Una de las raíces más profundas de la
crisis de los sacramentos se encuentra en la idea de que la materia es ajena a
la salvación
Parece
bastante claro que los sacramentos están en crisis. Hoy en día la figura de
Jesús es objeto de un extraordinario interés; la acción social y caritativa de
la Iglesia suscita por lo general respeto y admiración; en cambio, la actividad
sacramental es considerada como cuestión exclusivamente intraeclesial.
Más
aún, entre no pocos despierta recelos, porque les da la impresión de que se
trata de una evasión que aliena al hombre, lo aleja de su existencia cotidiana
y de sus semejantes.
La
crisis es especialmente aguda en lo que se refiere a la Eucaristía. Concurren
en ella circunstancias propias que agravan lo dicho sobre los sacramentos en
general. Una de ellas es que la ciencia moderna, por un lado, y la
fenomenología existencial, por otro, consideran superada la categoría de
sustancia, con lo cual, una noción tan fundamental como la de transustanciacion
resulta difícil de aceptar.
Al
hombre de hoy también le resultan problemáticos los conceptos de sacrificio y
expiación, propios de sociedades primitivas e incompatibles con la idea
ilustrada de Dios.
Por
una curiosa paradoja, lo sacramental nunca había estado tan presente en la reflexión
teológica como en el siglo XX. La categoría de sacramento se ha convertido en
una de las claves –si no la clave– de los tratados de eclesiología (Semmelroth,
Rahner), cristología y antropología (Schillebeeckx). Rahner, en su epocal
artículo Zur Theologie des Symbols propone una ontología del símbolo
en la que aparece como el modo fundamental de darse el ser. A partir de esta
concepción propone repensar la teología.
La paradoja del
sacramento
Pienso
que ambos fenómenos están interrelacionados. Ante la crisis señalada, los
teólogos emprenden un esfuerzo por enriquecer la reflexión acerca de lo
sacramental y mostrar así al hombre actual su razonabilidad.
Una
de las raíces más profundas de la crisis se encuentra en la idea de que la
materia es ajena a la salvación. Bultmann hablaba en 1948 de «la paradoja del
sacramento», que él formulaba en los siguientes términos: «¿Cómo pueden fuerzas
espirituales estar unidas a elementos materiales que las contienen?».
Esta
concepción de la materia conduce, a su vez, a una relativización de la
dimensión corpórea e institucional de la Iglesia. «¿Está Dios en las
instituciones, en los acontecimientos, en las palabras? Dios, que es eterno,
¿no nos llama desde dentro? […] Dios no necesita de ningún intermediario para entrar
en el alma del hombre, porque está más dentro de él que el hombre mismo, y no
hay nada ni nadie que pueda llegar más cerca y más hondo al hombre que quien
palpa a esa criatura en lo más profundo de su interioridad.
Para
salvar al individuo no se necesita ni la Iglesia, ni la historia de la
salvación, ni la encarnación, ni la pasión de Dios en el mundo». Este texto
procede de un pasaje muy expresivo de la Introducción al Cristianismo de
Ratzinger (1968), en el cual el teólogo bávaro intenta meterse en la mente de
un hombre de nuestra época y pone en su boca las palabras citadas.
El
mismo Ratzinger, en un artículo publicado en 1976, afirma que la raíz de esta
actitud moderna hacia lo material e institucional se encuentra en el dualismo
cartesiano: «A pesar del redescubrimiento del cuerpo, a pesar de la
glorificación de la materia, seguimos, hasta ahora, profundamente marcados por
la división cartesiana de la realidad: no queremos introducir a la materia en
nuestras relaciones con Dios. La tenemos por incapaz de convertirse en
expresión de la relación con Dios o en el medio al menos a través del cual Dios
nos alcanza. Hoy como antes, intentamos reducir la religión tan solo al ámbito
del espíritu y de la conciencia y llegamos hasta el punto de atribuir a Dios solo
la mitad de la realidad, incurriendo así en un craso materialismo, que no
acierta a percibir en la materia ninguna capacidad de transformación».
Manuel
Aroztegi Esnaola
Catedrático de Teología de la Universidad San Dámaso
Catedrático de Teología de la Universidad San Dámaso
Fuente:
Alfa y Omega