Predicador, secretario del cardenal… ¡el exorcista
que no te esperas!
Un duro exorcista
que lucha contra Satanás. Con mirada severa, forza, vehemencia. Pero también un
simpático sacerdote amante de las bromas. ¡Sí, en serio!
Parecería
increíble… pero estamos hablando de Don
Gabriele Amorth. Lo cuenta él mismo en una de las conversaciones con Elisabetta Fezzi, reunidas en el libro “Padre Amorth. La mia battaglia con DIO contro
SATANA” (edizioni San Paolo), que cuenta numerosas anécdotas del
más famoso de los exorcistas, desaparecido en 2016.
El predicador falso
“Recuerdo una broma
– comenta Amorth – Éramos universitarios y había en Asís un curso de ejercicios
espirituales. Un amigo, que era más bien gordo, llegó con antelación, se vistió
de cura y entró en la casa de religiosas donde debían celebrarse. Se presentó
como predicador y tuvo una acogida magnífica: tomó café y luego se despidió
diciendo que iba a dar un paseo por el pueblo”.
Al poco llegó el
verdadero predicador, “que era uno llamado Franco Costa de Savona y
que, naturalmente, venía vestido de sacerdote, pero que tenía una cara muy
juvenil. Las religiosas le riñeron en seguida: “Venga, sabemos que es un
estudiante, nos han avisado. Vaya allí y quítese la sotana…”. El primero había
sido muy convincente y les había dicho que, entre los estudiantes, había uno
que tenía la manía de vestirse de cura. ¡Todo acabó con grandes carcajadas!”.
El “secretario” del cardenal
Este amigo de
Amorth era ingeniero y fue también secretario del cardenal
Lercaro precisamente en el año de la consagración de Italia, “por lo
que yo tenía mi ‘quinta columna’ junto al cardenal. Me fue utilísimo, porque
cada vez que necesitaba le llamaba por teléfono, y él me pasaba en seguida a
Lercaro”.
Así, a través de
él, el exorcista dice que aprendió “¡lo que significa ser secretario de un pez
gordo! Recuerdo que una vez quería publicar un artículo en L’Osservatore Romano, pero me dijeron que
no. Entonces pregunté por el director, y me preguntaron quién era. Me presenté
como el secretario del cardenal Lercaro y en seguida me lo pasaron, ¡y me
confirmaron que lo publicarían lo antes posible! Yo
nunca decía el nombre, sino que decía que era el secretario de… alguien
importante: ¡todas las puertas se abrían!”.
Monseñor Cialtrone
Una vez Amorth hizo
un experimento. “Estaba en Bolonia, había terminado de hablar con Lercaro y
debía volver a Modena. Estaba cerca de la iglesia de San Pedro; me di cuenta de
que a pie no llegaría a tiempo a la estación para el tren. Entonces llamé por
teléfono al diario Avvenire d’Italia diciendo: “Necesito
que me envíen un auto para ir a la estación, estoy aquí con el cardenal
Lercaro”. Me preguntaron: ‘¿Pero ¿quién habla?’. ‘¡Soy monseñor Cialtrone!’,
respondí [cialtrone,
en italiano coloquial, significa bribón, granuja]. ‘¡Oh monseñor,
oh monseñor, en seguida, monseñor!'”.
Es decir,
constataba el exorcista, “¡se fijan en el
título y no en el nombre! Yo lo hice como una broma, para tomar el
pelo, pero en seguida me llegó el auto. ¡La gente se fija en la
apariencia pero no en la sustancia! El chofer me hizo acomodar:
“Póngase cómodo,
monseñor, de nada, monseñor…”; el nombre había desaparecido, quedaba sólo el
título”.
Gelsomino del Guercio
Fuente: Aleteia