Reconocer
esos nudos y sus causas, ponerles nombre y lo más importante: dejar que Jesús
entre a desenredarlos
A
lo largo de nuestra vida acumulamos distintas experiencias positivas y
negativas que van dejando un poso en nuestra alma. Cuando son experiencias muy
fuertes y muy negativas acaban por determinar nuestra visión de la realidad y
opciones de futuro.
Sin
darnos cuenta, empezamos a ver por el prisma producido por estos impactos
negativos que hemos recibido, o simplemente nos dejamos atrapar por ello hasta
el punto de un bloqueo o una parálisis.
Si
hemos tenido una mala relación con una persona y hemos llegado a experimentar
su ofensa o rechazo, sin darnos cuenta, se nos puede quedar impresa en el alma
esta experiencia que, de cara al futuro se podrá manifestar en un miedo al
rechazo o una inseguridad frente a algunas relaciones personales.
Por
ejemplo, si en el trabajo he tenido un jefe tirano que no me dejaba hacer nada
y que todo el rato me imponía tareas difíciles obligándome a salir tardísimo o
a trabajar fines de semana, entonces sin darme cuenta, habré acumulado en mi
corazón una rabia, una tensión y una ira hasta ahora desconocidas para mí. Esto
se podrá manifestar en agobio, en estrés o en desilusión. Si mi vida es solo
trabajo, ¿qué sentido tiene?
Si
ignoramos este tipo de experiencias negativas, poco a poco se irán anidando y
anudando en el alma, es decir, se instalarán y se hará un nudo muy grande que
nos empezará a paralizar.
También
el pecado es una experiencia negativa que nos deja un poso negativo en el alma. Cuando
he cometido una falta grave que no me gusta, me invade un sentimiento de dolor,
de rabia: le he fallado a Dios. He decepcionado a Aquel que me ama
incondicionalmente y que lo ha dado todo por mí. Me he fallado a mí mismo
porque no he dado lo bueno que hay en mí. He fallado a otro, he sido injusto.
La
experiencia de pecado y el sentimiento de culpa traen consigo también otros
nudos que se anidan en el alma restando fuerza a mi capacidad de amar y de
entregarme. Por eso es tan importante confesarse. No solo por el hecho de
recibir el perdón de Dios y volver a sentir su abrazo en el sacramento, sino
que también por el hecho de confesarlo. Esto implica reconocer la culpa,
detectar la experiencia negativa, ponerle nombre, liberarse de ella.
¿Qué
hacer con esos nudos que nos empiezan a condicionar y a maniatar interiormente?
Para el alma humana hacen el mismo efecto que estar atado de manos y pies. Es
como si nos ataran de manos y de pies y nos quedáramos paralizado si podernos
mover.
¿Cómo
podemos entonces desatar esos nudos del alma, liberarnos de ellos, superar
nuestras parálisis, para amar más, para ser más felices? Solos no podemos.
Es fundamental reconocer esos nudos, buscar de dónde vienen, ponerles nombre y
dejar que Jesús entre a desenredarlos.
Jesús
dice en el Evangelio de san Juan que si uno camina de día no tropieza, porque
ve la luz de este mundo; pero si camina de noche tropieza, porque la luz no
está en él.
En
un sentido metafórico Jesús nos dice que Él mismo es la luz del mundo que
viene a iluminar todas las situaciones, hasta las más difíciles y enredadas. Caminar
de día significa acoger esta luz del mundo que es Jesús y por lo tanto es
imposible tropezar. Caminar de noche, significa prescindir de Jesús, de su
ayuda, de su cercanía y amistad.
Jesús
lo que nos propone es que le dejemos entrar en toda esta maraña de nudos que se
nos van acumulando en el alma. Él mismo es la luz del mundo y quiere caminar a
nuestro lado, nos ofrece su amistad para ayudarnos a vivir una vida más
plena, libre de nudos y de cargas negativas.
A
Jesús no le importa lo enredado que esté. Él quiere entrar en toda nuestra
realidad, también la que no nos gusta, la que queremos esconder, la que nos
pesa, la que huele mal.
La
amistad con Jesús nos despierta de nuestros bloqueos y de nuestras
perezas. Nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos saca hacia
fuera. Nos desata de los nudos que nos paralizan y que
nos impiden andar libremente por la vida. Tal vez, lo hace Él mismo, o a
través de sus instrumentos.
Jesús
me muestra un camino para liberarme de mis nudos. Ese camino pasa por la amistad con
Él. Pasa por tener la certeza de que también me cuenta como a uno de sus amigos
queridos. Ya me ha ofrecido su amistad y también es capaz de llorar por mí
cuando me vea atrapado en mis nudos y encerrado.
Esa
amistad me permite confiar en que Jesús siempre va a venir cuando me encuentre
encerrado en mí, sin luz, y me va a sacar afuera para desatarme con la ayuda de
otros, para que pueda echar a andar.
Sólo
la fe en Jesús y su amistad con Él pueden desatar mis nudos. Hay que dejarle
entrar en mi maraña de nudos que me tiene enredado, y confiar en el poder de su
amistad conmigo.
También
puedo contar con la ayuda de María, que en su advocación de la Virgen
Desatanudos, viene a desatarme y a liberarme con Jesús:
Santa
María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Tú que con corazón materno desatas los
nudos que entorpecen nuestra vida, te pedimos que nos recibas en tus manos y que
nos libres de las ataduras y confusiones con que nos hostiga el que es nuestro
enemigo. Por tu gracia, por tu intercesión, con tu ejemplo, líbranos de todo
mal, Señora Nuestra y desata los nudos, que impiden nos unamos a Dios, para que
libres de toda confusión y error, los hallemos en todas las cosas, tengamos en
Él puestos nuestros corazones y podamos servirle siempre en nuestros hermanos.
Amén.
Juan Barbudo
Sepúlveda
Artículo publicado
originalmente en El Dios de los detalles