El
Pontífice subrayó cómo con su presencia, María sostuvo la Iglesia en sus
primeros pasos
Durante
la catequesis pronunciada
en la Audiencia General celebrada este miércoles en la Plaza de San Pedro, en
el Vaticano, el Papa Francisco destacó el papel de María en el plan salvífico
de Dios: su fidelidad a la voluntad divina y su valentía al aceptar esa
voluntad son un ejemplo para todas las madres del mundo. “¡Las madres no
traicionan!”, exclamó.
El
Santo Padre continuó el itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana
que ha desarrollado en los últimos meses. En esta ocasión, quiso mirar hacia
María “Madre de la Esperanza”.
Francisco
destacó la importancia de la virgen en su camino de madre, pero también sus
desvelos. “Desde su primera aparición en la historia evangélica, su figura se
presenta como si fuera el personaje de un drama”.
En
este sentido, destacó que María era una mujer valiente, que sabía confiar, y
eso se demostró en su respuesta afirmativa al ángel de la Anunciación. “No fue
sencillo responder con un ‘sí’ a la invitación del ángel: pero ella, una mujer
todavía en la flor de la juventud, responde con valentía, a pesar de no saber
nada del destino que le esperaba”.
María,
continuó el Papa, “se nos aparece en ese instante como una de tantas madres de
nuestro mundo: valiente hasta el extremo cuando se trata de acoger en el
vientre la historia de un nuevo hombre que nace”.
En
este “sí” de María, el Pontífice explicó que reside un rasgo que debe
caracterizar la vida de
todo cristiano: la confianza en Dios. “Aquel ‘sí’ es el primer paso de una
larga lista de obediencia que la acompañará en su itinerario de madre”.
“María
no es una mujer que se deprima ante las incertidumbres de la vida,
especialmente cuando nada parece ir a nuestra manera. Tampoco es una mujer que
proteste con violencia, arremetiendo contra el destino de la vida que a menudo
revela una cara hostil”.
Por
el contrario, “es una mujer que escucha, que acoge la existencia, así como esa
se entrega a nosotros, con sus días de felicidad, pero también con sus
tragedias con las que nunca habría querido encontrarse”. En este itinerario,
María, como madre, pasó por varias “noches”, hasta “la noche suprema que es
cuando su Hijo es clavado al leño de la cruz”.
Hasta
el día de la cruz “María había permanecido casi desaparecida de la trama de los
Evangelios”. “Pero María reaparece justo en el momento crucial: cuando gran
parte de los amigos de su hijo han desaparecido por el miedo”.
“¡Las
madres no traicionan!”, exclamó el Papa. “Y en aquel instante, al pie de la
cruz, ninguno de nosotros puede decir quién sufría una pasión más cruel: aquel
hombre inocente que muere en el patíbulo de la cruz, o la madre que sufre una
agonía acompañando los últimos instantes de la vida de su hijo”.
“Todos
nosotros hemos conocido a mujeres fuertes que han llevado adelante tantos
sufrimientos de los hijos”.
“María
‘estaba’, simplemente estaba ahí. Y ahí nos encontramos nuevamente a la joven
mujer de Nazaret”. “María está allí fielmente presente, siempre con una lámpara
encendida en un lugar de sombras y tinieblas. Tampoco ella conoce el destino de
la resurrección que su Hijo estaba en aquel instante abriendo para todos
nosotros: es ahí donde muestra su fidelidad al plan de Dios, del cual se
proclama sierva en el primer día de su vocación”.
El
Pontífice subrayó cómo con su presencia, María sostuvo la Iglesia en sus
primeros pasos. “La encontramos en el primer día de la Iglesia, ella, madre de
la esperanza, en medio de aquella comunidad de discípulos tan frágiles: uno de
ellos había renegado, muchos habían escapado, todos tenían mucho miedo”.
“Simplemente,
María estaba allí, en la más normal de las maneras, como si fuese algo del todo
natural: en la primera Iglesia, tras la luz de la Resurrección, pero también en
el temor de los primeros pasos que debía dar en el mundo”.
El
Papa concluyó: “No somos huérfanos, tenemos una madre en el cielo: la santa Madre
de Dios”.
Por Miguel Pérez
Pichel
Fuente:
ACI Prensa