Los fieles empaparon lienzos en la sangre que corría de sus heridas para guardarlos como sagradas reliquias
Se
intentó lapidarlos, pero las piedras no llegaron a tocarlos; parecían estar
protegidos por un escudo invisible que les hubiera enviado Dios.
Sorprendido
el prefecto por este prodigio, dejó libres a los mártires, pero de ahí a poco
fueron de nuevo denunciados como cristianos y, como ellos hicieran pública
profesión de su fe en Jesucristo, se les condenó a morir despedazados por los
garfios.
Los
santos fueron atados a sendos caballetes y los verdugos comenzaron a arrancar
trozos de sus cuerpos.
En
medio de los tormentos, no hacían sino rezar y burlarse de los paganos, de modo
que el prefecto ordenó que los crucificaran.
Los fieles empaparon lienzos en la sangre que corría de sus heridas para guardarlos como sagradas reliquias y, cuando por fin expiraron, recogieron los cuerpos y les dieron piadosa sepultura en la iglesia de Laodicea, de donde, más tarde, fueron trasladados a Estratónica.
Los fieles empaparon lienzos en la sangre que corría de sus heridas para guardarlos como sagradas reliquias y, cuando por fin expiraron, recogieron los cuerpos y les dieron piadosa sepultura en la iglesia de Laodicea, de donde, más tarde, fueron trasladados a Estratónica.
Fuente: ACI