Ser capaz
de recoger la alegría de cada momento es un verdadero arte
Disfrutar de las pequeñas alegrías de la
vida es una fuente de alegría. Un paseo. Un abrazo. Una palabra agradable.
Una película. Un buen partido. Un tiempo de silencio. Un día mirando paisajes.
Una conversación honda y fácil. Un día de compras. Unas risas sobre cualquier
tema.
Una conversación profunda. Un intercambio
enriquecedor. Unas palabras de aliento. Un “te quiero”.
Un “siempre estoy contigo”. Un “te comprendo”. Un “para siempre”. Un día de no
hacer nada. Una tarde de juegos. Una excursión a cualquier parte. Una mirada
sincera.
¿Cuáles
son esas pequeñas alegrías de mi vida? ¿Las cultivo para llenar el alma de paz? Decía el padre
José Kentenich: “En este
tiempo tan pobre de alegrías sería una tarea importante: gozar de las ‘gotitas de miel’, de las pequeñas alegrías
donde Dios se nos ofrece. Es el arte de alegrarse, el arte de educar a los
demás en la alegría”.
Pienso en tantas pequeñas alegrías que hay
en mi vida. Tengo muchas. A veces no les doy importancia y sigo el camino.
Corro el peligro de quedarme en lo que me falta. Detenerme en lo que no
funciona. Llorar tras una derrota. Lamentar lo que ya no existe. Y no disfrutar
de lo que tengo.
A veces no sé alegrarme aquí y ahora. En un
presente continuo que me da vida y esperanza. Ser capaz
de recoger la alegría de cada momento es un verdadero arte. Vivir en presente.
Saborear las cosas sencillas de la vida.
Una vez un hombre postrado en cama a causa
de una enfermedad incurable le decía a su esposa: “Perdóname. Porque no puedo darte todas
esas cosas que te hacen feliz. Un paseo por el campo, un viaje romántico, una
ida a un lugar precioso. No puedo moverme de esta cama. Y tú sólo puedes
curarme. Perdóname”.
Y su esposa le dijo conmovida: “No necesito paseos maravillosos, ni
conocer lugares increíbles. No necesito lugares románticos, ni aventuras
inolvidables. Para mí, el plan más duro, más triste, más complicado es toda una
aventura si estás tú, es el más maravilloso y vivirlo contigo es el mayor tesoro.
Y el plan más maravilloso sin ti, no merece la pena. Te lo aseguro. No lo
cambio por nada. Puedo estar contigo. Puedo cuidarte. Eso me basta”.
Me impresionó oír esas palabras. A veces
deseamos viajes impresionantes. Ir a lugares mágicos. Recorrer rutas
increíbles. Y pensamos que haciéndolo seremos más felices. Pero luego nos frustramos.
Aun en los lugares más impresionantes, la
capacidad de ser felices y hacer felices a los otros está en mis manos. Puedo
aprovecharla o puedo desaprovecharla.
¿Cuáles
son mis rutinas sagradas? ¿Cómo son esos momentos en los que bebo el agua de la alegría?
Esas cosas sencillas que son tan importantes en la vida familiar. Las rutinas
familiares que se llenan de vida.
Decía el papa Francisco en Amoris Laetitia: “A los matrimonios jóvenes también hay
que estimularlos a crear una rutina propia, que brinda una sana sensación de
estabilidad y de seguridad, y que se construye con una serie de rituales
cotidianos compartidos. Es bueno darse siempre un beso por la
mañana, bendecirse todas las noches, esperar al otro y recibirlo cuando llega,
tener alguna salida juntos, compartir tareas domésticas. Pero al mismo tiempo
es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en
familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas. Necesitan
sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el entusiasmo por
vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la energía del amor, lo
libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la rutina diaria”.
Se trata de vivir con ilusión la rutina. Y de aprender
a celebrar con alegría las fiestas de la vida. Disfrutar el
momento. Aprender a reír juntos. Las fiestas especiales. La rutina llena de
vida.
CARLOS
PADILLA ESTEBAN
Fuente: Aleteia