Haz una lista de las palabras que más te han
marcado en este día
En Dios mi vida se multiplica más allá de lo que yo soy. Si me dejo tocar por Dios mi vida será
mucho más. Se darán en mí las señales del reino: la gratuidad y la
sobreabundancia.
La gratuidad porque todo sucede
en Dios sin merecimiento. No hay pago por lo recibido. Es imposible. La
salvación es gratuita, no es merecida. En el reino las cosas suceden por amor.
No como pago por mi entrega.
Tantas veces se me graba en el
corazón que cuando hago algo bien recibiré
un bien a cambio. Y es cierto que el bien engendra el bien. Lo he comprobado.
Una sonrisa despierta sonrisas. Una palabra agradable da vida. Pero en Dios se desborda. El bien puede ser fuente de
un bien mayor. Es la semilla enterrada cuya fecundidad no controlo.
El otro día recordé una
película ya antigua: Cadena de
favores. En ella un profesor les propone a sus alumnos que cambien el
mundo. Que se inventen la forma de cambiarlo. Uno de ellos se inventa un
sistema: una cadena de favores. Hacer tres favores grandes a tres personas y
pedirles que sigan la cadena. Que hagan ellos también tres favores a otros
tres. Y así sucesivamente.
Hace falta mucha fe para creer
en la bondad de las personas. Hace falta fe en Dios para pensar que mis actos
pueden dar fruto eterno, pueden ser más, puedan engendrar nueva vida. El
bien genera un nuevo bien.
Creo en la bondad de las
personas. Creo que todos tenemos una capacidad
inmensa en el alma de hacer el bien. Y la bloqueamos al sentirnos heridos, al caer, al
tropezar, al sentirnos desilusionados y decepcionados.
Sé que la medida de Dios va más
allá de mi propia medida pequeña y mezquina. Su amor va más allá de lo que yo
soy. Más allá de mis dones humanos. Sé entonces que para multiplicarme no me hace
falta ser magnífico y tener grandes talentos. La fecundidad no depende de mis dones. De mi
inteligencia y preparación.
Lo fundamental es que me abra a
Dios totalmente y me deje tocar por su amor. Mi tierra tocada por Él.
Él puede hacer fecunda mi vida. Mi generosidad se multiplica. Mi entrega llega
a ser infinita. Los frutos de mi sí son incontables. Sólo si le dejo, Dios
entra en mí y me hace fecundo. Quiero dejarme empapar por su amor.
Esa presencia de Dios que todo
lo transforma tiene que ver con la profundidad de mi vida, de mi alma.
Pero me doy cuenta de mi superficialidad muchas veces. No hago más que pasar de una cosa a otra sin pensar demasiado. Una nueva
experiencia, otra más. Acumulo días y vivencias. Pero no me detengo en ellas para encontrarme con Dios.
Tal vez me faltan raíces
profundas. Conozco personas hondas, en las que uno intuye una vida profunda y
verdadera que apenas se deja ver. Yo quiero un jardín en mi alma en el que haya
raíces profundas. En el que los troncos de los árboles me hablen de una vida
que crece para la eternidad. Dios lo puede hacer posible si yo me dejo tocar
por Él, por su Palabra.
Cada día escucho tantas
palabras… Muchas palabras que no me dicen nada. Algunas se quedan prendidas en
el alma y me hablan de algo verdadero.
Hay palabras que dan vida y
esperanza, que construyen y levantan. Pero hay otras palabras
negativas, que desaniman y ofenden, que matan
y hunden, palabras que desprecian y hieren. ¿Cuáles son mis palabras?
¿Qué palabras guardo cada día al llegar la noche?
¿Qué palabras pronuncian mis
labios? Misterio. Luz. Paz. Verdad. Silencio. Encuentro. Amor.
Renuncia. Descanso. Espera. Mirada. Mano. Solidaridad. Esperanza. Hondura.
Amistad. Escucha. Radicalidad. Abrazo. Tengo mi lista de palabras. Esas que han
marcado mi día, o mi vida.
¿Cuál es la lista de esas
palabras que más me han marcado? Esas palabras que al recordarlas o volverlas a
escuchar tienen una resonancia verdadera en mi corazón. Quiero tener mis palabras mágicas. Las que me elevan a lo
alto. Las que no me dejan indiferente y me hacen soñar. Las que me alegran la
vida.
Son palabras de Dios. Él mismo
las pronuncia en mi alma sin que yo me dé cuenta. Son palabras que me van
cambiando por dentro y me hablan de algo que despierta vida en mi interior. De
un ideal que anhelo. De una vida que aún no poseo.
Es bonito que las palabras me
empapen hasta el fondo del alma. Dios lo hace así. Entra en esas palabras que
suenan a verdad en mi corazón.
Quiero detenerme a meditar su
Palabra. Y a escuchar a Dios. ¿Qué palabra me dice Dios cada día? Su Palabra.
La Escritura en la que se me revela su verdad para mi vida. Jesús me habla cada día. Es bonito detenerse a meditar la Palabra. Escuchar lo
que me quiere decir Dios con su vida, con sus obras, con sus palabras.
La Palabra de Dios es viva y
eficaz. Una espada de doble filo. Toca los rincones más escondidos del alma. No
se detiene en la superficie. Penetra hasta lo más profundo. Se hunde en mi carne. Quiero hacer silencio para escuchar lo que Dios
me dice.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia