Ya no siento ganas de
orar, ¿y ahora?
Hay
momentos en que no siento la menor voluntad de dialogar con algunas personas,
pero, porque es necesario, acabo dejando de lado mi voluntad y voy a su
encuentro, converso, trabajo, convivo y sigo frente a ellas. Con Dios no es
diferente. A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos
de hablar con Él, es decir, de rezar, pero porque sé que es preciso, y además
dependo de Su gracia, voy a Su encuentro a través de la oración.
Claro
que ello exige compromiso y perseverancia porque, en realidad, la vida de
oración es una conquista diaria; y como toda conquista no está exenta de luchas,
es necesario luchar para ser orante.
En
este sentido, santa Teresa de Jesús afirma, en su autobiografía, que oración
y vida cómoda no combinan en nada; ella recuerda que una de las mayores
victorias del demonio es convencer a alguien de que no es necesario rezar.
O
sea, cuando se trata de la vida de oración es necesario tener conciencia de que
se trata de una lucha espiritual, y para vencer el único camino es rezar
con o sin voluntad. Si escojo guiarme sólo por mi querer, corro el riesgo
de ser una persona vacía, sin sentido.
Desierto espiritual
Sé
que, con el paso del tiempo y el cúmulo de actividades, corremos el serio
riesgo de, poco a poco, ir dejando la oración de lado o rezar de cualquier
manera hasta llegar a un “desierto espiritual” y sentir una cierta apatía
respecto a la oración. Pero es justamente en ese momento cuando necesitamos
ir más allá de los sentimientos y considerar que el “desierto también es
fecundo” cuando se vive en Dios, ¡y por su misericordia en nuestra vida todo es
gracia!
Consolaciones
y desolaciones, alegría y tristeza, pérdidas y ganancias, todo es fruto del
amor de Dios, quien permite que vivamos las pruebas mientras nos llama a crecer
y a fructificar en toda y cualquier circunstancia. Por tanto, en el punto en
que te encuentras ahora, vuelve a fijar tu alma en Dios y permite que Él
la devuelva a Sí mismo, por la fuerza de la oración.
Al
absorber tanta agitación y estímulos en nuestros días, acabamos perdiendo el
contacto con nuestra verdadera esencia, y quedamos tan distraídos y preocupados
con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, que acabamos
fragmentados, confusos e inseguros, sin acordarnos de dónde venimos, dónde
estamos y menos aún, a dónde vamos. Sólo Dios puede reorientarnos.
Jesús
tenía conciencia de ello cuando dijo a sus discípulos: “Velen y oren para no
caer en la tentación” (Mateo 26,41); yo diría, principalmente, la tentación de
olvidar quién eres y cuál es tu papel en este mundo.
Entonces, ¿vamos a rezar?
Dejo
aquí algunas pistas que pueden servir para abrir camino en tu relación con
Dios. Cuando encuentres tu propio camino, caminarás libremente y cada vez más
experimentarás la alegría que se encuentra en la presencia de Dios por medio de
la oración.
1- Escoge el horario y el tiempo que
quieres dedicar a tu oración y procura ser fiel a ese propósito. Así
como nos alimentamos diariamente, la oración tiene que ser el alimento diario
del alma, pase lo que pase.
2- Fundamenta tu oración en la Palabra de Dios y en Su verdad. Habla
con Él con confianza y sin reservas, como quien habla con un amigo. Así
encontrarás la paz y la armonía interior que tanto buscas, pues, como enseña
san Juan de la Cruz, “el conocimiento de uno mismo es fruto de la intimidad con
Dios, y es el medio esencial para la libertad interior”.
3- Reza con humildad, deteniéndote siempre en la palabra “Hágase tu
voluntad”. Acuérdate de que tu oración no puede estar motivada
simplemente por gusto o exigencia, sino, por encima de todo, por gratuidad y
confianza en la misericordia de Dios.
4- Practica lo que rezas y no desvincules tus obras de la
oración, pues una cosa está totalmente relacionada con la otra. Caridad,
perdón, alegría, confianza, fraternidad y paciencia son características de
quien reza.
5- Ten tu propio ritmo de oración. La imitación y la comparación
no ayudan en nada. La vida de los santos, por ejemplo, son flechas que apuntan
al cielo pero eres tú quien debe dar tus propios pasos para llegar hasta él.
Deseo
que en cada amanecer y también en las “noches oscuras” experimentes por la
oración que el amor es la verdadera felicidad, y que esta consiste en amar y
sentirse amado. Y nadie nos ama tanto como Dios. Si alguna vez pierdes la
voluntad de rezar, ya sabes lo que tienes que hacer: ¡reza igual y sé feliz!
Cançao Nova