Fundadora,
con San Vicente de Paúl, de la Hijas de la Caridad
Martirologio
Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el
ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los
necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Fecha
de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI
Etimológicamente: Luisa
= Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Breve Biografía
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años.
Luisa
había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor,
capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente
se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a
una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en
que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.
Desgraciadamente,
Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por
no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y
estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y
aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San
Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De
él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del
santo.
Un
poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio
de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña
visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había
sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un
director a quien ella no conocía aún. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya
para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró
al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió.
San
Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de
Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre
la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran
numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera
absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los
corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo.
Solamente
después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente,
que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó
a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita
a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas
misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en
cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En
1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o
noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí
estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la
muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que
fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas
personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa
como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse
en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San
Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida.
Pronto
se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de
estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio
con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara
manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634,
el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su
hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida
que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este
documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la
Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las
Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En
la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido
fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en
cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que
antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso
a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer
ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando
permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza,
castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal
aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la
dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas
obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el
desarrollo de todas estas obras, Mlle.
Le
Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso
ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El
esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron
sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada
erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con
esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada
constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por
sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto;
pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y
creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus
cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el
respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la
ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En
el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La
santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero
este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de
su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja
alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios
esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre,
como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los
pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo
Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San
Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén
Fuente: Corazones.org






