La puerta de su “cueva”
está siempre abierta para aportar una palabra de luz, aunque él se reste
importancia
El
sacerdote Francisco Barrionuevo, que lleva diez años viviendo en la Ermita de
Constantín de Purujosa, ha dado sus votos perpetuos como ermitaño de la
diócesis de Tarazona. "Con Jesús en el corazón, la vida es muy
bella", asegura.
Purujosa,
un municipio de tan solo 38 habitantes en las faldas del Moncayo, figura en el
libro Guinness de los Récords por ser el pueblo más pequeño del mundo con
semáforo.
Sin embargo, ese no es su único distintivo. Desde hace diez años, lejos del
revuelo mediático, acoge a Francisco Barrionuevo, un sacerdote que vive en
silencio, oración, soledad y penitencia en la ermita de la Virgen de
Constantín.
Justo allí, acompañado por numerosos vecinos, amigos y sacerdotes, hizo la
profesión perpetua de sus votos como eremita de la diócesis de Tarazona el
pasado 14 de septiembre, en una celebración presidida por el obispo, don
Eusebio Hernández Sola, y a la que no faltó su predecesor, don Demetrio
Fernández, actual prelado de Córdoba.
“El sitio es pequeño para tanta gente -se disculpó padre Francisco-, pero el
corazón de la Virgen es muy grande y cabemos todos”. Un espacio discreto,
escondido en la montaña bajo una imponente pared rocosa, que fue testigo de un
sí perpetuo a la vida eremítica. Porque, como apuntó monseñor Hernández
Sola en la homilía, “Francisco se ofrece a Dios para vivir siempre la
perfección evangélica en la oración, en la contemplación y mediante los votos
de pobreza, castidad y obediencia”.
Puerta abierta en la montaña
Este ermitaño, de verbo fácil y sonrisa permanente, nació en Málaga hace 55
años. No tiene internet, duerme en una cama de madera –una tabla– y vive de la
providencia. De hecho, su nevera está llena de lo que le llega voluntariamente.
Un montañero, un amigo, un curioso… La puerta de su “cueva” está siempre
abierta para aportar una palabra de luz, aunque él se reste importancia: “Soy
un pobre torpe. Hago lo que puedo”. Con esa humildad ha cautivado tanto al
pueblo, que acaba de ser nombrado hijo adoptivo de Purujosa.
“Desde el primer momento me he sentido acogido como hermano entre hermanos,
recibiendo muestras de cariño y comprensión por mi estilo de vida”, apunta
Francisco, reafirmándose en el compromiso adquirido: “Toda vocación es un don
para la Iglesia y una llamada al servicio para su edificación y misión. Yo así
trato de vivirlo desde la soledad y el silencio cotidiano, con el objetivo de
amar más a Cristo”.
Cruz, misterio que ilumina
La Eucaristía ocupa el centro de su existencia. Una vida de oración que pasa
por el estudio. Basta con ver su amplia biblioteca. “Importante”, susurra. Es
como un fosforito que subraya la muerte y resurrección de Cristo. Se entierra
en este mundo a la espera de alcanzar la vida eterna. Por ello, la celebración
de sus votos perpetuos es, en palabras del obispo de Tarazona, “un signo de que
Dios sigue haciéndose presente en medio de su Iglesia, eligiendo para sí
hombres que desean dar una respuesta teologal de fe, esperanza y amor a la
revelación del Dios vivo”.
No es casual, por tanto, que el sí definitivo tuviera lugar en la fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz, como recalca monseñor Hernández: “Francisco hace
de la cruz misterio que ilumina e inspira su sacerdocio en la soledad del
desierto. Ha decidido ponerse como María y Juan a los pies de la cruz, para
adorar y gozar en la contemplación de esa locura de amor”.
Una respuesta radical que le ha llevado a adoptar un singular estilo de vida y
a construir –con el apoyo de los vecinos– la “Estrella de la mañana”, una casa
de retiro que facilita el encuentro sin antenas móviles a su alrededor.
La vida de un ermitaño posee un valor extraordinario, pues es un signo
elocuente de amor a Dios. De ahí que san Juan Pablo II afirmara que los
religiosos y religiosas de vida contemplativa son “el tesoro de la Iglesia”, su
mayor riqueza, sin olvidar a los pobres y enfermos.
Francisco da fe de ello, con sus sandalias, junto al pueblo que ostenta ya una
Luz mayor que la de su único semáforo.
Portaluz/
José María Albalad
Fuente: Semanario Iglesia en Aragón. Archidiócesis de Zaragoza