Para vivir la vida real
El fin de año es momento
de hacer propósitos. ¿Cómo podemos mejorar la vida de nuestro hogar en 2017?
Rápidamente se nos viene uno a la cabeza: menos pantallas, particularmente para
los niños. Solo lo necesario. Menos computador, menos televisión, menos tablets,
menos smartphones: son una plaga. Y más vida real.
Las
pantallas nos quitan mucho tiempo valioso:
detrás del video interesante, viene otro y sigue otro; detrás de la noticia
atrayente, sigue la sugerida, y luego la otra de titular explosivo, y luego ese
link con la publicidad “sabiamente” dirigida… y cuando nos damos cuenta, pueden
haber pasado varias horas.
Verlas demasiado tiempo
vuelve a los usuarios entes pasivos: se recibe, se recibe y no
se actúa, y por tanto el espectador se torna pasivo, dormilón, perezoso,
“pantuflero”.
Y nos quitan el
contacto con la realidad, que con mucha frecuencia es mucho más rico
que el contacto mediado por pantallas: nada más agradable, por ejemplo, que un
compartir en torno a una buena taza de café junto a gente agradable.
Las pantallas introducen
ritmos psicológicos acelerados que aniquilan los procesos naturales
del hombre: ¿No se han dado cuenta que con muchísima frecuencia, y en los
programas que más atraen, todo es rápido y dramático, excitante? Claro, porque
con eso se logra tener pegado al pobre conejillo de indias a la pantalla.
Pero justamente el
hombre no está hecho para vivir experiencias extremas en todo momento. También
experiencias culmen, pero mezcladas con calmas rutinas, y con espacios de
tranquila reflexión y/o acción. Y las consecuencias sobrevienen después,
particularmente cuando el hombre enviciado en lo extremo-agitado quiere repetir
en su vida lo que vio en la pantalla; de ahí los nerviosismos, ansiedades,
depresiones, trastornos de déficit de atención, etc.
“Una vida sin pantallas,
¡qué cosa más aburrida!”, dirá más de uno. Esa afirmación sería la prueba del
dominio que ejercen las “pantallas”. ¿Era muy aburrida la vida antes de las
pantallas? En absoluto, podía ser la mar de entretenida. La gente en sus
tiempos libres salía a pasear, visitaba amigos.
Aún los niños
pueden aprender y practicar un instrumento musical; pueden aprender de danzas
folclóricas; pueden introducirse en cualquiera de las diversas artes; pueden
aprender otro idioma, o reforzar sus habilidades de lectura; pueden aprender
poesía y declamarla en el hogar; pueden aprender de cocina, o practicar un
deporte, o pueden simplemente aprender a conversar en familia o con amigos, a
escuchar a los otros y hacerse escuchar de los otros.
A veces, cuando se
reúnen dos o tres alrededor de una mesa, o en una sala de estar, no saben de
qué conversar… Muchos hechos pasaron sin pena ni gloria, sin dejar huella,
porque no se meditó, porque no se reflexionó, porque no se criticó,
porque solo se vivieron con las capacidades animales del hombre, de
forma sensible pero sin profundidad.
Para las familias
enviciadas con las pantallas, con niños enviciados en pantallas, un consejo
práctico: hagan horarios de tiempo libre.
De tal hora a tal hora,
lectura de tal cosa; de tal hora a tal hora, sacar el perrito al parque; de tal
hora a tal hora, práctica del instrumento (puede ser hasta una flauta); de tal
hora a tal hora, lectura de historia sagrada; de tal hora a tal hora, ayudarle
a la mami a poner la mesa y preparar la comida; de tal hora a tal hora preparar
lo del día siguiente; de tal hora a tal hora, ir a visitar a los niños vecinos;
de tal hora a tal hora… ahí irán apareciendo las actividades interesantes.
Es claro que deben ser
cosas amenas, adecuadas a cada edad; pero incluso cosas que parecen aburridas,
se van haciendo interesantes con la práctica. Al principio, un poco de
esfuerzo. Después la cosa se encarrila, el río va fluyendo.
Y se va viviendo, la
vida real. Que puede ser, además de instructiva y formativa, la mar de
entretenida.
Saúl Castiblanco
Fuente: publicado en
Gaudium Press