Él
me busca, desea caminar a mi lado, quiero aprender a encontrarlo en mi vida
Me
sigo deteniendo en lo que no está bien. No veo la mano salvadora de Dios. No
distingo sus palabras que me sanan. No me doy cuenta de su amor de
predilección. Me quiere a mí. Viene a buscarme a mí en el camino. Sale a mi
encuentro cuando menos lo espero.
Creo
que está todo perdido. Me desanimo y dejo que la tristeza me embargue. Quiero
ver a Jesús que viene a buscarme. Su amor por mí me conmueve. Me busca.
Desea caminar a mi lado. Quiero aprender a encontrarlo en mi vida.
Lo
reconozco en los lugares evidentes. En la eucaristía. En el Sagrario. Pero
luego me cuesta verlo en mi vida. En las personas a las que amo, que me aman.
En aquellos que no me buscan. En las alegrías de cada día y en las
contrariedades.
En
medio de mi camino. Él va conmigo. No me deja solo. Se pone a mi altura en
medio de la vida. Esa forma de caminar a mi lado me emociona. No se olvida de
mí. Sale a buscarme. Eso me anima.
Lo
hace conmigo. Lo hace con el que se aleja de Él. Va a su vida. A su camino, a
su rutina. Irrumpe en medio de lo sagrado de sus pasos. En ese camino deseo que
arda mi corazón. Y la única forma es que sea en Dios.
Decía
el padre José Kentenich: “El
Espíritu Santo es quien nos capta, infunde calor a nuestro frío corazón y
enciende en nosotros el amor por Dios y lo divino. Sin esta acción del Espíritu
no debemos esperar mucho ni de nuestras prácticas ascéticas, ni del mutuo
aliento que nos infundamos”[1].
En
el camino su fuerza me inflama en el amor de Dios. El Espíritu Santo obra
milagros. Me cuesta creer en su poder. Me he acostumbrado a controlar mi
vida. Creo en lo que veo y dudo de lo que no veo.
Siento
que mis fuerzas me ayudan a caminar y no creo tanto en el poder del Espíritu
Santo que transforma todo mi ser e inflama mi alma. Me hace arder en la fuerza
de Dios. Ese poder sobrenatural supera todas mis expectativas. Dios me
quiere más de lo que yo imagino.
Dios
me ama por encima de todos mis miedos y tristezas. Cree en mí mucho más de lo
que yo creo. Cree en el poder oculto de mis gestos y en la fuerza de mis
palabras y obras. Jesús cree en mí y hace que arda mi corazón. Con sus
palabras, con su presencia.
¿Qué
hago en medio de mi vida para encontrarme con Jesús y dejar que su amor inflame
mi espíritu? Necesito dejarme tiempo para caminar a su lado. Tiempo para
recorrer el camino. Por eso me gusta la imagen del camino.
Jesús
que camina a mi lado. Yo que invierto mi tiempo y mi vida caminando a su lado.
Escuchando su Palabra que, como espada de doble filo, atraviesa mi corazón y me
llena de su fuego. No quiero distraerme. No quiero quedarme bloqueado en mis
tristezas.
Jesús
viene a mí para que cambie mi camino, para que viva de forma diferente. Con
otra mirada. Con otra forma de entender las cosas.
¿Arde
mi corazón al escuchar a Jesús? Me gustaría vivir siempre esa pasión. Vivir
enamorado, apasionado por Jesús. La vida me lleva. El mundo es más fuerte. Y me
enfrío fácilmente. Dejo que lo importante en mi camino pase a un segundo plano.
Voy lleno de cosas y vacío de Dios. Mi corazón no arde, no se conmueve, no se
emociona.
Me
gustaría vivir así siempre. Enamorado del Dios de mi vida. Ese que camina a mi
lado y va descifrando conmigo mis dudas.
Hay
personas empeñadas en que abra los ojos y entienda. Me lo dicen de muchas
formas, a veces no de la mejor manera. Sé que sólo puedo llegar a entender
cuando Dios está en mi alma. No es fruto de mi esfuerzo. No depende de cuántas
veces me lo quieran hacer ver. Es una gracia, un don.
Sólo
puedo acompañar y compartir. Acompañar con la lectura de la Palabra. Y
compartir mi vida y mi pan, compartir la eucaristía. Donde Jesús está
escondido. Donde se manifiesta oculto. Y no puedo abrir los ojos a la fuerza.
Ni los míos, ni los de nadie. Y no por eso me niego al cambio. Simplemente
acepto que mi vida está en manos de Dios.
[1] J. Kentenich, Envía tu Espíritu
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia