Durante el Ángelus habla
de la Transfiguración y su mensaje de esperanza
En
el domingo en que la liturgia celebra la Fiesta de la Trasfiguración del Señor,
el Santo Padre Francisco antes de rezar la oración mariana del
Ángelus con los fieles y peregrinos procedentes de numerosos países que se
dieron cita a mediodía en la Plaza de San Pedro, explicó lo que relata la
página evangélica del día.
El Papa
Bergoglio afirmó que el evento de la Trasfiguración del Señor nos ofrece
un mensaje de esperanza. Sí, porque nos invita a encontrar a Jesús para estar
al servicio de los hermanos.
El Obispo
de Roma insistió en que estamos llamados a redescubrir el silencio
pacificante y regenerarte de la meditación del Evangelio, que conduce
hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría. Y en esta
perspectiva, dijo que el tiempo veraniego es un momento providencial para
acrecentar nuestra búsqueda y compromiso de encuentro con el Señor, puesto que
en este período, los estudiantes están libres de las obligaciones escolares y
numerosas familias se van de vacaciones. De ahí la importancia del descanso y
del desprendimiento de las ocupaciones cotidianas, para volver a templar las
fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando el camino espiritual.
Hacia
el final de su reflexión, el Pontífice dijo que transformados por la
presencia de Cristo y por el ardor de su palabra, seremos signos concreto
del amor vivificante de Dios por todos nuestros hermanos, especialmente
por quienes sufren, por cuantos se encuentran en la soledad y en el abandono,
por los enfermos y por la multitud de hombres y de mujeres que, en
diversas partes del mundo, son humillados por la injusticia, la prepotencia y
la violencia.
A
María, a la que vemos como a la “Virgen de la Escucha” – concluyó
diciendo Francisco – siempre dispuesta a acoger y custodiar en su
corazón cada palabra de su Hijo Divino, le encomendamos las vacaciones de
todos, para que sean serenas y proficuas y, sobre todo, encomendamos el verano
de cuantos no pueden irse de vacaciones porque se sienten impedidos a causa de
su edad avanzada o por falta de salud o de trabajo y restricciones económicas o
por otros problemas, a fin de que sea, de todos modos, un tiempo de distensión,
regocijado por la presencia de amigos y momentos dichosos.
Después
de rezar a la Madre de Dios, el Papa Francisco saludó afectuosamente
a los queridos hermanos y hermanas presentes en la Plaza de San
Pedro desafiando el gran calor del verano romano.
“Hoy
– dijo el Santo Padre – están presentes diversos grupos de chicos y
jóvenes. ¡Los saludo con gran afecto!”.
Y
de modo especial al grupo de la pastoral juvenil de Verona; a los jóvenes
de Adria, Campodarsego y Offanengo. A todos – les dijo –
les deseo un feliz domingo. Y concluyó – como suele hacer – pidiendo que
por favor, no se olviden de rezar por él. A la vez que deseó a todos buen
almuerzo y se despidió con un “¡hasta la vista”!.
Texto
completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este
domingo, la liturgia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. La
hodierna página evangélica, lo hemos escuchado, narra que los apóstoles
Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de este evento extraordinario. Jesús los
tomó consigo «y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1) y, mientras
oraba, su rostro cambió de aspecto, brillando como el sol, y sus vestiduras se
volvieron cándidas como la luz. Se les aparecieron entonces Moisés y Elías, y
se pusieron a dialogar con Él. A este punto, Pedro dice a Jesús: «Señor, ¡qué
bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías» (v. 4). No había aún terminado de hablar,
cuando una nube luminosa los cubrió.
El
evento de la Transfiguración del Señor nos ofrece un mensaje de esperanza – así
seremos nosotros, con Él – nos invita a encontrar a Jesús, para estar al
servicio de los hermanos.
La
subida de los discípulos hacia el monte Tabor nos lleva a reflexionar sobre la
importancia de desprendernos de las cosas mundanas, para efectuar un camino
hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de disponernos a la escucha atenta
y orante del Cristo, el Hijo amado del Padre, buscando momentos íntimos de
oración que permitan la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios. En esta
elevación espiritual, en este desprendimiento de las cosas mundanas, estamos
llamados a redescubrir el silencio pacificante y regenerante de la meditación
del Evangelio, de la lectura de la Biblia, que conduce hacia una meta rica de
belleza, de esplendor y de alegría. Y cuando nosotros nos ponemos así, con la
Biblia en la mano, en silencio, comenzamos a sentir esta belleza interior, esta
alegría que nos da la Palabra de Dios en nosotros. En esta perspectiva, el
tiempo veraniego es un momento providencial para acrecentar nuestro empeño de
búsqueda y de encuentro con el Señor. En este periodo, los estudiantes están
libres de las obligaciones escolares y muchas familias realizan sus vacaciones;
es importante que en el periodo de descanso y de desapego de las ocupaciones
cotidianas, se puedan fortificar las fuerzas del cuerpo y del espíritu,
profundizando en el camino espiritual.
Al
finalizar la experiencia maravillosa de la Transfiguración, los discípulos
bajaron de la montaña (Cfr. v. 9) con los ojos y el corazón transfigurados por
el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos realizar también
nosotros. El redescubrimiento siempre más vivo de Jesús no es un fin en sí
mismo, sino nos induce a “bajar de la montaña”, recargados por la fuerza del
Espíritu divino, para decidir nuevos pasos de auténtica conversión y para
testimoniar constantemente la caridad, como ley de vida cotidiana.
Transformados por la presencia de Cristo y por el ardor de su palabra, seremos
signo concreto del amor vivificante de Dios para todos nuestros hermanos,
especialmente para quienes sufren, para cuantos se encuentran en la soledad y
en el abandono, para los enfermos y para la multitud de hombres y de
mujeres que, en diversas partes del mundo, son humillados por la
injusticia, la prepotencia y la violencia.
En
la Transfiguración se oye la voz del Padre celestial que dice: Todavía estaba
hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz
que decía desde la nube: «Este es mi Hijo amado. Escúchenlo» (v.5). Miramos a
María, la Virgen de la escucha, siempre dispuesta a acoger y custodiar en su
corazón cada palabra del Hijo divino (Cfr. Lc 1, 52). Quiera nuestra Madre y
Madre de Dios ayudarnos a entrar en sintonía con la Palabra de Dios, para que
Cristo se convierta en luz y guía de toda nuestra vida. A Ella le encomendamos
las vacaciones de todos, para que sean serenas y proficuas, pero sobre todo por
el verano de cuantos no pueden ir de vacaciones porque están impedidos por la
edad, por motivos de salud o de trabajo, por restricciones económicas o por
otros problemas, para que sea de todos modos un tiempo de distención, animado
por la presencia de amigos y de momentos dichosos.
Radio Vaticano
Fuente:
Aleteia