Quiero besar mi forma original de dar fruto y
alegrarme con la vida original que aportan otros
Los frutos que yo doy no son los mismos que los que dan los otros. Son diferentes. No puedo compararme
con otros pero tantas veces lo hago. Quiero lo que no doy. Busco lo que no
hago. Cada uno tiene sus frutos. Yo los míos. Según mi tierra. Según mis
raíces. Según el color de mi alma.
Recuerdo un libro de Olga
Bejano Alma de color salmón. Ella sentía que
tenía el color de ese pez que lucha contra la corriente, se impone contra la
fuerza del río y se hace fuerte en la lucha.
Decía: “El
sufrimiento y la oración han ido cambiando mi vida y transformando mi escala de
valores y actitudes. Desearía gritar [a todos] que
valoren su vida, que la sepan vivir sanamente. Que aprendan a ser
felices y así podrán hacer felices a los demás. No se puede dar lo que no se
tiene”.
Ella dio con su ejemplo frutos
de lucha y entrega. Su testimonio da vida a muchos. Tuvo que sufrir la
enfermedad y perseverar en la impotencia. Y Dios ha multiplicado el fruto de su
semilla. Así hace conmigo cuando me dejo utilizar. Soy su instrumento en medio del mundo y daré frutos del color de
mi alma.
¿De qué color es mi alma?
Quiero aceptar mi originalidad. Porque es lo
más valioso que Dios me ha confiado. Lo que yo no dé, no lo dará nadie por mí.
Olga Bejano así lo hizo: “Respeto y entiendo a los que se dan por vencidos
y no creen en nada; pero yo, cuando llegue al ‘otro lado’, quiero tener la
sensación de llevar mis deberes cumplidos. Todos queremos gozar y ninguno sufrir; pero el sufrimiento y
la muerte vienen incluidos en la vida. Soy partidaria de luchar, no de huir,
por eso lucharé hasta el final”.
Ella luchó hasta el final de su
vida. Nunca se dio por vencida. Nunca huyó. Esa actitud suya ha servido a
muchos de inspiración para sus propias vidas, para su enfermedad. Olga sembró
semillas color salmón. Y dio un fruto de lucha, de esperanza, de resiliencia.
Me gusta esa mirada sobre la
vida. Yo también aprendo de ella. ¿Cuál es el color de mi semilla? Lo que yo
siembro tiene mi impronta. En mis frutos se ve mi manera de enfrentar la vida,
de hacer las cosas. Soy original, no soy ninguna copia.
El padre José Kentenich me
invita a cuidar mi originalidad:
“Esforcémonos por comprender y reconocer mejor nuestra originalidad; al
mismo tiempo, por desarrollar nuestra originalidad, pero estando
suficientemente abiertos ante otras maneras de ser”.
Aceptar que tengo un don
original. Un carisma que Dios me confía. Una forma de ser que marca el mundo
que me rodea. Eso siempre me da esperanza. Dios puede hacer algo grande con mi
vida. Algo diferente a lo que los demás dan. Mi fruto es otro. No tengo
envidia. Mi fruto tiene que ver con el color de mis sueños, de mi vida.
Me regocijo en mi verdad. En mi
camino propio y único. No tiene que ver con lo que los demás esperan. No puedo
dar lo que yo no tengo. No puedo aportar lo que no hay en mí como semilla.
Eso me alegra porque evita las
comparaciones. Compararme no me hace feliz. Me acompleja. A veces me llena de
amargura. Pierdo la alegría y vivo lamentando no ser como otros.
Quiero besar mi forma original
de dar fruto y alegrarme con la vida original que aportan otros. El color de mi
semilla lo ha elegido Dios. Es el “culpable” de mi vida. El responsable de mi camino. Eso me conmueve y
me llena de esperanza.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia