Si Juan Pablo I murió de muerte natural ¿por qué
tanto morbo?
Hace
39 años el papa Juan Pablo I, el que fue Patriarca de Venecia, cardenal Albino
Luciani, falleció de muerte natural. Hoy ya se puede decir así. La noticia
conmovió al mundo. Solo hacía 33 días que había sido elegido Papa, y su
sencillez, su sonrisa y su cordialidad traspasaron todas las fronteras: era el “Papa de la sonrisa”. Tenía 65
años, no era mayor. Falleció el 28 de septiembre de 1978.
El
cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, en un acto celebrado en Venecia el pasado
28 de agosto relacionado con el Papa Luciani, declaró
que espera que Juan Pablo I sea
beatificado pronto: “Yo creo que ya hay algo. Si el milagro se aprueba, se
procederá rápidamente”. El año próximo se cumplirán los 40 años de su
breve pontificado.
La
muerte del Papa ocurrió en su dormitorio. Tenía unos papeles en sus manos y la
luz prendida. La nota oficial del Vaticano dijo que el Papa murió de un
“infarto de miocardio agudo” en su dormitorio. La nota dice que fue hallado por
su secretario, el irlandés padre John Magee.
En
realidad fue la religiosa suor Vicenza, que lo atendía desde que estaba en
Venecia, la que halló al papa Luciani sin vida a las 05:30 de la madrugada.
Como cada mañana, suor Vicenza le dejaba una taza de café fuera de su
dormitorio, y al volver para recoger la taza vio que el Papa no había tomado el
café. Llamó a la habitación y nadie respondió. Abrió la puerta y halló al Papa
recostado en la cama con unos papeles en la mano, muerto.
La
religiosa llamó rápidamente al secretario del Papa, padre
John Magee, el cual vio con claridad que el Papa había fallecido. Llamó al
cardenal francés Jean Villot,
Secretario de Estado, y este a su vez al médico de guardia Renato Buzzonetti, pues el titular
estaba de vacaciones. Este médico certificó el infarto de miocardio agudo.
La
noticia se difundió como un relámpago: “Il
Papa del sorriso è morto”, era el titular. La noticia parecía increíble.
Cuando los cardenales habían vuelto a sus respectivas sedes episcopales tras el
Cónclave y un mes de ausencia, debían volver a Roma para asistir a otro
Cónclave. Sería el Cónclave que eligió a
Karol Wojtyla, san Juan Pablo II.
Se
comentó de fuente muy cercana que el nuevo Papa Luciani vivía agobiado por
tantos papeles y documentos que debía leer y escribir, sobre todo leer. Tanto
es así que una vez, ante un montón de papeles, se le preguntó qué le preocupaba
al Papa y si quería una máquina de escribir (los ordenadores entonces no
estaban en el mercado), y respondió: “¡Lo
que necesito es una máquina de leer!”. Estaba agobiado. Y en efecto murió con
papeles entre las manos.
El
cardenal Albino Luciani fue elegido Papa al segundo día del Cónclave, el 26 de agosto de 1978.
Salvo los dos cardenales polacos, Stefan
Wyszynski de Varsovia y Primado, y
Karol Wojtyla de Cracovia, nadie se dio cuenta que precisamente el 26
de agosto es la gran fiesta de la Virgen
Negra de Jasna Gora, la Virgen de Czestochowa, a la que tan devotos son los
polacos y especialmente Karol Wojtyla.
Cuando
falleció Juan Pablo I, el entonces
cardenal Wojtyla se acordó de la Virgen de Czestochova en cuya fiesta fue
elegido el Papa. Muchos cardenales se preguntaron qué significado tenía un
papa tan corto, y qué quería manifestar el Espíritu Santo. Los cardenales
polacos lo supieron cuando fue elegido Papa el Cardenal Wojtyla.
Este
fallecimiento repentino del Papa a las seis semanas de ser elegido era un
acontecimiento único en la historia. Era una época en que la información del Vaticano adolecía de muy poca
transparencia, y esto es siempre la causa de que surjan mil y un rumores,
medias verdades, mentiras.
El
periodismo anglosajón, muy riguroso en unos casos y muy sensacionalista en
otros, lanzó la teoría del “asesinato”. El titular “Murder
in Vatican City” era suculento. Había que averiguar las contradicciones
o medias palabras entre las distintas declaraciones después de muerto el Papa.
Hacer una encuesta en el Vaticano –aunque fuera entre funcionarios y monseñores
de segunda fila—y encontrar el punto del morbo. Y, como se dice en italiano, “se non è vero è ben trovato”, empezó a tener
cuerpo la teoría del asesinato. Los autores del magnicidio serían la mafia
italo-americana relacionada con el Banco del Vaticano, la masonería (obra de
masones del Vaticano) e incluso sectores “ultras” de la Iglesia.
Personalmente
era entonces corresponsal de prensa en Roma. He leído bastante sobre lo escrito
de la muerte del papa Luciani, y he
constatado muchos errores, falsedades y confusiones de personas, cargos, fechas
y datos concretos en artículos y libros. Por lo tanto, yo sigo con la
versión que como periodista vi y escuché en Roma, sobre la muerte de Juan Pablo I: una muerte natural
por un infarto.
El
periodista John Cornwell, ex seminarista “convertido” al ateísmo, fue quien más
jugó con la tesis del “asesinato” de Juan Pablo I. Hizo lo propio con Pío XII.
Folletinesco todo como el novelista Dan Brown. La
misma BBC tuvo que rectificar y reconocer su “error” en un reportaje
inspirado en Cornwell que acusaba a la Iglesia de silencio frente
al nazismo y al holocausto.
Con
el pasar de los años, la verdad se está imponiendo. Juan Pablo II investigó el
tema y vio que no había nada. Creo que
todo este revuelo informativo fue debido a la poca y parcial información que se
dio.
Además, el mundo estaba dividido en dos bloques, el
comunista y el occidental. La Iglesia
también estaba dividida consecuencia de las disputas del post-Concilio.
Cualquier cosa era posible.
En
varias declaraciones, el secretario particular del Papa, don Diego Lorenzi, que lo era ya en
Venecia. Declaró, por ejemplo en Il
Corriere di Como que el día 27 de septiembre de 1978, poco antes de
morir, durante la cena estaban el Papa Luciani, el padre Magee y él. El Papa
les dijo que sentía “punzadas en medio del pecho,
con un fuerte peso y opresión” y se puso las manos sobre pecho. El padre
Magee le dijo que “estaba el médico de
guardia”, pero el Papa dijo “ya está
pasando”. “Cuando lo acompañe a la
habitación le indiqué el pulsador para que llamara si ocurriera algo. Poco
después murió de infarto. No tengo nada más que añadir”, dijo don
Diego Lorenzi, de la Obra Don Orione.
Salvador Aragonés
Fuente: Aleteia