7.9.17

MONJAS 24 HORAS PARA FAMILIAS Y MADRES EN RIESGO DE EXCLUSIÓN

«Al estar 24 horas con ellas saben que eres una vecina más, pero al mismo tiempo eres una vecina diferente, porque saben que tu puerta está abierta para lo que sea y a la hora que sea»

Reyes, Fabiola y Teresa con la puerta de su vivienda abierta
«Vosotras hacéis de madres», dijo una chica del centro residencial JMJ para familias a Reyes, Fabiola y Teresa, franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor que viven las 24 horas del día y los 365 días del año junto a las familias a las que Cáritas Madrid ayuda a salir de situaciones económicas y familiares difíciles. 

La chica, una joven rumana sin familia, víctima de malos tratos, madre soltera, se acababa de sacar el título de peluquería y lo primero que hizo fue llamar a la puerta del módulo C002 para compartir su alegría. 

Las religiosas están por el día y por la noche, incluidos los fines de semana, «para acoger, acompañar, escuchar y cuidar a todas estas familias y a todos estos niños. Las familias de este residencial tienen detrás toda una historia de vida que hay que cuidar. Nosotras queremos estar con los pobres y vivir con ellos y para ellos. Es una gracia poder estar aquí», dice Fabiola.

Ellas llegaron al centro hace 15 meses, «porque estábamos pensando desde hace tiempo cómo enlazar un proyecto de reinserción social con una comunidad de vida, algo ágil, sin mucha estructura. Veíamos que nos faltaba algo, y Cáritas Madrid nos ofreció la posibilidad de participar en esta iniciativa. Ellos también estaban buscando una comunidad para residir en este centro», uno de los cuatro centros residenciales para familias que regenta Cáritas Madrid. Todos ellos cuentan con una comunidad de vida consagrada –en dos de ellas en un formato intercongregacional– que vive allí las 24 horas.

De día y de noche

Las franciscanas tienen una vivienda exactamente igual a las que tienen el resto de familias, con la diferencia de que han habilitado un pequeño espacio para rezar en el que han colocado al Santísimo. «Nuestra labor es simplemente estar con estas familias, con mucha naturalidad», dice Fabiola, mientras que para Reyes «la clave es tener la puerta abierta. A las siete de la mañana te puede venir una madre pidiéndote que si te puedes quedar con su hijo porque a ella le ha salido una entrevista de trabajo; o a la una de la noche llama otra porque ha tenido una discusión; o te llama otra para pedirte consejo por una situación familiar… Aquí saben que pueden contar con nosotras para cualquier cosa».

Pero no solo llaman a su puerta en los momentos difíciles, sino también para compartir una comida que han hecho o para celebrar algún acontecimiento importante. «Al estar 24 horas con ellas saben que eres una vecina más, pero al mismo tiempo eres una vecina diferente, porque saben que tu puerta está abierta para lo que sea y a la hora que sea», explica Fabiola. «Podemos decir que somos una familia por los lazos que en el día a día se generan entre nosotros».

Lágrimas al llegar… y al irse

El centro está lleno de niños, y no son pocos los que llevan el niño «a las hermanas» cuando surge alguna necesidad imprevista. También acompañan a muchas vecinas al médico si lo necesitan. Y junto a ellas participan también en los distintos talleres de desarrollo personal, familiar y profesional que el centro propone a las familias.

Su día a día se desenvuelve entre las distintas actividades que realizan los habitantes del centro y el simple acompañamiento que hacen en esta singular comunidad de vecinos. Pero una de las actividades más importantes que llevan a cabo es recibir a las nuevas familias que llegan: «Las recibimos, las acogemos, les enseñamos su casa, les presentamos a los vecinos… Es muy bonito», dice Fabiola.

Este vínculo tan especial continúa después de que las familias abandonen el centro, que por lo general suele ser al cabo de un año. «Seguimos teniendo mucha amistad con ellos. Todos sabemos que aquí estamos de paso. En lo que va de 2017 hemos despedido a once familias. Recuerdo especialmente a una mujer que había sufrida violencia de género que nos dijo: “Vine aquí llorando, y me voy también llorando, porque habéis sido para mí una familia”. Hay una parte que se va pero otra que también continúa».

«Recibes más de lo que das»

Las familias saben que estas vecinas tan especiales son religiosas y, aunque no tienen una gran formación en la fe, alguna ha ido con ellas a rezar a la capilla, y otras van a Misa los domingos en la parroquia aneja al centro. También las que son musulmanas les piden rezar «a su Dios» por ellas. Pero «con todas tenemos un gran vínculo», dice Fabiola, que señala que en muchas conversaciones sale la pregunta: «¿Y cómo es que eres monja?».

También recuerda que durante una visita del cardenal Osoro al centro, «un niño le preguntó: “¿Cómo es tu Dios? Y él le contestó y luego me pidió a mí que se lo siguiera explicando cuando él se fuera. Pero después añadió: “Bueno, él ya lo va a ver”», refiriéndose al trabajo de las religiosas.

¿Qué reciben estas mujeres a cambio de entregar su vida 24 horas al día a otras familias? Fabiola responde que «vivir todo el día con ellos me ha hecho mirarlas de forma distinta, me ha hecho comprender su fragilidad y entender su debilidad, y me ha hecho valorar mucho toda la ayuda profesional que se da desde Cáritas». Al mismo tiempo, se ha dado cuenta de que «hay un misterio en el ser humano; he aprendido que, por mucho que tú quieras ayudar, si el otro no quiere dar el primer paso es imposible. Hasta que el otro no se da cuenta de que lo necesita, tú no puedes hacer nada».

Por su parte, para Reyes esta experiencia se suma a sus 35 años como misionera en Latinoamérica, en lugares pobres y de frontera, «y esto me ha hecho volver a lo que siempre he hecho: estar con los más necesitados. Es otra misión, aquí en mi país, donde también hay mucha gente viviendo en precariedad. Para mí ha sido una oportunidad de volver a experimentar que cuando tú das, recibes mucho más de lo que das».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo


Fuente: Alfa y Omega
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