«Al estar 24 horas con ellas saben que eres una vecina más, pero al mismo tiempo eres una vecina diferente, porque saben que tu puerta está abierta para lo que sea y a la hora que sea»
Reyes, Fabiola y Teresa con la puerta de su vivienda abierta |
«Vosotras
hacéis de madres», dijo una chica del centro residencial JMJ para familias a
Reyes, Fabiola y Teresa, franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor
que viven las 24 horas del día y los 365 días del año junto a las familias a
las que Cáritas Madrid ayuda a salir de situaciones económicas y familiares
difíciles.
La chica, una joven rumana sin familia, víctima de malos tratos,
madre soltera, se acababa de sacar el título de peluquería y lo primero que
hizo fue llamar a la puerta del módulo C002 para compartir su alegría.
Las
religiosas están por el día y por la noche, incluidos los fines de semana,
«para acoger, acompañar, escuchar y cuidar a todas estas familias y a todos
estos niños. Las familias de este residencial tienen detrás toda una historia
de vida que hay que cuidar. Nosotras queremos estar con los pobres y vivir con
ellos y para ellos. Es una gracia poder estar aquí», dice Fabiola.
Ellas
llegaron al centro hace 15 meses, «porque estábamos pensando desde hace tiempo
cómo enlazar un proyecto de reinserción social con una comunidad de vida, algo
ágil, sin mucha estructura. Veíamos que nos faltaba algo, y Cáritas Madrid nos
ofreció la posibilidad de participar en esta iniciativa. Ellos también estaban
buscando una comunidad para residir en este centro», uno de los cuatro centros
residenciales para familias que regenta Cáritas Madrid. Todos ellos cuentan con
una comunidad de vida consagrada –en dos de ellas en un formato
intercongregacional– que vive allí las 24 horas.
De día y de noche
Las
franciscanas tienen una vivienda exactamente igual a las que tienen el resto de
familias, con la diferencia de que han habilitado un pequeño espacio para rezar
en el que han colocado al Santísimo. «Nuestra labor es simplemente estar con
estas familias, con mucha naturalidad», dice Fabiola, mientras que para Reyes
«la clave es tener la puerta abierta. A las siete de la mañana te puede venir
una madre pidiéndote que si te puedes quedar con su hijo porque a ella le ha
salido una entrevista de trabajo; o a la una de la noche llama otra porque ha
tenido una discusión; o te llama otra para pedirte consejo por una situación
familiar… Aquí saben que pueden contar con nosotras para cualquier cosa».
Pero
no solo llaman a su puerta en los momentos difíciles, sino también para
compartir una comida que han hecho o para celebrar algún acontecimiento
importante. «Al estar 24 horas con ellas saben que eres una vecina más, pero al
mismo tiempo eres una vecina diferente, porque saben que tu puerta está abierta
para lo que sea y a la hora que sea», explica Fabiola. «Podemos decir que somos
una familia por los lazos que en el día a día se generan entre nosotros».
Lágrimas al llegar… y al
irse
El
centro está lleno de niños, y no son pocos los que llevan el niño «a las
hermanas» cuando surge alguna necesidad imprevista. También acompañan a muchas
vecinas al médico si lo necesitan. Y junto a ellas participan también en los
distintos talleres de desarrollo personal, familiar y profesional que el centro
propone a las familias.
Su
día a día se desenvuelve entre las distintas actividades que realizan los
habitantes del centro y el simple acompañamiento que hacen en esta singular
comunidad de vecinos. Pero una de las actividades más importantes que llevan a
cabo es recibir a las nuevas familias que llegan: «Las recibimos, las acogemos,
les enseñamos su casa, les presentamos a los vecinos… Es muy bonito», dice
Fabiola.
Este
vínculo tan especial continúa después de que las familias abandonen el centro,
que por lo general suele ser al cabo de un año. «Seguimos teniendo mucha
amistad con ellos. Todos sabemos que aquí estamos de paso. En lo que va de 2017
hemos despedido a once familias. Recuerdo especialmente a una mujer que había
sufrida violencia de género que nos dijo: “Vine aquí llorando, y me voy también
llorando, porque habéis sido para mí una familia”. Hay una parte que se va pero
otra que también continúa».
«Recibes más de lo que
das»
Las
familias saben que estas vecinas tan especiales son religiosas y, aunque no
tienen una gran formación en la fe, alguna ha ido con ellas a rezar a la
capilla, y otras van a Misa los domingos en la parroquia aneja al centro.
También las que son musulmanas les piden rezar «a su Dios» por ellas. Pero «con
todas tenemos un gran vínculo», dice Fabiola, que señala que en muchas
conversaciones sale la pregunta: «¿Y cómo es que eres monja?».
También
recuerda que durante una visita del cardenal Osoro al centro, «un niño le
preguntó: “¿Cómo es tu Dios? Y él le contestó y luego me pidió a mí que se lo
siguiera explicando cuando él se fuera. Pero después añadió: “Bueno, él ya lo
va a ver”», refiriéndose al trabajo de las religiosas.
¿Qué
reciben estas mujeres a cambio de entregar su vida 24 horas al día a otras
familias? Fabiola responde que «vivir todo el día con ellos me ha hecho
mirarlas de forma distinta, me ha hecho comprender su fragilidad y entender su
debilidad, y me ha hecho valorar mucho toda la ayuda profesional que se da
desde Cáritas». Al mismo tiempo, se ha dado cuenta de que «hay un misterio en
el ser humano; he aprendido que, por mucho que tú quieras ayudar, si el otro no
quiere dar el primer paso es imposible. Hasta que el otro no se da cuenta de
que lo necesita, tú no puedes hacer nada».
Por
su parte, para Reyes esta experiencia se suma a sus 35 años como misionera en
Latinoamérica, en lugares pobres y de frontera, «y esto me ha hecho volver a lo
que siempre he hecho: estar con los más necesitados. Es otra misión, aquí en mi
país, donde también hay mucha gente viviendo en precariedad. Para mí ha sido
una oportunidad de volver a experimentar que cuando tú das, recibes mucho más
de lo que das».
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente:
Alfa y Omega