Fue especialmente famoso por sus profecías, sus milagros y su poder de leer los pensamientos y de descubrir los pecados secretos de aquellos que lo visitaban
Exceptuando a san
Antonio, ningún ermitaño del desierto adquirió tan amplia fama como san Juan de
Egipto, que fue consultado por emperadores y cuyas alabanzas fueron cantadas
por san Jerónimo, Paladio, Casiano, san Agustín, y muchos otros.
Nació en la baja
Tebaida, en Licópolis, en el sitio de la actual ciudad de Asyut, y fue educado
para el oficio de carpintero. A la edad de veinticinco años, abandonó el mundo
y se puso bajo la dirección de un anciano anacoreta, quien, durante diez o doce
años, lo ejercitó en la obediencia y abnegación de sí mismo. Juan obedeció sin
replicar, por irracional que fuera la tarea que se le imponía.
Durante todo un
año, por mandato de su padre espiritual, diariamente regó un palo seco como si
hubiera sido una planta viva y obedeció otras órdenes igualmente ridículas. El
continuó en este ejercicio hasta la muerte del anciano, y a su humildad y
pronta obediencia atribuye Casiano los dones extraordinarios que más tarde
recibió de Dios. Parece haber pasado cuatro o cinco años visitando varios
monasterios.
Finalmente se retiró a
la cumbre de una escarpada colina, cerca de Licópolis, e hizo en la roca tres
pequeñas celdas contiguas. Una como alcoba, otra como cuarto de trabajo y
asistencia y la tercera como oratorio. Después tapió todos los accesos, dejando
solamente una pequeña ventana, a través de la cual recibía las cosas necesarias
para la vida y hablaba con aquellos que lo visitaban. Durante cinco días de la
semana conversaba solamente con Dios, pero los sábados y los domingos, los
hombres -nunca las mujeres- tenían libre acceso a él para oír sus instrucciones
y sus consejos espirituales. Nunca comió antes de la puesta del sol, y se
alimentaba con frutos secos y legumbres. Al principio, mientras llegó a
acostumbrarse, padeció terriblemente, ya que no comía pan ni nada que fuera
cocinado al fuego, pero continuó con su dieta desde los cuarenta hasta las
noventa años.
Él no fundó ninguna
comunidad, y sin embargo se le consideraba como el padre de todos los ascetas
de la comarca y, cuando sus visitantes llegaron a ser tan numerosos que se hizo
necesario construir una hospedería para recibirlos, el lugar fue administrado
por sus discípulos. San Juan fue especialmente famoso por sus profecías, sus
milagros y su poder de leer los pensamientos y de descubrir los pecados
secretos de aquellos que lo visitaban. Maravillosas curaciones se realizaron
con sólo aplicarles a los enfermos y a los ciegos el aceite que el hombre de
Dios había bendecido. De sus muchas profecías, las más célebres fueron las que
hizo al emperador Teodosio I. Juan le dijo que saldría victorioso en su lucha
contra Máximo, y el emperador, confiado en esto, atacó y derrotó a su enemigo.
Nuevamente en 392,
cuatro años después, cuando Eugenio se apoderó del imperio de occidente,
Teodosio acudió en busca del auxilio del recluso. Envió al eunuco Eutropio a
Egipto, con instrucciones de que le llevara a san Juan, si era posible, pero
que en cualquier forma averiguara con él si era mejor marchar contra Eugenio o
esperar su ataque. El santo se rehusó a abandonar su celda, pero mandó decir
que Teodosio saldría victorioso, aunque a costa de mucha sangre y que no
sobreviviría largo tiempo a su triunfo. La predicción se cumplió: Eugenio fue
derrotado en las llanuras de Aquilea y Teodosio murió pocos meses después.
Poco antes de su muerte,
san Juan fue visitado por Paladio, quien nos hace un interesante relato de su
viaje y recibimiento. El venerable ermitaño le dijo que estaba destinado a ser
un día consagrado obispo y reveló otras muchas cosas de las que normalmente no
podía tener conocimiento. De igual manera, cuando unos monjes llegaron a verlo
desde Jerusalén, Juan reconoció al momento que uno de ellos era diácono, aun
cuando el hecho había sido ocultado. El ermitaño tenía entonces 90 años y murió
poco después. Advertido por Dios de su próximo fin, cerró su ventana y ordenó
que nadie se acercara a él durante tres días. Murió pacíficamente al fin de ese
lapso, estando de rodillas en oración. En 1901, la celda que él había ocupado
fue descubierta cerca de Asyut.
Los bolandistas, en el
Acta Sanctorum de marzo, vol. III, han extractado los principales hechos
atribuidos a san Juan de Egipto en la Historia Lausiaca, de Paladio, en la
Historia Monachorum y en otras partes. Referente al texto de Paladio, tenemos
que consultar a C. Butler o Lucot. Para la Historia Monachorum, ver Preuschen,
Palladius und Rufinus. N. de ETF: en la edición anterior del Martirologio
figuraba en esta fecha otro padre del desierto de nombre Juan, san Juan Kolobos
(o san Juan el enano), conocido a través de los famosos «Apotegmas de lso
Padres del desierto», al que se suele situar un siglo después que el de
Licópolis; a él se atribuía la misma anécdota del riego del palo seco que
finalmente florece por obediencia.
En el Martirologio Romano actual el de
Licópolis ha sido trasladado a esta fecha (antes se celebraba el 27 de marzo) y
el Kolobos ha desaparecido. Posiblemente se considere en la actualidad que son
la misma persona, aunque no fue posible verificar el dato. La imagen que
ilustra esta hagiografía corresponde a Juan Kolobos.
Fuente: ACI