Además
del objetivo de promoción turística se difunden elementos claros del ocultismo
y del neopaganismo
Cada vez están
más difundidas en España las fiestas “populares” que tienen como protagonista
al fenómeno de la brujería. En diversas regiones de la geografía nacional se
repiten los eventos que mezclan historia y leyenda, magia y esoterismo. ¿Se
trata simplemente de una temática atractiva que se usa como reclamo del turismo
o hay una intención de promover lo oculto? Veamos algunos ejemplos.
Entre pócimas y
aquelarres
En julio, la
localidad navarra de Bargota celebró la XIII Semana de la Brujería. Más allá
del mercado en el que se podían comprar productos artesanales, incluyó la
celebración de un “Akelarre” con cientos de asistentes en torno a la
figura del brujo Johanes (un personaje legendario de la localidad que habría
vivido en el siglo XVI, presentado como clérigo convertido en brujo).
El llamado
“pueblo de los hechizos y las pócimas” adquirió por unos días una estética
medieval que sumaba también la exposición de instrumentos de tortura
medievales, algo muy de moda últimamente. En el programa de actos podía verse
la presencia de “echadoras de cartas” y, además, la realización de “brujería
infantil”.
Yendo al sur de
España, en este mes de agosto se ha celebrado en Soportújar (Granada) la IX
Feria del Embrujo, una convocatoria pensada especialmente, según se informa,
“para los amantes de los enigmas y el esoterismo”. En su programa
incluyen, como no podía faltar, una “gran queimada ritualizada”.
Brujería como
motor del turismo
De esta manera,
tal como señalaba la responsable de Cultura de la Diputación provincial de
Granada, “el tema de la brujería es motor y catalizador de todos los eventos
que se desarrollan”. En la misma línea trabaja el Ayuntamiento de la localidad,
buscando la generación de un “turismo centrado en el tema de la magia y la
brujería”.
Esto se puede
comprobar en unas iniciativas que van más allá de la Feria celebrada en agosto,
con otros eventos a lo largo del año, como la celebración de la noche
de los muertos el 31 de octubre, o la realización de obras estables,
como el Centro de Interpretación de la Brujería y la
recientemente inaugurada “Fuente del Dragón”, que acompaña a la estatua
de este ser fantástico con una estrella de cinco puntas y un rótulo que da cuenta
de las supuestas propiedades afrodisíacas y de fertilidad de su agua.
El turismo en
torno a la brujería va más allá de estas localidades. Otro ejemplo nacional es
el de Zugarramurdi, un pequeño pueblo navarro que recibe miles de visitantes
cada año, atraídos por la resonancia popular del emplazamiento donde tuvo lugar
en 1610 un importante proceso inquisitorial contra la brujería. Allí puede
contemplarse, entre otras cosas, un Museo de las Brujas. En la
propaganda turística se afirma que “fueron víctimas de una situación social
trasnochada”.
Y aprovechando
que en la misma provincia se encuentran Bargota y Zugarramurdi, el gobierno
regional de Navarra ha elaborado la “Ruta de la brujería”, una propuesta
turística que cuenta con diez itinerarios diferentes a través de “enclaves de
gran belleza impregnados por un halo de misterio que invitan
al visitante a trasladarse al enigmático mundo del oscurantismo a
la vez que le permiten disfrutar del sabor de las tradiciones gastronómicas y
la autenticidad de un medio que ha sabido perpetuar su esencia”.
Más allá del
folklore
La divulgación
de estos acontecimientos y propuestas culturales no se queda en un simple
recuerdo del pasado local. En muchas ocasiones constatamos un intento
de reescribir la historia, en un ejercicio de memoria que invierte
totalmente el relato “oficial” sobre la brujería sustituyéndolo por el
contrario, más allá de todo rigor histórico.
Se pasa, por
tanto, de la demonización de las brujas a su canonización, sin más motivo que
la revancha, el desprecio de una época –sobre todo la Edad Media– y, muchas
veces, el anticlericalismo.
Además, una
mirada en profundidad nos proporciona testimonios gráficos de elementos
vinculados al ocultismo y al satanismo, como
altares dedicados al macho cabrío, círculos rituales en el suelo con la
estrella de cinco puntas, etc. Podemos encontrar también expresiones como
“carga mágica” o “tradición pagana”.
“Aquelarres,
voces corajudas, visiones, oráculos, curanderismo, hipnosis, quiromancia,
telepatía, magos, bebedizos mágicos, afrodisíacos, ensalmadores, cartas,
hechiceros, velas, calaveras y muchas más cosas” (leemos en un medio sobre
Soportújar). Aunque se afirma que es un “evento que persigue la promoción del
municipio y el divertimento”, la insistencia en elementos mágicos y esotéricos
es destacada.
El reclamo del
neopaganismo
Algunos
responsables políticos no tienen empacho al afirmar que el propósito de estas
fiestas ambientadas en la brujería es “atraer a los amantes del esoterismo”, y
de ahí la carga en estos temas. No olvidemos que si algo se destaca de la Edad
Media para llegar al público y para lo comercial es lo más oscuro y enigmático:
la magia y la brujería, los templarios, la alquimia, etc.
Aparte de este “gancho”
de lo misterioso hay que tener en cuenta la gran aceptación que tiene
en la actualidad toda afirmación de la bondad –sin discriminación alguna– de
las heterodoxias en el cristianismo, los planteamientos alternativos a una
religiosidad asumida oficial y socialmente y, por encima de todo, los cultos
paganos que habrían sido erradicados violentamente por la religión
cristiana.
De ahí la
insistencia cansina en la sabiduría de las brujas (natural, siempre natural),
la maldad de la Inquisición y, por tanto, de la Iglesia (sin distinguir y sin
una valoración rigurosa y justa de lo que supuso, con sus luces y sombras), la
concepción mágica del mundo (pre-religiosa y pre-científica), la marginación de
la mujer en épocas pretéritas (con una demonización caricaturesca del
patriarcalismo), etc.
En algunos lugares
del mundo sigue siendo un fenómeno dramático el de las brujas y su persecución
(con asesinatos en África, América y Asia), mientras que en España y en otros
lugares se aborda desde la perspectiva del pasatiempo, del negocio y de
un cierto adoctrinamiento que deja en bastante mal lugar a las religiones en
general y al cristianismo en particular.
Los riesgos
están ahí. Y las administraciones públicas deberían pensar con mucho cuidado
qué cosas promocionan con el dinero de todos.
Luis
Santamaría
Fuente: Aleteia