29.8.17

CUERPO Y SACRAMENTOS

Una de las raíces más profundas de la crisis de los sacramentos se encuentra en la idea de que la materia es ajena a la salvación
Parece bastante claro que los sacramentos están en crisis. Hoy en día la figura de Jesús es objeto de un extraordinario interés; la acción social y caritativa de la Iglesia suscita por lo general respeto y admiración; en cambio, la actividad sacramental es considerada como cuestión exclusivamente intraeclesial.

Más aún, entre no pocos despierta recelos, porque les da la impresión de que se trata de una evasión que aliena al hombre, lo aleja de su existencia cotidiana y de sus semejantes. 

La crisis es especialmente aguda en lo que se refiere a la Eucaristía. Concurren en ella circunstancias propias que agravan lo dicho sobre los sacramentos en general. Una de ellas es que la ciencia moderna, por un lado, y la fenomenología existencial, por otro, consideran superada la categoría de sustancia, con lo cual, una noción tan fundamental como la de transustanciacion resulta difícil de aceptar.

Al hombre de hoy también le resultan problemáticos los conceptos de sacrificio y expiación, propios de sociedades primitivas e incompatibles con la idea ilustrada de Dios.

Por una curiosa paradoja, lo sacramental nunca había estado tan presente en la reflexión teológica como en el siglo XX. La categoría de sacramento se ha convertido en una de las claves –si no la clave– de los tratados de eclesiología (Semmelroth, Rahner), cristología y antropología (Schillebeeckx). Rahner, en su epocal artículo Zur Theologie des Symbols propone una ontología del símbolo en la que aparece como el modo fundamental de darse el ser. A partir de esta concepción propone repensar la teología.

La paradoja del sacramento

Pienso que ambos fenómenos están interrelacionados. Ante la crisis señalada, los teólogos emprenden un esfuerzo por enriquecer la reflexión acerca de lo sacramental y mostrar así al hombre actual su razonabilidad.

Una de las raíces más profundas de la crisis se encuentra en la idea de que la materia es ajena a la salvación. Bultmann hablaba en 1948 de «la paradoja del sacramento», que él formulaba en los siguientes términos: «¿Cómo pueden fuerzas espirituales estar unidas a elementos materiales que las contienen?».

Esta concepción de la materia conduce, a su vez, a una relativización de la dimensión corpórea e institucional de la Iglesia. «¿Está Dios en las instituciones, en los acontecimientos, en las palabras? Dios, que es eterno, ¿no nos llama desde dentro? […] Dios no necesita de ningún intermediario para entrar en el alma del hombre, porque está más dentro de él que el hombre mismo, y no hay nada ni nadie que pueda llegar más cerca y más hondo al hombre que quien palpa a esa criatura en lo más profundo de su interioridad.

Para salvar al individuo no se necesita ni la Iglesia, ni la historia de la salvación, ni la encarnación, ni la pasión de Dios en el mundo». Este texto procede de un pasaje muy expresivo de la Introducción al Cristianismo de Ratzinger (1968), en el cual el teólogo bávaro intenta meterse en la mente de un hombre de nuestra época y pone en su boca las palabras citadas.

El mismo Ratzinger, en un artículo publicado en 1976, afirma que la raíz de esta actitud moderna hacia lo material e institucional se encuentra en el dualismo cartesiano: «A pesar del redescubrimiento del cuerpo, a pesar de la glorificación de la materia, seguimos, hasta ahora, profundamente marcados por la división cartesiana de la realidad: no queremos introducir a la materia en nuestras relaciones con Dios. La tenemos por incapaz de convertirse en expresión de la relación con Dios o en el medio al menos a través del cual Dios nos alcanza. Hoy como antes, intentamos reducir la religión tan solo al ámbito del espíritu y de la conciencia y llegamos hasta el punto de atribuir a Dios solo la mitad de la realidad, incurriendo así en un craso materialismo, que no acierta a percibir en la materia ninguna capacidad de transformación».

Manuel Aroztegi Esnaola
Catedrático de Teología de la Universidad San Dámaso

Fuente: Alfa y Omega

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