La esperanza cristiana no
es optimismo, no se funda en nuestras capacidades sino en Dios y en la
fidelidad de su amor
El
papa Francisco retomó en la audiencia de este miércoles el tema de la esperanza
cristiana.
A continuación el texto completo.
“Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde
hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está ayudando a comprender mejor en
que cosa consiste la esperanza cristiana. Y hemos dicho que no era un
optimismo, no: era otra cosa. Y el Apóstol nos ayuda a entender que cosa es
esto. Hoy lo hace uniéndola a dos actitudes aún más importantes para nuestra
vida y nuestra experiencia de fe: la ‘perseverancia’ y la ‘consolación’. En el
pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado son citados dos
veces: la primera en relación a las Escrituras y luego a Dios mismo. ¿Cuál es
su significado más profundo, más verdadero? Y ¿En qué modo iluminan la realidad
de la esperanza? Estas dos actitudes: la perseverancia y la consolación.
La
perseverancia podríamos definirla también como paciencia: es la capacidad de
soportar, llevar sobre los hombros, soportar, de permanecer fieles, incluso
cuando el peso parece hacerse demasiado grande, insostenible, y estamos
tentados de juzgar negativamente y de abandonar todo y a todos.
La
consolación, en cambio, es la gracia de saber acoger y mostrar en toda
situación, incluso en aquellas marcadas por la desilusión y el sufrimiento, la
presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, San Pablo nos recuerda que la
perseverancia y la consolación nos son transmitidas de modo particular por las
Escrituras (v. 4), es decir, por la Biblia.
De
hecho, la Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a dirigir la mirada a
Jesús, a conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a asemejarnos siempre más a Él.
En segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad ‘el Dios de
la constancia y del consuelo’, que permanece siempre fiel a su amor por
nosotros, es decir, que es perseverante en el amor con nosotros, no se cansa de
amarnos, ¡no!, es perseverante: ¡siempre nos ama!, y también se preocupa por
nosotros, curando nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su
misericordia, es decir, nos consuela. Tampoco, se cansa de consolarnos.
En
esta perspectiva, se comprende también la afirmación inicial del Apóstol:
‘Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los
débiles y no complacernos a nosotros mismos’. ‘Esta expresión «nosotros, los
que somos fuertes’ podría parecer arrogante, pero en la lógica del Evangelio
sabemos que no es así, es más, es justamente lo contrario porque nuestra fuerza
no viene de nosotros, sino del Señor.
Quien
experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación está en
grado, es más, en el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y hacerse
cargo de sus fragilidades. Si nosotros estamos cerca al Señor, tendremos esta
fortaleza para estar cerca a los más débiles, a los más necesitados y
consolarlos y darles fuerza. Esto es lo que significa.
Esto
nosotros podemos hacerlo sin auto-complacencia, sino sintiéndose simplemente
como un canal que transmite los dones del Señor; y así se convierte
concretamente en un sembrador de esperanza. Es esto lo que el Señor nos pide a
nosotros, con esa fortaleza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de
esperanza. Y hoy, se necesita sembrar esperanza, ¿Verdad? No es fácil.
El
fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la cual algunos son de
‘serie A’, es decir, los fuertes, y otros de ‘serie B’, es decir, los débiles.
El fruto en cambio es, como dice Pablo, “tener los mismos sentimientos unos
hacia otros a ejemplo de Cristo Jesús”. La Palabra de Dios alimenta una
esperanza que se traduce concretamente en el compartir, en el servicio
recíproco.
Porque
incluso quien es ‘fuerte’ se encuentra antes o después con la experiencia de la
fragilidad y de la necesidad de la consolación de los demás; y viceversa en la
debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa o una mano al hermano en
dificultad. Y así se vuelve una comunidad que “con un solo corazón y una
sola voz, glorifica a Dios”.
Pero
todo esto es posible si se pone al centro a Cristo, su Palabra, porque Él es el
‘fuerte’, Él es quien nos da la fortaleza, quien nos da la paciencia, quien nos
da la esperanza, quien nos da la consolación. Él es el ‘hermano fuerte’ que
cuida de cada uno de nosotros: todos de hecho tenemos necesidad de ser llevados
en los hombros del Buen Pastor y de sentirnos acogidos en su mirada tierna y
solícita.
Queridos
amigos, jamás agradeceremos suficientemente a Dios por el don de su
Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es allí que el Padre de
nuestro Señor Jesucristo se revela como ‘Dios de la perseverancia y de la
consolación’.
Y
es ahí que nos hacemos conscientes de como nuestra esperanza no se funda en
nuestras capacidades y en nuestras fuerzas, sino en el fundamento de Dios y en
la fidelidad de su amor, es decir, en la fuerza de Dios y en la consolación de
Dios. Gracias”.
Fuente:
Zenit