido, la cama que parecía bailar… No, de verdad,
duermo seis horas, pero como un tronco. Quizás esto ayuda a la salud… Tengo mis
cosas, ¿no? El problema de la columna que está bien de momento, y hago aquello
que puedo, no más. En ese sentido, me mido un poco. Pero no sé qué decirle. Es
una gracia del Señor… no sé.
Gracias Santidad y felicidades
adelantadas…
Papa Francisco: Gracias a ustedes por lo
que hacen con la comunicación y la proclamación de la Palabra del Señor, los
testimonios cristianos, de la vida de la Iglesia, de la vida de la gente, de la
vida de los pobres, de la vida de esas personas que tienen más necesidad de
nuestra ayuda. Y no olviden que la enfermedad más grande, hoy, es la
cardioesclerosis y que requiere una revolución de la ternura.
Fuente:
ACI Prensa