Perdonar de boca para fuera es muy fácil. Lo
difícil es perdonar de corazón
No
hay escapatoria. En determinado momento de la vida, alguien te
dirá cosas que no querías o deberías oír, o te hará algo
que nunca esperabas. Palabras duras, pesadas, que
herirán y harán sangrar.
Actitudes fuertes, que atormentarán
tu sueño y desencadenarán noches de insomnio. Peor aún, cuando esas
palabras las diga algún ser querido del que nunca te lo esperarías. Siendo así,
¿qué hacer?
La verdad es que la mayoría
de nosotros siente una enorme dificultad en lidiar con situaciones
de este tipo.
Te quedas pesado, triste,
perturbado con una pesadilla que siempre se repite. Escuchando, siempre que se
hace el silencio, el eco del sufrimiento recorriendo la
mente y el corazón. Pasamos a alimentar un monstruo dentro de nosotros,
que nos sofoca, porque se nutre del odio que llevamos. Un fardo
incómodo que nos impide seguir adelante.
De esa forma, el odio se
acaba volviendo una especie de grillete que nos encadena al
pasado, quitándonos la capacidad de vivir el presente y ver lo que
hay de positivo en nuestra vida. Se produce, incluso, una visión
totalmente negativa del ser humano, en que se realzan de tal manera los
aspectos negativos presentes en las personas, que se impide ver la belleza que
pueda haber en ellas.
En otras palabras,
el odio nos vuelve ciegos y, aunque este se haya desencadenado
por un mal causado por otros, no debemos alimentarlo, porque, a fin de
cuentas, nosotros somos los principales perjudicados, ya que nos roba
completamente nuestra energía y como se dice en la
película “Historia Americana X” – “La vida es muy corta para
estar todo el tiempo enfadado”.
Sé que muchas cosas que nos
suceden son difíciles de perdonar, porque la verdad es que
cada vez que confiamos en alguien, nunca esperamos que esa persona rompa el
sentimiento que depositamos en ella, aunque hayas sido defraudado antes. Por
eso, duele tanto cuando una persona nos defrauda, porque esperábamos
que esta vez sería diferente.
Sin embargo,
esto siempre sucederá. Sea con nuevas personas a las que conocemos, sea
con aquellos a quienes más queremos, y el odio estará siempre rondando,
dispuesto a volver, como la sequía que atormenta el páramo.
Pero guardar angustia,
rencor, odio, nunca será la mejor opción, pues cuando lo alimentamos,
es difícil huir de sus amarras y, así, todo se vuelve infierno
sólo queremos que sigue ardiendo, sin aliviar el dolor, una
autoflagelación ininterrumpida, que reabre continuamente las heridas.
Pienso que por más que haya
personas que nos hagan daño, si sabemos mirar, siempre habrá otras que nos
abracen. A veces, las cosas dependen de una mirada en perspectiva,
para que podamos percibir que el perdón no es una forma de pasividad
o de librarse de quien nos hizo el mal, sino que perdonar es lo mismo que decir
que, aun estando hundidos, somos capaces de ser luz en la oscuridad y que no
vamos a desperdiciar nuestra energía en el odio. El mundo ya está lleno de
odio, cuando lo que necesita es el amor.
Fuente: Aleteia