Lo que Nuestra Señora de
Fátima hizo aquel día inspiró a muchos a convertirse, pero provocó que otros
rechazaran la fe
Esta
semana marca el centésimo aniversario de la aparición más controvertida, la de
Nuestra Señora de Fátima en Portugal.
Lo
que Nuestra Señora hizo aquel día inspiró a muchos a convertirse, pero provocó
que otros rechazaran la fe sin pensarlo dos veces. Trajo un poco de locura a
algunas personas y se ganó el envidiable respeto de otras.
El
13 de julio fue el día en que Nuestra Señora dio un susto de muerte a tres
niños pastores al mostrarles el infierno y advertirles severamente sobre una
segunda guerra mundial y una nueva era de martirio.
Y
esta aparición del 13 de julio de 1917, sorprendente —y sorprendentemente
dura—, cambió la fe de la Iglesia de nuestro tiempo.
Primero: el 13 de julio
devolvió el infierno al centro de la conciencia católica
La
pequeña Lucía dos Santos tenía 10 años cuando Nuestra Señora de Fátima empezó a
aparecérsele cada día 13 del mes comenzando en mayo de 1917, junto a sus primos
Francisco y Jacinta Marto, de 8 y 7 años respectivamente.
Sin
embargo, en julio, en vez de simplemente exhortar a los niños a rezar el
Rosario y señalarles el paraíso, les mostró una visión terrible.
“Vimos
como un mar de fuego”, escribió Lucía, “y, sumergidos en ese fuego, los
demonios y las almas (…) con forma humana (…) entre gritos y gemidos de dolor y
desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor”.
Para
alabanza de Nuestra Señora de Fátima, hay que decir que la visión del infierno
solo sucedió después de un año de preparación, incluyendo visitas de un ángel y
mucha reconfirmación sobre el paraíso. Pero la visión afectó tan profundamente
a Jacinta, especialmente, que pareció cambiar radicalmente su personalidad.
Lo
único que justificaría esta visión como algo bueno y no un ejemplo de abuso
emocional sería que el infierno fuera un lugar real y nosotros estuviéramos en
peligro inminente de terminar allí si no hiciéramos algo drástico.
Pero
es que es real. Y estamos en peligro.
Segundo: ella reiteró el
mensaje menos popular —y más importante— del cristianismo
Los
mensajes de Jesús (Marcos 1, 15), Juan Bautista (Mateo 3, 1-2) y Pedro (Hechos
2, 38) son todos el mismo: “¡Conviértanse!”. Jesús definió la misión de la
Iglesia como una predicación por “la conversión para el perdón de los
pecados”.
Y
todos los papas desde Pío XII hasta Francisco han dicho que “el pecado del
siglo es la pérdida del sentido de pecado”.
La
negativa a convertirse y arrepentirse —la creencia de que el pecado en realidad
no importa— está en el origen de los principales desastres morales de nuestro
tiempo, desde el aborto a la trata de personas, pasando por la epidemia de
pornografía y la tasa
de crímenes violentos en las ciudades. Los que no ven ningún mal
hacen cosas terribles.
La
visión del infierno de Nuestra Señora de Fátima es un correctivo absolutamente
necesario para la confianza presuntuosa de que todos iremos al cielo pase lo
que pase. Es cierto que Dios quiere perdonarnos a todos. Pero hay una cosa que
lo detiene: no
nos arrepentimos.
Tercero: Nuestra Señora de
Fátima desidealizó la guerra
“Esta
guerra cesará”, dijo a los niños Nuestra Señora de Fátima aquel julio,
“pero si los hombres no dejan de ofender a Dios, otra guerra más
terrible comenzará”.
Al
margen de lo que entendieran sobre los detalles, el sentido general de este
mensaje estaba muy claro para los niños: la guerra no es motivo para que
Dios recompense a los vencedores, sino para que castigue el pecado.
El
paradigma de la “recompensa” había existido durante mucho tiempo en la historia
cristiana: desde Carlomagno a Juana de Arco, desde Nuestra Señora de las
Victorias a los colonos en las Américas. Toda cultura cristiana tenía su
particular Robin Hood y rey Arturo: héroes con la inusual virtud de una
violencia inteligente.
Pero
Nuestra Señora de Fátima volcó un jarro de agua fría sobre todo eso. Las
virtudes marciales son reales, pero son un ejemplo de Dios extrayendo el bien
del mal, no de conquistar la voluntad de Dios a través de la violencia.
Por último, el 13 de julio
desidealizó el martirio
De
hecho, Nuestra Señora de Fátima homogeneizó nuestro entendimiento del martirio.
En
esta era de películas en casa, muchos de nosotros estamos viendo ahora Silencio de
Martin Scorsese, que cuenta el desencanto de un jesuita que busca la gloria en
las persecuciones de Japón y en vez de eso encuentra un horror que entumece el
alma.
Nuestra
Señora de Fátima nos enseñó esa lección hace 100 años.
Los
niños tuvieron una visión del Papa “medio tembloroso con paso vacilante,
apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que
encontraba por el camino”, hasta que él mismo era muerto a disparos. Nuestra
Señora sabe que en el paraíso el martirio es glorioso y que, en la tierra, es
doloroso y triste.
El
significado de todo esto no se perdió con los tres pastorcitos
Aprendieron
que era absolutamente urgente que consolaran
a Jesús, convirtieran a los pecadores y se comprometieran con María.
El
13 de julio es solo una parte de su historia, una historia que incluye mucho
más consuelo que condenación y que iba destinada a todas las generaciones,
incluyendo la nuestra.
Tom
Hoopes
Fuente:
Aleteia