Para aquellos momentos en
los que parece que Dios no te ve, escucha, o ama
Me
crié pensando que una relación con Dios era una transacción: concedía a Dios
cantidades muy mínimas de mi tiempo y oración y supuestamente yo “recibiría”
algo a cambio de Él. Suponía que recibiría una sensación, una palabra, una
visión.
Tampoco
ayudaba que mi Ministerio de la Juventud pusiera un gran énfasis en el hecho de
que la desolación espiritual no era normal y en que, si lo intentabas, podías
recibir algo de Dios y de hecho lo recibirías.
Durante
mis años de estudiante me sentí ignorada por Dios. “Debo de ser demasiado
pecadora”, pensaba. A mi alrededor todo el mundo tenía una historia que contar,
una revelación que compartir. Yo no me sentía identificaba. Las palabras “atea”
y “agnóstica” revoloteaban en mi mente. Me resultaban extrañas, pero satisfactorias.
“Dios, si estás ahí, ¡esto es lo que hay!”, decía. “¡Así aprenderá! ¡No Le
necesito!”.
Eso
fue hace tres años y desde entonces he encontrado mi fe. Sin embargo,
todavía tengo inmensos problemas con el sentimiento de que Dios no me ve, no me
escucha o no me ama totalmente. Aquí ofrezco algunos consejos que me han
servido para superar una de las experiencias espirituales más dolorosas: la
desolación.
1.- El ejemplo de la madre
Teresa (Santa Teresa de Calcuta)
La
madre Teresa es conocida por su experiencia de desolación espiritual. “Estoy
convencida”, decía, “de que un solo momento es suficiente para rescatar toda
una existencia miserable, una existencia que tal vez se creyó inútil”. Con la
breve experiencia que tuvo sintiendo la presencia de Dios, supo que lo que
había recibido era gracia y que era real.
Nos
muestra cómo deberíamos ver aunque solo fuera un único momento del amor de Dios
como un regalo por el que habrá merecido la pena toda una vida de miseria. Ella
miraba atrás y veía cómo Dios había obrado en su vida y aquello la alimentaba,
la empujaba a seguir adelante durante sus años desolados.
Miremos,
como hacía santa Teresa de Calcuta, esos momentos en los que encontramos
íntimamente a Cristo y, en vez de ansiar más, agradezcamos a Dios por lo que ya
nos ha concedido; luego, avancemos para expandir el reino de Dios aquí en la
tierra.
2.-Adoración y oración
Recientemente
tuve una experiencia en adoración que nunca olvidaré. Después de hablarle a una
monja dominica sobre mi desolación espiritual, fui a adoración para aplicar
algunos de sus consejos. Me dijo que tal vez podía probar únicamente con
permanecer ante Él, con descansar en Su sagrada presencia, en vez de intentar
atrapar un vistazo de Dios.
Así
que voy a adoración y allí estoy a los pies de Jesús. Y como una esclusa
abierta, empieza a brotar de mí una oración. “Dios, estoy cansada. Vengo
siempre aquí a buscar algo, a asirme a algo, a acercarme a algo. Ni siquiera sé
qué es lo que busco. Estoy consumida. Supongo que solo quiero confirmar lo que
el mundo me dice que Tú me amas. Es agotador, Señor. ¡Estoy exhausta! Te
entrego esto. Ya no lo quiero. Llévatelo de mí. Y que Tú seas suficiente para
mí. Déjame descansar en Ti y no tener expectativas sobre lo que pueda recibir”.
Por
fin me sentía libre; no de la desolación, sino del estrés de intentar
resistirme constantemente. Ahora me siento libre estando en desolación. Me
siento libre para dejar la vergüenza en la puerta. Me siento libre para dejar
de luchar en los rincones de mi alma desolada, tratando escapar. Ahora puedo
ser, simplemente.
Presentarnos
ante Jesús y concederle nuestros esfuerzos nunca será un tiempo perdido.
Encontremos tiempo para ir ante Él y sacrificarle las inseguridades que nos
trae la desolación. La libertad resultante es mayor de la que pudiéramos
imaginar.
3.- Y por último…
considéralo un regalo.
San
Ignacio, en sus Reglas de discernimiento del espíritu, primero dice que si
no estamos intentando hacer que las cosas funcionen con Dios, no funcionarán. Y
lo que es más importante, dice que la desolación puede ser permitida por Dios
para ver cuán lejos avanzamos en la fe, incluso en el desierto de nuestras
almas, para traer a Dios gloria y alabanza.
Lo
tercero que dice es que puede ser una forma de hacernos ver que el consuelo es
un don verdadero que solo Dios puede dar. Al decir que el consuelo es un don,
Ignacio insinúa que la desolación es algo crucial en nuestro reconocimiento del consuelo no
como un premio o algo que ganamos y recibimos cada vez que rezamos, sino más
bien como un regalo obvio de Dios. Por ello, veamos la desolación como un
regalo que nos permite darnos cuenta de esto.
Así
que, sí, es fácil “rendirse”. Es fácil tener envidia. Y es difícil perseverar y
entregar a Dios todo lo que tenemos, incluso si sentimos que no estamos
recibiendo precisamente todo lo que creemos que necesitamos. Es difícil coger
nuestra Biblia y decir: “Dios, Te concedo este tiempo porque quiero promover Tu
reino al margen de la condición en que estén mi corazón y mi alma”.
Todos
sufrimos. Todos tenemos una cruz que cargar, grande o pequeña. ¿Por
qué no aceptar la cruz como una oportunidad de santificación? ¿Una oportunidad
para mostrar a Dios que Él merece nuestro esfuerzo, nuestro dolor y nuestra
perseverancia constante?
Así
pues, seamos como la madre Teresa y como tantísimos otros santos y santas que
luchan por la santidad cuando es más difícil la lucha. Cuando es más difícil
rezar. Y cuando es más difícil alzar los ojos hacia Aquel que nos ama.
Dios,
ayúdanos a ser santos con esta lucha.
AMY
BURKE
Fuente:
Aleteia