Cerca de la mitad de los
migrantes en el mundo son menores de edad. La mayoría viajan solos
Migran
Los podemos encontrar en las calles de la
República Dominicana, en Italia, Grecia, Turquía, México o España. El Papa
dedicó su mensaje de la Jornada Mundial de las Migraciones a estos
niños, desprotegidos por los gobiernos y carne de cañón para traficantes y
redes de prostitución
Las plaza principal de
Dajabón, una localidad fronteriza con Haití situada en el noroeste de la
República Dominicana, está repleta de niños. Muchos no tienen más de 7 años.
Duermen en la calle y mendigan a los viandantes para poder comprar algo de
comida.
Son inmigrantes haitianos, menores huidos de la devastación natural e
incompetencia política que en la última década ha dejado en la ruina a su país.
Algunos son huérfanos, repudiados y maltratados por sus familiares más
cercanos. Otros quieren trabajar para dar una vida mejor a sus parientes. Todos
creen que en Dominicana encontrarán su salvación.
Esa plaza dormitorio fue
lo que se encontró el sacerdote Mario Serrano, coordinador del Servicio Jesuita
a Refugiados en República Dominicana y responsable de migraciones en el CELAM
(Consejo Episcopal Latinoamericano), cuando llegó a la ciudad de Dajabón hace
un par de años. El idioma fue la primera herramienta de acercamiento. «Como
hablo creol –criollo haitiano– sintieron pronto familiaridad conmigo. Empecé
llevándoles la cena cada noche y compartiendo con ellos ese ratito. Poco a poco
me contaron cuáles era sus deseos: querían comer, un lugar donde dormir, poder
bañarse y, sobre todo, querían ir a la escuela».
Como los jesuitas en
Dajabón ya tenían albergues de paso para alojar a los migrantes que cruzan
incesantes la frontera entre ambos países, «el segundo paso fue invitarlos al
centro a desayunar. Cada día venían entre 30 y 40 niños», pero no era
suficiente. «No queríamos que esos pequeños volvieran a mendigar el resto del
día».
El 24 de diciembre de 2014, Nochebuena, los jesuitas en República
Dominicana levantaron el Hogar de Cristo, una casa con una capilla anexa donde
hay permanentemente una media de 30 niños que rezan, comen, aprenden y juegan.
«Los comienzos no fueron fáciles. De hecho, el día que abrimos las puertas no
había ni agua para que los chavales pudieran asearse. Pero una vecina nos
ofreció su agua –un bien muy preciado– y su patio para que pudieran dormir
limpios. Fue un gesto muy simbólico», recuerda Serrano. Aquella vecina es ahora
la cocinera.
Benji el rescatado
Algunos niños no están
más de una semana en el centro, porque su objetivo es llegar a la capital,
Santo Domingo, donde creen que podrán encontrar trabajo y una vida mejor.
Otros, como Benji, permanecen en el centro durante meses. «Una de mis primeras
noches en Dajabón salí de noche y me encontré a un niño de seis años vagando
sin rumbo fijo. Tenía los ojos tristes y anémicos, pero no me pidió nada. Ni
comida, ni agua, ni dinero, nada…». El sacerdote le llevó a la oficina central
de los jesuitas, donde se aseó, comió… y se quedó. «Ahora Benji está en el
Hogar de Cristo y cada vez que me ve me abraza fuerte, con la alegría del que
ha sido rescatado». Otros solo cruzan la frontera que separa Haití de
Dominicana «para conseguir comida. Recuerdo a un niño que había venido a
trabajar en el campo y estaba sentado esperando a su patrón, que no acudió a
pagarle. Le di comida, zumo, panes… y esa misma noche cerrada, sin nada de luz,
volvió a cruzar la frontera solo para llevarle la comida a su abuela».
La labor de Mario
Serrano con los menores haitianos no es del todo comprendida. «En República
Dominicana estoy teniendo muchos problemas porque dicen que protejo a los niños
delincuentes de la calle», admite el sacerdote. Hubo incluso una protesta en la
plaza contra él. Pero «me siento alentado por el Papa, que ha destinado su
mensaje de migraciones de este año a los menores no acompañados. A nuestros
niños. Esto significa que este trabajo es importante y necesario».
Miles de niños solos en
Europa
Francisco, en su mensaje
para la Jornada Mundial de las Migraciones que la Iglesia celebra este domingo
ha pedido «protección, integración y soluciones estables» para los menores
inmigrantes, «el grupo más vulnerable, porque son invisibles y no tienen voz».
Además, ha advertido de la facilidad para que estos niños acaben en lo más bajo
de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un
instante el futuro de inocentes».
Que la comunidad
internacional y los gobiernos centren la mirada en los menores que migran es
una necesidad urgente. Según un reciente informe de ACNUR, de las 65,3 millones
de personas que huyeron hasta el año pasado de la guerra, la persecución o la
violencia en todo el mundo, cerca de la mitad son menores de edad. Y el número
va en aumento. Lo corrobora Unicef en el documento Un peligro en cada
etapa del camino, en el que la organización señala que de los 7.567 menores que
cruzaron el mar y llegaron a las costas italianas entre el 1 de enero y el 31
de mayo de 2016, el 92 % estaban solos. Cifra muy por encima de los que
llegaron en 2015, que representaban un 24 % del total.
«Estos niños no
acompañados dependen generalmente de los traficantes», advierten desde Unicef.
No es extraño que muchas menores lleguen a Europa embarazadas después de haber
sido violadas durante su periplo. Una vez llegan al continente europeo, la
prostitución no es una salida infrecuente si nadie se hace cargo de ellos.
Según datos proporcionados por el Centro Nacional griego para la Solidaridad
Social (EKKA) ahora mismo en Grecia existen 2.400 menores que deambulan por las
calles del país a la espera de conseguir dinero y contactos para continuar su
trayecto al norte del continente.
Estos chavales «terminan siendo esclavos de
las redes de traficantes, las drogas y la prostitución», según el Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia. Concretamente en Atenas hay un parque, el
Pedión Areos, donde cada noche hay decenas de muchachos inmigrantes afganos y
sirios que ofrecen sus servicios sexuales a cambio de unos pocos euros.
En España, es Melilla la
primera ciudad de acogida de la mayoría de los menores no acompañados que
llegan a nuestro país. En La Purísima, el centro público de tutela hay más de
300 niños viviendo, pese a que el centro tiene capacidad para alrededor de 150.
Aunque, según voluntarios de la ONG Prodein, «el centro es un descontrol
administrativo y formativo» e incluso se han dado casos de denuncias por malos
tratos a los chavales. Motivo por el que muchos prefieren quedarse dormir en la
calle, donde sobrevivir no es fácil. El año pasado fallecieron tres niños, uno
se cayó por el acantilado, otro murió en el agua y otro por el frío y los
efectos de esnifar pegamento.
Las otras fronteras
Europa no es el único
continente con miles de niños solos en su conciencia. Más de 27.000 menores
solos fueron detenidos entre octubre de 2015 y marzo de 2016 en la frontera
entre México y Estados Unidos, un 78 % más que hace un año. Solo de Honduras
cruzaron 10.000 menores de edad, según datos de la Conferencia Episcopal
Hondureña, que ha expresado su preocupación por las condiciones en que viven
estos niños y ha pedido a los gobernantes de cara al 2017 –año de elecciones–
que se frene la desigualdad, la exclusión y la corrupción para que estos
pequeños tengan una alternativa en su país.
Entre los miles de niños
que cruzan anualmente a Estados Unidos hay casos límite, como el de la pequeña
de 2 años salvadoreña que la policía tejana encontró a principios de año cruzando
el río Grande. La habían abandonado en la orilla mexicana y la pequeña solo
llevaba una camiseta con su nombre y varios números de teléfono escritos en la
tela. «Me dolió mucho haberla dejado, pero tenía que hacerlo», contó su madre
cuando fue localizada. Aludió a la pobreza y a la esperanza de poder reunirse
algún día con la niña en Estados Unidos.
Ante esta situación de desesperación
que viven los centroamericanos, que el Papa recordó en su discurso al cuerpo
diplomático el pasado lunes –«en mi viaje a México me sentí cerca de los miles
e inmigrantes centroamericanos que sufren terribles injusticias y peligros en
su intento de alcanzar un futuro mejor», dijo–, congregaciones religiosas como
los jesuitas o los salesianos llevan años acompañando en albergues de paso a
los migrantes en su periplo por México.
Esas congregaciones
alzan también su voz para denunciar el maltrato, chantaje y extorsión a los que
se someten los centroamericanos. Hace unos meses, la red jesuita con migrantes
de Centroamérica y Norteamérica lanzó un comunicado en el que denunciaba que
«el Estado mexicano no ha sido capaz de adoptar una política pública integral
dirigida a prevenir, sancionar y reparar los actos de violencia y
discriminación que sufren».
Miles de niños llegan
también hasta Turquía, antes país de tránsito, ahora de estancia desde que se
cerró la ruta de llegada a Europa a través de Grecia. En Estambul los
salesianos llevan 20 años acogiendo en su escuela a los niños huidos de Irak,
Afganistán o Siria. El sacerdote español Andrés Calleja afirma que su objetivo
es «sacar a los niños de la calle, donde acaban pidiendo limosna», aunque,
reconoce, «los menores con los que trabajamos tienen que tener algún pariente,
porque al estar en un país musulmán, los menores que vienen solos tienen que ir
a un centro islámico. Si no, nos acusan de proselitismo». Este centro salesiano
trascendió las fronteras cuando Francisco visitó a sus niños durante el viaje a
Turquía en noviembre de 2014.
Cristina Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega