Texto de las palabras del
Papa Francisco en el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
la página del Evangelio (Mt 14, 22-33) describe el episodio de Jesús que,
después de haber orado toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se
dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se
encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando
ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un
fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengan
miedo!» (v. 27). Pedro, con su típica ímpetu, le dice: «Señor, si eres tú,
mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29).
Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a
causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor,
sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).
Esta
narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar
sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de
todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta
comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe
de nuestra comunidad?
La
barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia;
el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de
Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro» y su grito: «Señor, sálvame» se
asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también el
miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de
nuestras comunidades, marcadas por fragilidades internas y por dificultades
externas.
A
Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la
cuerda extendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y
turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos
sujetamos a la palabra del Señor, sino para tener seguridad, para tener más
seguridad se consultan horóscopos y adivinos, se comienza a hundir. La fe no es
tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su
palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las
tempestades de la vida.
La
fe nos da la seguridad de una Presencia – no olviden esto: la fe nos da la
seguridad de una Presencia, esa presencia de Jesús – una Presencia que nos
impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos
aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino
incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los
problemas de la vida, sino nos sostiene en el camino y le da un sentido.
Este
episodio es una imagen estupenda de la realidad de la Iglesia de todos los
tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también
vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no
es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio
es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su
palabra. Sobre esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y
debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor,
como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él,
diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). Qué bello es
decir a Jesús esta palabra: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”.
Digámoslo todos juntos. Todos. Fuerte: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de
Dios!”. Una vez más… “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”
La
Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las
tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la
tentación de subirse en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías,
de las modas y de los eslóganes.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano






