¿Qué sucede cuando
desaparece el catolicismo?
Cuando terminó de comer, el hombre
“declaró, con gesto sereno: ‘La calma y el descanso del Alma fallecida’, por
quien acababa de empeñar su propia Alma”. El hombre en cuestión era nada menos
que un comepecados.
Hablamos del “trabajo autónomo peor
pagado de la historia”, según lo denominaba el sitio web Atlas Obscuraen una historia
reciente. El comepecados ofrecía a la buena gente de la ciudad un
pasaje gratuito para librarse del infierno. Según parece eran personajes
comunes en Gales y en Inglaterra occidental en los siglos XVI y XVII, y tal vez
más tarde.
Los comepecados, por cierto, también
contribuyeron al título de la primera novela de la desconocida novelista galesa
católica, Alice Thomas Ellis, The Sin
Eater.
Pecados absorbidos
“La familia que contrataba al comepecados
creía que el pan literalmente absorbía los pecados del ser querido”, explica Atlas Obscura. “Una vez consumido, todas las
fechorías pasaban a la mano empleada. Tras completar el proceso, pesaban sobre
el alma del comepecados las malas obras de incontables hombres y mujeres de su
pueblo o ciudad”. Al sur de Gales el pan lo acompañaban con una cerveza, y al
norte de Gales, con leche.
Los comepecados eran pobres y recibían
pocos honorarios, aunque hay fuentes que denuncian que eran meros infieles que
solo querían dinero fácil y comida gratis. Según la Enciclopedia de Religión y Ética, un testigo del siglo XIX
informaba de que cuando un comepecados terminaba su tarea, “se desvanecía tan
rápido como le era posible de las miradas públicas; puesto que se creía que
realmente se apropiaba para su propio uso y beneficio de los pecados de todos
aquellos sometidos a la ceremonia, [el comepecados] era manifiestamente
despreciado en la comunidad —considerado como un simple paria—, como una
pérdida irredimible”.
El pobre comepecados garantizaba a las
personas (según dictaba la creencia) su entrada al Paraíso, y era odiado por
ello. Ya lo decía Oscar Wilde, ninguna buena acción queda sin castigo.
Debió resultar un sistema muy útil, ya
que uno podía hacer lo que quisiera sabiendo que, una vez muerto, algún
desdichado asumiría el castigo que correspondía al muerto. El escritor de Atlas Obscura observa que las gentes
“adaptaban su propias costumbres para hacer cabida a la práctica”.
También era uno de los peores abusos
imaginables contra los pobres. Ni el propietario más despiadado de una fábrica
llegó a pedir nunca a los desgraciados que explotaba que se condenaran a sí
mismos en su lugar. Supongo que el comepecados hasta podría resolver ese
problema, porque absorbería todos tus pecados, incluyendo el de abusar de los
comepecados.
Una sustitución
Es una curiosidad histórica, pero la
traigo a colación debido a algo que incluso el escritor de Atlas Obscura indica. Los comepecados parece que surgieron como
sustitutos para las creencias y sacramentos católicos que los reformadores
ingleses habían quitado al pueblo.
Según explica Ruth Richardson en Death, Dissection and the Destitute[Muerte,
disección e indigencia], los legos mantenían algunas creencias y prácticas que
antes eran aceptadas por los teólogos y la Iglesia, pero que con la Reforma
fueron rechazadas. Los funcionarios (con algunas excepciones, como san Juan
Fisher durante la Reforma inglesa), lo tenían fácil para cambiar con los
tiempos. El pueblo, en su mayor parte, no tanto.
Es una verdad que se dejaba ver en
especial en los rituales fúnebres, un siglo o más tarde después de que la
Reforma reconstruyera la vida religiosa de la gente. En el comepecados, la
escritora percibe la supervivencia de “una vaga creencia en una forma
intermedia de limbo o purgatorio, entre la muerte y el juicio” y “la suposición
de los supervivientes de una capacidad para afectar el destino del alma de un
difunto”.
Las personas ya no sabían mucho, si es
que sabían algo, sobre el estado
purificador del purgatorio, ni de la consolación de las últimas
exequias, ni de las indulgencias, ni las misas y oraciones por los difuntos.
También tenían pocos recuerdos de una misa de réquiem, o de una comida comunal,
simbólica pero efectiva, vinculada al entierro. Querían estas cosas que no
podían recordar y terminaron evolucionando hacia una mala imitación como
sustitución.
Paganismo en el paganismo, dirían algunos
de mis amigos protestantes más teológicos. La práctica y la creencia católicas
en estas cuestiones es un paganismo con una forma cristiana y, por supuesto, la
versión degenerada sería incluso más pagana. Los católicos, con nuestro
purgatorio, misas por los difuntos y todo eso, no somos diferentes de los
paganos que llevan el pollo expiatorio al sacerdote para sacrificarlo en el
templo, a la espera de lluvia o de sanación.
El paganismo siempre tienta al ser
humano. Cierto. Pero el catolicismo no es paganismo. Nuestra misa es un sacrificio no porque
seamos paganos, sino porque el ser humano es una criatura sacrificatoria, y el
Dios que nos creó de esa forma nos ha ofrecido el sacrificio auténtico y
perfecto.
El hombre siempre tendrá un recuerdo
vago, si su cultura fue católica una vez, o quizás una intuición esperanzadora,
si no lo fue, de una oportunidad de quedar limpio de los pecados tras la muerte
y de maneras en las que los vivos pueden ayudar a los muertos. Es nuestro
anhelo de buenas noticias. Y las encontramos cuando encontramos el Evangelio.
El horror del comepecados es prueba de lo que sucede cuando son arrebatados los
dones de Dios recibidos a través de la Iglesia católica.
EXTRA:
Se pueden descubrir prácticas similares
en otros lugares. Richardson, en Death,
Dissection and the Destitute, registra una creencia en Yorkshire en
la década de 1890: “Cuando bebes vino en un funeral, cada gota que bebes es un
pecado que cometió el difunto. De ese modo desposees al difunto de sus pecados
y los cargas sobre ti mismo”.
Fuente: Aleteia