Entrevista
al párroco de Santa Anna de Barcelona, que no tenía fieles y abrió sus puertas
a los pobres
Peio
Sánchez es el párroco de Santa Anna, la iglesia de Barcelona (España)
que este invierno, durante la ola de frío, decidió
abrir sus puertas durante unos días a los pobres para que pernoctaran
en algunas de sus capillas. Cuando el termómetro volvió a subir, la experiencia
de la hospitalidad con los más marginados de la sociedad había sido tan
satisfactoria que se mantuvo la acogida, el reparto de comida y bebida diarios
y la atención psicológica y de las asistentas sociales de Cáritas.
Con
el gesto público que ha sucedido en esta preciosa iglesia románica y gótica
situada en el mismo corazón de Barcelona, parece que ha cambiado la imagen de
la Iglesia en la ciudad. Algo parecido a lo que ha sucedido con el papa
Francisco y sus llamamientos a convertir la Iglesia en un Hospital de Campaña
de nuestra sociedad herida por tantos estigmas. No han cambiado nada del dogma
y la caridad de raíz eclesial prosigue. Sin embargo, la Iglesia se nos aparece
hoy un poco más pobre y perfumada de evangelio.
Para
entender un poco mejor esto, hemos entrevistado a Peio Sánchez, que es quien
capitanea el equipo de religiosos y voluntarios que han hecho esto posible.
¿Cuándo empezó su vocación
por los más desfavorecidos?
Aprendí
a ser cura acompañando a morir a jóvenes con SIDA en Salamanca. Eran jóvenes de
mi edad. La mayoría se habían contagiado por la droga. Murieron todos.
¿Qué ha sucedido en Santa
Anna? Ante los reiterados llamamientos del papa Francisco a la misericordia y a
la pobreza, ¿habéis comenzado a hacer algo que los católicos habíamos olvidado?
No.
Lo que pasa es que en la Iglesia hemos especializado la acción social. Hemos
hecho una buena acción social, pero por ahí precisamente se nos ha colado la
secularización. El Evangelio no es la acción social, sino que Jesús nos sienta
a todos a la misma mesa.
Caritas
tiene su centro de atención a indigentes. Llamas por teléfono, pides hora para
la entrevista, cuando vas a la hora que te toca llenas un cuestionario y la
asistenta social sabe los recursos con los que se cuentan y ve qué recursos se
te pueden asignar como usuario.
Jesús,
por el contrario, te dice: “siéntate”, se sienta a tu lado, y no hay una
ficha o una puerta, sino un encuentro y un camino que se abre.
El
problema es que nosotros vivimos un enorme divorcio entre la misa y la
acción social y eso saca la entraña al evangelio. La sociedad secular
esconde el don de Dios. En Santa Anna buscamos combatir esto incluso con la distribución
de los espacios.
¿Y cuál es tu valoración?
¿Después de todos estos meses, crees que ha funcionado?
Mucha
gente que dice “yo no entraría jamás en una iglesia” entra en la nuestra. Rompemos
clichés a través de signos evidentes. Hay que aprender a hacer signos con el
Papa. Sirven para los de fuera, como he dicho, pero también para los de dentro.
En
Santa Anna, por ejemplo, tenemos una cofradía que nos pedía que invirtiésemos
continuamente en la reforma de su capilla. Desde que los pobres son una presencia
aquí, ya no nos lo piden. Ven naturalmente que lo suyo no es prioritario.
¿Con qué gestos buscáis
unir lo sagrado y lo social?
Oramos
y servimos a la vez, por ejemplo. Lo hacemos claramente, a través de la
distribución de espacios, generando un signo. Es bueno que se escuche el
ruido de los cubiertos en la sala de al lado cuando se oficia. El ruido y el
grito de los pobres son la voz de Dios.
Si
tienes esa voz ahí al lado, ¿por qué la buscas en un silencio deshabitado? Yo
me he acostumbrado a rezar con el murmullo. Curiosamente, te ayuda a rezar.
¿Por qué habéis tenido
esta iniciativa precisamente en esta parroquia y no en otra?
Cuando
llegué, le di la extremaunción al antiguo párroco y me encontré con que todo
estaba cerrado. La belleza de esta construcción y todo el arte que en ella
tenemos era mucho, pero no teníamos feligreses. En Plaza Cataluña, en pleno
centro de Barcelona, no vive nadie. Hace 20 años que no se celebran primeras
comuniones aquí. Como no había fieles pero sí muchos pobres en los
alrededores, pues abrimos las puertas a los que lo necesitaban.
¿Por qué consideras tan
importante esta dinámica de los gestos?
Estamos
escribiendo un libro sobre el Hospital de Campaña. Para ello estoy leyendo
autores que hablan de lo terrible que es que la Iglesia se convierta en
una cosa turística, que es lo que nos está sucediendo. Eso vacía la
Iglesia de significado.
Ante
esto es muy difícil hacer nada. ¿Cómo hacer gestos en la Sagrada
Familia que transparenten el evangelio? El sistema se ha apropiado de
ella.
¿Y qué problema ves en eso?
Es
verdad que el dinero que se recoge seguramente se usa bien, pero el sacramento
es comunicación en esencia. Un sacramento que ya no es capaz de
comunicarse es ridículo. Hoy tenemos una gran dificultad para que la
Iglesia comunique lo que es. En eso el Papa es genial. Enseña a la Iglesia
a ser comunicativa sacramentalmente.
Asistimos
a una gran crisis de la confianza. Si el mayor creyente que teníamos aquí era
Jordi Pujol y resulta que se ha lucrado con la política a lo grande: ¿qué
imagen queda de la Iglesia?
Si
vemos las encuestas, la confianza del ciudadano en la Iglesia es más o
menos tan baja como en los políticos. Sin embargo, la confianza en Caritas es
altísima. ¿Qué es lo que pasa entonces? ¿Es que Caritas no es la Iglesia?
Lo que sucede es que se ha roto la sacramentalidad, que no se hace evidente
para nadie que la obra social tiene una raíz evangélica.
El
hecho de que la iglesia más grande y más bonita esté cobrando entrada a
todo el mundo, creo que está dificultando la sacramentalidad de todas las
iglesias.
¿Qué es lo que se puede
hacer ante esto?
Es
muy difícil solucionar el problema Sagrada Familia de modo aislado. Lo que sé
seguro es que no hay que estar todo el día lamentándose de que se haya perdido
la confianza en la Iglesia. Se trata de ganarla, de ver qué se puede hacer para
recuperarla.
La
confianza en la Iglesia se recuperará si se recupera la confianza en Dios y en
el Evangelio, y eso lo conseguimos haciendo transparente el Evangelio a través
de gestos significativos que tenemos que aprender a hacer.
¿Por ejemplo?
Si
una familia de neocatecumenales que tiene 7 hijos adopta a un chico con
síndrome de Down, eso hay que hacérselo ver a todos.
Sin
embargo, la Iglesia retrocede demográficamente en nuestro país y pierde
hegemonía cultural a marchas forzadas. ¿No habría que intentar preservar lo que
tenemos?
Hay
que abrirse a las periferias, como dice el Papa. El cierre está asociado
al miedo, por ejemplo al miedo a que las iglesias se queden vacías. Perdamos
el miedo. Ya no tenemos nada que perder.
En
Santa Anna, cuando llegué, no tenía ningún feligrés que perder. Con eso la
Iglesia puede recuperar mucha libertad. Y si recuperas la libertad, recuperas
el prestigio.
Los
de Podemos no querían hablar con nosotros y ahora ya quieren, porque claro, les
hemos pasado por la derecha. Estamos mostrando sus vergüenzas. Ellos
defendían el no al desalojo y nosotros estamos recogiendo a los desalojados que
ellos tenían que proteger.
Esta
libertad significa valentía y quizás riesgo, algo que no suele asociarse a la
Iglesia en España, que más bien suele ser vista como conservadora.
Hay
que comunicar, que las cosas se vean, dejarse de preocupaciones institucionales
que no nos dejan mostrar el Evangelio. Si la gente ve que hay verdad,
incluso los políticos te hacen caso.
¿Por
qué la Iglesia en Cataluña no se ha pronunciado contra la corrupción? ¿Por
qué no ha hecho un comunicado fuerte al respecto? Por miedo a perder los
conciertos de los colegios. Otros se mueven por miedo a que vaya a no salir el
PP y lleguen otros mucho peores, y por eso no critican los escándalos de
corrupción. Así lo que hacemos es dejar la sal sosa.
¿Qué papel juegan en este
sentido los pobres?
Los
pobres dan significatividad sacramental a la Iglesia, porque es en ellos donde
hoy más se ve la brecha y el dolor del mundo.
Se
trata de gestos muy sencillos. Por ejemplo: viene la ola de frío y abres 5
parroquias en Barcelona para que los pobres puedan dormir. Después las vuelves
a cerrar. Eso es un gesto significativo. Ahí se muestra nítidamente qué es la
Iglesia.
Ratzinger
lo dice: el problema no es que la Iglesia se quede pequeña, sino que
pierda su significatividad olvidándose de Cristo. Tendemos a pensar que lo que
va a sostener a la Iglesia son las estructuras, pero lo que sostiene a la
Iglesia es la conversión a Jesucristo de cada uno.
Entonces, ¿los pobres son
una cuestión meramente estratégica, un instrumento para mejorar nuestra imagen?
No. La
presencia de los pobres hace mucho más fácil plantear las exigencias del
Evangelio. Cuando convives con pobres, la exigencia es concreta y a uno le
urge hacer algo. El cuerpo a cuerpo con el pobre te mueve a convertirte al
Evangelio.
Y
eso vale para uno de dentro y vale para los que están mirando desde fuera, que
ven vidas cambiadas por el Evangelio. Los pobres son “madre”, como dice san
Ignacio y cita el Papa a menudo, porque tienen un gran poder de evocación
evangélica a la conversión.
¿Qué te parece en este
sentido el pontificado de Francisco?
Una
guía y sugerencia continuas. Pero no basta con el Papa. La credibilidad y la
confianza surgen de la Iglesia, renacen de los gestos próximos y no de los
gestos espectaculares del Papa, aunque es verdad que, de otro modo, también
fomentan un acercamiento de la Iglesia a la gente.
Tenemos
que aprender de él, que constantemente se escapa de lo establecido por el
protocolo. En Egipto, por ejemplo, ha decidido ya no ir blindado. Él dice: yo
ya lo he vivido todo y no tengo nada que perder. No calcula. Esto es algo que
tenemos que recuperar: el dinamismo de la conversión pastoral.
¿Qué crees que nos toca en
un futuro cercano en la Iglesia en Cataluña?
Tenemos
las parroquias llenas con gente buenísima que no para de recordarte cómo se
hacen las cosas desde siempre. Sin embargo, lo que estamos haciendo ahora es
enterrar a todos esos gentilhombres y si seguimos haciendo las cosas igual
no va a quedar nadie.
Por
eso es importante que pongamos al pobre en el centro de la Iglesia, así
redescubriremos el Evangelio y los no creyentes tendrán también la oportunidad
de encontrarse con la excepcionalidad de la Iglesia.
Jorge Martínez
Lucena
Fuente:
Aleteia