Tengo que aprender a acallar los gritos del mundo
para escuchar los gritos de mi alma
Creo que tengo que detenerme lo suficiente
como para poder ahondar en mi corazón y saber quién soy en realidad. Para saber cuál es mi verdad única y
amarla. Creo que sólo desde la verdad puede Jesús entrar en mi vida. Sólo desde
la verdad reconocida puedo darme a los demás y amarlos. Sólo desde lo que soy
podré ser feliz.
Pero a veces ni siquiera yo mismo sé quién
soy de verdad. Vivo en moldes que me protegen. Intento parecerme a otros.
Responder a un patrón, a un estilo determinado. Para no desencajar y ser
aceptado por todos. Ser uno más, sin desentonar. Oculto mi verdad. Lo que de
verdad pienso, lo que soy en lo más hondo.
Es cierto que me defino a veces por las
cosas que hago. Pero soy mucho más que lo que hago. Sueño con metas lejanas que
tienen que ver conmigo. Pero también soy mucho más que esas metas que están
casi fuera de mí a las que otros muchos también tienden.
Y entonces, cuando me paro a pensar y me
callo, guardando un silencio sagrado, descubro algo mío, único, irrenunciable.
Una verdad escondida, conocida por tan pocos. Beso esa verdad que es mi nombre,
mi esencia, lo que anima mi cuerpo y le da vida. Esa forma original tan mía de
amar, de ser y de pensar. Tan original que me parece tierra virgen donde yo
mismo me siento extraño. Pero soy yo. Es mi vida. Es mi verdad.
Quiero ser capaz de saber cómo soy. Quiero
escuchar atentamente muy dentro de mí. Para saber dónde me encuentro. ¿Cuál es
la pregunta fundamental que brota en mi alma cuando me callo y escucho?
Hay personas, conozco algunas, para las que
su mundo interior es algo desconocido. Viven en la superficie de la vida y son
felices aparentemente. Navegan haciendo pie, huyendo de las honduras, temiendo
lo desconocido.
Y todo esto
funciona hasta el momento en el que algo difícil sucede en sus vidas. Se quedan
solos. Comienzan las dudas y los miedos. Temen haber confundido el camino. Se
asombran de sus sentimientos en situaciones complejas. Necesitan ahondar para
encontrar el sentido a lo que les sucede.
No quiero que me pase lo mismo que a ellos.
Quiero profundizar, ahondar, mirar dentro de mí. Por eso hoy me detengo para
contemplar mi propia imagen.
Y me hago una
pregunta. Si me encontrara con Jesús de verdad, ¿qué le preguntaría? ¿Qué
miedos compartiría con Él? ¿Qué le pediría para tener paz? En definitiva, ¿qué
me falta para ser feliz? Le miro ahora oculto en mí. Se lo pregunto.
Tal vez no conozco tan bien como creo los
ríos que surcan mi alma. Esos ríos interiores por los que navegan mis miedos,
mis inseguridades, mis preocupaciones, mis oscuridades, mis tentaciones. No sé
cuáles son mis dudas más profundas hasta que miro dentro, en lo profundo de mi
mar, en lo más hondo. Y descubro mis miedos y mis fuerzas. Mis
temores y mis esperanzas. Lo bueno y lo malo. Lo bello y lo feo.
Lo veo todo oculto, esquivo, huidizo. Se me
escapa ese fuego que arde en mi interior. Y unas nubes densas nublan a veces mi
optimismo.
Creo que tal vez respondo con recetas
aprendidas cuando me enfrento con la vida y sus temores. Y siento que me turbo
ante lo desconocido, ante lo que no controlo. ¿Quién soy yo? Cuento lo que
hago, lo que he logrado, lo que deseo. No miro más allá de lo que ahora mismo
toco.
Creo quizás que mi valor está en mis horas
de servicio, en las metas logradas, en lo aprendido con el paso de los años. El
dolor y la tempestad mueven todo lo que no es verdadero dentro de mí y me
limpian.
Cuando eso ocurre, mi barca zozobra en la
tormenta y entonces ya no me sirven de nada las respuestas fáciles de manual.
Tiemblo. Por eso tengo que aprender a acallar los gritos del mundo para
escuchar los gritos de mi alma.
Decía el P. Kentenich: De
esto se trata en especial, que aprendamos a hablar con Dios, que cultivemos una
vida interior profunda, una biunidad con Dios [1].
Quiero estar tan unido a Dios que pueda
vivir de su luz. Quiero reconocerme a mí mismo al verme reflejado en Él. Su
imagen en mi imagen. Mi rostro en su corazón herido. Me cuesta mirar hondo y no
perderme en los mil detalles que tiene la vida. Quiero descubrirme en lo
cotidiano. No en los grandes momentos. Sino en la vida que transcurre
lentamente. Día a día.
Comenta la pintora Cristina Rueda al tratar
de explicar su obra: Es una época difícil para los buscadores de la verdad,
para los hombres y mujeres que se asoman al misterio de Dios en su propio
corazón. En este mundo engañoso y confuso, lleno de todo y vacío de sentido,
pretendo dar calma y sosiego con la humildad del papel, la tinta y el dibujo.
Es en la pureza de lo pequeño, en lo ordinario que pasa desapercibido, donde
nadie busca y donde todo se encuentra.
En la luz se ve mejor el interior confuso
de mi alma. En la claridad recupero la calma perdida. Y ahí descanso al saber
que no estoy solo yo en medio de mi camino. Descubro que en mi verdad está todo
un Dios escondido queriéndome desde que fui concebido. En mi pobreza está su
riqueza más grande. Soy amado como soy porque soy reflejo de todo su poder.
Lo sé, pero se me olvida. Por eso quiero
ser capaz de mirar cara a cara mi indigencia, mi pobreza, mi insensatez. Besar
mi verdad escondida. Mi belleza oculta.
Soy un buscador de la verdad, de mi propia
verdad. Miro dentro de mí buscando vestigios del cielo. Están allí, seguro, en
los pliegues de mi alma. Pero esa introspección me parece a veces imposible.
Deseo sumergirme más dentro de mis corrientes. Y saber hacia dónde voy. De dónde vengo.
Quién soy.
[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21
1963
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia