"Oh,
vientre que llevó, escondido en cuerpo, al Cristo que ha sido visible a muchos;
oh vientre que se hizo más espacioso que la creación completa…”
En
el año 313 el cristianismo fue despenalizado por el Emperador Constantino y en
el 380 el Emperador Teodosio declaró que sería la única religión oficial (o
lícita) del Imperio. Medio siglo después, en el 431, el Concilio de Éfeso
decretó que María podía ser honrada con el título de Theotokos (“la que dio a
luz a Dios”). Desde entonces se multiplican los signos de devoción de los
cristianos a la Virgen.
Muchos
protestantes, y también algunos neopaganos y racionalistas, dan por sentado que
la devoción a la Virgen es, pues, muy tardía, y quizá una incorporación
posterior de divinidades femeninas paganas camufladas. Consideran que es una
devoción que los cristianos anteriores a Constantino (la despenalización) o a
Éfeso (el dogma de María como Madre de Dios) no habrían tenido. Para los
cristianos del siglo I, II y III María habría sido sólo una sencilla mujer de los
Evangelios, dócil al Señor, que amaba a Dios y su hijo.
Pero, ¿cómo se llegó entonces a esa explosión de devoción mariana en el
siglo V?
Un
libro analiza los 3 primeros siglos.
Ahora,
Rachel Fulton Brown, profesora de Historia en la Universidad de Chicago,
analiza en la revista ecuménica conservadora First Things el
libro de Stephen J. Shoemaker Mary in Early Christian Faith and
Devotion (“María en la temprana devoción y fe cristiana”) publicado en
Yale University Press.
Rachel
Fultone explica que durante décadas nadie ha intentado investigar ni rastrear
en serio los orígenes de la devoción mariana. Shoemaker es el
primero en muchos años.
Shoemaker,
que es más bien protestante y un experto en los textos apócrifos cristianos y
el cristianismo bizantino, repasa una serie de textos apócrifos de los
siglos II y III donde María tiene un papel importante. Muchas de las
escenas e ideas de esos textos enseguida arraigaron en las tradiciones
cristianas e incluso, luego, en el arte medieval.
La
conclusión de Shoemaker es que María, en los primeros siglos, sí era
objeto de mucho recuerdo, respeto y admiración, más del que los
protestantes suelen creer y admitir. Pero no considera que deba llamarse
“devoción” a lo que tenían esos cristianos, porque piensa que no solían
tenerla como intercesora: si no le pides milagros, no es “devoción”.
Shoemaker
dice que María era, básicamente, “una santa entre otros santos, reverenciada
por su pureza excepcional y santidad, y su intimidad con su hijo, un estatus
más modesto que el tiene en el Oriente cristiano hoy”.
Shoemaker se queda corto: María como vaso sacro
Rachel
Fulton critica esta conclusión. Le parece insuficiente, Por un lado,
porque los cristianos antiguos sí piden intercesión a la Virgen.Por
otro lado, porque la devoción no es sólo pedir intercesión, sino reconocerle un
status de sacralidad.
Y
María en muchos textos apócrifos y antiguos sí es vista como un “vaso sacro”
colocado “aparte, para Dios”, es decir, un objeto sagrado para recibir lo
Sagrado. Y los cristianos lo expresaban con exhuberancia de símbolos que luego
pasarían a los grandes himnos e iconos bizantinos.
Esto
está ya en el Apocalipsis 11,19 y 12, que se escribió hacia el año 96 d.C. Cuenta
cómo se abrió el Templo y se vio al Arca de la Alianza, y hubo rayos y truenos
y terremoto y aullidos… y entonces se vio a una mujer vestida de sol con doce
estrellas como corona y la luna como pedestal, que estaba embarazada, llevando
en su seno a quien vencerá al dragón y juzgará las naciones.
María es el Arca: la vasija sacratísima que lleva a Dios
El
biblista ex-protestante Scott Hahn, experto en Apocalipsis, señala que el autor
quiere indicar que María, la Madre de Jesús, es esa mujer y es también el Arca
de la Alianza. Igual que el Arca tiene en su interior el maná, la vara
de Aarón y las Tablas de la Ley, María tiene en su interior al Pan de Vida,
al Verdadero Sacerdote y a la Ley hecha carne que es Jesús.
Hahn
cree que para los lectores antiguos esto era patente: igual que el Rey David
danzaba ante el Arca y el bebé Juan Bautista “danza” ante María, igual que
David comenta “¿cómo puede venir el Arca a mí” e Isabel comenta, sobre María,
“¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?”.
Esta
tradición de señalar a María como un gigantesco, sagrado, objeto
portador de Dios, es el que se repite en la literatura apócrifa de los siguientes
siglos. Los cristianos expresaron con ese tipo de enfoque y símbolos su
devoción a María y a su oficio.
El Protoevangelio de Santiago, del siglo II
En
el Protoevangelio de Santiago, del siglo II, Shoemaker cree que hay poco
interés por María. Rachel Fulton no está de acuerdo.
En
ese libro, dice, “María es descrita como alguien o algo preparado especialmente
por Dios para un propósito específico, es concebida milagrosamente después de
que sus padres oraran para tener hijos; a los 3 años es enviada al Templo para
ser educada allí. En la pubertad es prometida a José para protegerla y cuando
el ángel se le aparece está hilando la púrpura y escarlata para el velo del
Templo“.
Shoemaker
admite que son símbolos de María como “corporalización física de santidad, como
lo es el templo, que sirve de lugar de santidad divina en la tierra”.
El Libro del Reposo de María, del siglo III
Otro
caso que comentan es el Libro del Reposo de María del siglo III, que tenemos
por su versión etíope en lengua ge’ez (la lengua litúrgica etíope, antaño lengua
imperial allí, hoy sin hablantes). Hay también fragmentos en siríaco y
georgiano antiguo. Es la versión más antigua (que tengamos escrita) sobre la
muerte de María y su ascensión al Cielo.
En
ese libro el apóstol Pedro dice: “La luz de la lámpara de nuestra hermana María
llena el mundo y no se extinguirá hasta el fin de los días, para que los que
han decidido salvarse reciban seguridad en ella. Y si reciben la imagen de luz,
recibirán el descanso y bendición de ella”.
Esto,
según Rachel, no son fantasías gnósticas, sino el tipo de halagos de base
bíblica que cristalizarán en la poesía bizantina. Por eso, el famoso himno
Akathistos del siglo V, lleno de “piropos” a María, la alaba como “antorcha
llena de luz, que brilla sobre aquellos en las tinieblas”.
María intercede por los condenados y les aporta alivio
Que
María es intercesora queda claro en este texto del siglo III: una vez sube al
Cielo su cuerpo, junto al árbol de la vida, donde allí los ángeles devuelven el
alma al cuerpo de ella, los ángeles la llevan a un infierno a ver a los
condenados (o quizá almas purgantes).
Ellos
piden así a María: “María, te suplicamos, María, luz y madre de la luz; María,
vida y madre de los apóstoles; María, lámpara dorada que llevas cada lámpara
justa; María, nuestra maestra y madre de nuestro maestro; María, nuestra reina,
suplica a tu hijo que nos de un poco de respiro”. María intercede por ellos y
el Señor les concede “9 horas de descanso en el Día del Señor”.
Después,
los apóstoles y María van al Paraíso, se sientan bajo el árbol de la vida con
los Patriarcas y las almas de los buenos. Después suben al Séptimo Cielo,
“donde se sienta Dios”. Allí, los apóstoles ven a María sentada a la derecha de
Dios, junto a Cristo con sus heridas, con 10.000 ángeles rodeando a María en su
trono, cantando.
He
aquí, por lo tanto, un texto del siglo III con María como reina, intercesora,
junto a Dios y llena de halagos del máximo rango.
No busquemos a María la campesina… sino a la Madre de Dios
Para
Shoemaker, “no se trata de María la Madre de Dios sino de la madre del Gran
Querubín de Luz”. Pero Rachel Fulton señala que es María la madre de Jesús
vestida con los ropajes devocionales que le daban los cristianos de ese siglo.
Rachel
Fulton cree que no tiene sentido que desde el siglo XXI exijamos que los
cristianos del siglo II o III representen a María con criterios de realismo
historicista, como una “campesina judía de Galilea”, cuando ellos tratan de
expresar sus títulos eternos y celestiales.
Las Cuestiones de Bartolomé, del siglo III
Podemos
ver otro ejemplo (que sonará a cualquiera que haya leído alguna vez el popular
himno bizantino Akathistos) está en el “Evangelio” o
“Cuestiones de Bartolomé”, otro apócrifo del siglo III.
Jesús
invita a los apóstoles a ver al demonio encadenado, y les anima a golpear al
demonio en el cuello. El apóstol Bartolomé invoca a la Virgen pidiéndole coraje
(lo que ya demuestra que era una intercesora para los cristianos del siglo III,
aún en época de persecuciones).
En
vez de decir “María, ayúdame”, empieza una lista de títulos gloriosos: “Oh
vientre más amplio que la envergadura de los cielos, oh vientre que contienes a
quien los Siete Cielos no contienen; lo contuviste sin dolor, mantuviste en tu
seno, a quien cambió su ser en la más pequeña de las cosas; oh, vientre que
llevó, escondido en cuerpo, al Cristo que ha sido visible a muchos; oh vientre
que se hizo más espacioso que la creación completa…”.
Incluso
Shoemaker ve que aquí, en pleno siglo III, está la idea que la liturgia
ortodoxa repetirá: “más amplia que los Cielos”, “que contiene a quien no puede
ser contenido”.
Una liturgia del siglo IV: “álzate, Señor, y el arca que has santificado”
En
el siglo IV, con el cristianismo ya despenalizado, pero antes de Éfeso, tanto
en Jerusalén como en Constatinopla se pudo celebrar a lo grande la fiesta de
“María en Jerusalén”. La liturgia decía en esos días ya: “Álzate, oh Señor, en
tu lugar de descanso; tú y el arca, que tú has santificado”, añadiendo:
“Contemplad, he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”.
Rachel
Fulton anima a buscar a María en las liturgias y textos antiguos con este
lenguaje clave y poético (el mismo que perduró y se amplió luego en la poesía e
himnos bizantinos). Si no, dice, “somos como lo nazis de la película En
Busca del Arca Perdida, que cavamos en el sitio equivocado”.
Artículo
publicado por Primeros Cristianos
Fuente: Aleteia