Esa lucha enfermiza por acumular tesoros me quita
la paz, ya no quiero equivocarme más...
Jesús me dice que su reino es un tesoro que puedo comprar si
vendo antes todo lo que tengo: “El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de
alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los
cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una
de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.
Un tesoro escondido. ¿Qué vale
tanto como para vender todo lo que poseo? Me parece imposible. Una perla fina
de gran valor. ¿Merece la pena vender todo lo que tengo por tenerla? Me
conmueve que Jesús me hable en mi lenguaje. Que me hable de tesoros y de bienes.
A mí me gustan los tesoros.
Encontrar algo valioso y adquirirlo. Me da miedo perder lo que me hace feliz.
No quiero dejar pasar oportunidades. No quiero que el tesoro escondido siga
escondido. ¿Cuáles son los tesoros que
poseo?
A veces doy valor a cosas poco
importantes. Y creo que ahí está mi tesoro. Y no es cierto. Me engaño. Dejo de
valorar otras cosas que también tengo. Cuando las pierdo me doy cuenta de lo
que de verdad merece la pena. Sé que de lo que habla la boca está lleno el
corazón. Tal vez es que no sé poner mi corazón en las cosas que de verdad
importan.
Decía Victoria Braquehais,
misionera en el Congo, donde vive despojada de sus tesoros antiguos: “En África lo que me sorprende es su deseo
de vivir, su lucha por la vida, su amor a la vida, a salir adelante. El tesoro
más grande que me ha dado África es a Jesús. La vida se vive al desnudo, sin
tapujos y sin distracciones. Y eso te pone frente a lo más profundo”.
Cuando uno vive despojado de
todo es cuando puede encontrarse con lo más valioso. Muchas veces
creo que guardo tesoros en mi vida. Pienso que sin ellos no puedo vivir. Me
obsesiono por retenerlos.
Luego me desprenden de ellos y
sufro. Y como por arte de magia aprendo a vivir sin ellos. Me doy cuenta de
algo importante, eran tesoros prescindibles. Había puesto mi corazón en cosas que no eran tan vitales. Quizás si
aprendo a vivir despojado de todo pueda comprender de verdad dónde se encuentra
mi verdadero tesoro.
Jesús me habla hoy de ese
tesoro que a veces no toco. Su presencia en mí, la presencia invisible de su
reino. Yo busco lo que mis ojos ven y mis manos tocan. Y por eso me apego a las
cosas del mundo. Pero sé que sólo en Dios se encuentra mi
tesoro más hondo. Lo sé con la cabeza. Tengo que dejar que cale mi corazón.
Decía el padre José Kentenich: “El alma no está en paz hasta hallar su punto de
reposo en lo más íntimo del corazón del amado. Así entendemos lo que dijera san
Agustín: – Nuestro corazón fue creado para ti y no descansará hasta que repose
en ti. El corazón quiere descansar en Dios”.
Quiero encontrar mi verdadero
tesoro. Lo que de verdad me da paz. Hacer mi propio camino y lograr
así descansar en Dios.
Sé que a veces he puesto mi
vida en otros lugares deseando una paz que nunca llega. Me he llenado de
tesoros materiales que me han dejado vacío con el paso del tiempo. Me he
empeñado en atar bien mis posesiones. En esperar herencias maravillosas. Dinero
fácil. O más dinero del que hoy poseo, para vivir más tranquilo.
¡Cuántas veces sufro por la
inseguridad ante el futuro! Miedo a perder el
trabajo, a no poder pagar las cuentas. Miedo a la inseguridad de esta vida en
la que nada está asegurado. Tengo muchos tesoros en los que descansa mi
corazón. Pero son caducos.
Me da miedo vivir y no tener
suficiente para cuidar a los míos. Temo no escalar a la posición que deseo.
Lograr ese espacio en el mundo laboral donde pueda ser reconocido. Busco
tesoros que me den paz. El aplauso y el reconocimiento del mundo. Producir lo que
esperan que produzca.
Esa lucha enfermiza por
acumular tesoros me quita la paz. Temo perder lo que poseo.
Mi tesoro escondido y bien guardado. Cuanto más tengo menos quiero dar. No
estoy dispuesto a pagar tanto por el tesoro del reino. Me duele el alma sólo de
pensar en quedarme vacío.
Me falta fe y confianza en ese
Jesús que camina con las manos vacías a mi lado. Yo las tengo llenas. Y sé que lo más importante lo aprendo cuando me despojo de todo. Cuando
aprendo a vivir desnudo, sin tapujos, sin distracciones. Vivir en la verdad de
mi vida donde tantas cosas son accesorias y superfluas. No tienen peso.
Liberarme de todo lo caduco me
da paz. Pensar que puedo perderlo todo y aun así no perder a Dios, y mantener
la alegría. Nadie podrá nunca arrebatarme su tesoro escondido en lo hondo de mi
alma. Por eso hoy lo decido. No quiero
buscar fuera lo que llevo dentro de mí. Tengo todo en mí para ser feliz.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia