Cuando se abrió su tumba años después y se halló su cuerpo incorrupto. Fue beatificada en 1710 por el Papa Clemente XI
La reina Lucy es uno de los personajes más importantes de la saga de
fantasía Las Crónicas de Narnia, escrita por CS Lewis. Ella fue la primera de
los cuatro hermanos Pevensie en descubrir el mundo de Narnia donde vivió
increíbles aventuras. Lo que pocos saben es que ella existió en la vida real: fue una beata italiana que recibió los estigmas.
El personaje está inspirado en la mística Lucía de Narni. La traducción al
inglés de Lucía es Lucy; y Narni es una ciudad ubicada entre Asís y Roma en
Italia.
El biógrafo de CS Lewis, Walter Hooper, explica que el escritor visitó
Narni y como le gustó el nombre en latín (Narnia), decidió usarlo para su mundo
de fantasía.
Así como Lucy de Narnia creyó en Aslan, el personaje del león que puede
entenderse como una representación de Cristo en el libro, Lucía fue una niña
muy piadosa que tuvo una fe muy grande que resistió las diversas adversidades
por las que atravesó.
Lucía nació en Narni a finales del siglo XV en el seno de una familia noble. De niña se dedicaba a orar y se entretenía decorando altares y
orando.
Cuando tenía cinco años estaba rezando ante la imagen de la Virgen en
una iglesia y le pidió que le diese al niño que llevaba en brazos. El niño de
piedra se convirtió en uno de carne y Lucía lo cuidó durante tres días hasta
que este regresó por sus propios medios a su sitio en el templo.
También tuvo muchas visiones donde se le aparecían los santos. En su
corazón se gestó el deseo de hacer un voto de castidad y consagró su corazón a
Dios. Lucía rechazó a varios pretendientes. Sin embargo, un día la Virgen María
le dijo en una visión que debía ser como ella: casada y virgen.
Cuando era adolescente su padre murió y su tío decidió casarla de
inmediato. Fue prometida al Conde Pietro de Milán, que era amigo de su familia.
Él aceptó que Lucía mantuviera su voto de castidad siendo su esposa.
Además de sus obligaciones como condesa, Lucía se dedicó a atender a los
pobres. Ella misma horneaba el pan que les entregaba asistida, según dice la
tradición, por varios santos.
Mantuvo una intensa vida de oración y penitencia. No se dejó deslumbrar por
el lujo de su entorno y llegó a trabajar como una criada más en su casa.
Su estilo de vida irritó a su marido y comenzó a humillarla, incluso la
encerró en una bodega por sus “extravagancias”. Al final Lucia se marchó y fue
admitida en la Orden Terciaria de los Dominicos.
Fue enviada a Viterbo y se convirtió en la abadesa del convento. Ella
siguió teniendo visiones místicas y allí recibió los estigmas. En una ocasión
su esposo la visitó y años más tarde él también ingresó a la orden de los
franciscanos.
A petición del Duque de Ferrara y por mandato del Papa Julio II, Lucía
partió a Ferrara donde fundó un nuevo monasterio y se dedicó a formar a las
jóvenes. Cuando murió el duque, las religiosas que estaban celosas de ella la
humillaron, la calumniaron y la nueva abadesa la encerró.
Todas estas penas no quebrantaron el espíritu de Lucía y ella continuó
manteniéndose firme en su amor por Cristo durante los siguientes 38 años que
duró su encierro. Su salud se debilitó y falleció el 15 de noviembre de 1544, a
los 60 años.
Cuando se abrió su tumba años después y se halló su cuerpo incorrupto. Fue
beatificada en 1710 por el Papa Clemente XI.
Fuente: ACI