Jeanna Pelat acudió a Lourdes pidiendo un milagro físico: no sucedió, pero
sí el pequeño milagro de su transformación interior
Jeanne, con su madre y su hermano menor |
Jeanne
Pelat tuvo los primeros síntomas de que algo no iba bien en su cuerpo en 2001,
a los 6 años de edad. Pocos meses después le diagnosticaron una forma rara de
miopatía.
Cuando en 2003 intervino por primera vez en Téléthon, el show
benéfico televisivo que cada Navidad recauda fondos para investigar y ayudar a
casos como el suyo, aún podía andar, aunque con caídas. En 2004 se convirtió en
madrina del programa, ya en silla de ruedas.
Su innata capacidad para comunicar le ha hecho volver con frecuencia. Y Jeanne
explica que seguirá acudiendo "por los enfermos más jóvenes, porque, en
cuanto mí, la enfermedad está demasiado avanzada. Pero puedo ser la voz de
los que nacieron después".
Y así lo ha sido desde entonces, al tiempo que su vida continuaba y crecía. La
joven ha aprovechado bien el tiempo: es licenciada en Historia y en Periodismo
por la Universidad de Lille (viven cerca, en el norte de Francia) y se ha
matriculado en un curso de Teología. Salidas, cine, amigos, novio... todo ha
sido posible gracias, reconoce, al apoyo de su familia: sus padres y sus dos
hermanos varones, de 26 y 17 años, este último, Paul-Henri, el que más la ha
ayudado hasta formar "un vínculo indestructible".
De todo esto habló Jeanne el pasado 14 de agosto en la iglesia de Santa
Bernadette de Lourdes, en una intervención
conducida por el periodista François-Xavier Maigre, redactor jefe de Panorama,
y donde expresó su visión de la enfermedad, del dolor y de la fe. Una fe, la
suya, de una "abrumadora madurez", en opinión de los responsables del santuario.
Siempre con una sonrisa en los labios, Jeanne hizo un breve recorrido por su
decaimiento físico, que no incluye solo la miopatía que le obliga a estar en
una silla de ruedas, sino complicaciones posteriores, como una enfermedad de la
piel o la diabetes.
En alguna otra ocasión ha explicado que lo peor no es la silla de ruedas, sino
unos "sufrimientos físicos permanentes": "Nunca me siento
totalmente bien, salvo los primeros diez minutos al acostarme". Durante el
día, siempre hay un dolor que varía en intensidad. Por la noche tiene que
despertar a sus padres cuatro o cinco veces para que la cambien de posición. No
le gusta hablar de estas cosas, pero cuando lo hace ante las cámaras de
televisión tiene muy claro el porqué: "Los donantes merecen saber para qué
se les pide dinero". A pesar de ello, le cuesta: "Me resulta difícil
hablar de dependencia, de desnudez, de sufrimiento, porque son cosas muy
íntimas. Y, sobre todo, no quiero suscitar compasión. Me esfuerzo por mostrarme
lo más digna posible, por mí misma y por los demás".
Todo ello lo vive Jeanne con una percepción profunda y sobrenatural: "Sin
los enfermos, la humanidad no sería la imagen de Cristo. ¿Qué sería Cristo sin
sus heridas? Tiene que haber enfermos para representar los dolores de
Dios". Dice que hay que tener confianza y "hacer algo" con ese
dolor: "Nadie quiere sufrir, pero ante el sufrimiento hay que seguir el
ejemplo de Cristo y decir: escucha, Señor, si este sufrimiento puede pasar
rápido, te lo agradezco; pero si no, hágase tu voluntad".
Jeanne interpreta el valor del sufrimiento como una "escuela de humildad":
"Vivimos en una sociedad orgullosa, en cierto modo", que cree que uno
"puede hacerlo todo solo", pero "cuando uno sufre y se encuentra
en la prueba uno se da cuenta de que no es autosuficiente, uno es vulnerable y
la ayuda de Dios es bienvenida". Por eso la fe le ha ayudado, porque le ha
hecho entender cada prueba como "una escuela para mí misma, para crecer en
la fe y en la esperanza".
"La fe es un 90% de esperanza y un 10% de duda", dice. Ella misma,
cuando tenía 15 años, tuvo un momento de debilidad ante una "experiencia
atroz" de dolores abdominales "terribles" que la llevaron al
hospital: "Al cabo de 24 horas, ya no podía más. Me sentía abandonada, quise morir,
recuerdo haber gritado". Todo aquello podía haber acabado:
"Simplemente, con un fármaco que los médicos no quisieron asumir la
responsabilidad de darme". Por eso, aunque respeta a quienes piden la
eutanasia, dice que habría sido una "tontería" y habría
"desperdiciado" todo lo bueno que ha venido después de aquello en su
vida: "Me opongo ferozmente a la eutanasia. Me disculpo a mí misma por
haberla deseado porque sé hasta qué punto ya no podía más. Pero luego prohibí a
los míos que me la apliquen, bajo ningún pretexto".
Jeanne confiesa que ha pensado mucho en la eternidad y en "nuestra amiga
la muerte". Y hace una sugerente reflexión: "La enfermedad es un
regalo, porque nos hace tocar la realidad de Cristo en su Pasión durante toda
nuestra vida, y al final de nuestra vida, será Cristo quien reserva para Sí
celosamente la curación que nos espera. Adoro esta idea. Es absolutamente
maravilloso estar enfermo y decirse que la curación no va a llegar hoy porque
Dios reserva para Sí celosamente nuestra curación y nuestro alivio.
Simplemente, quiere hacerlo Él mismo, solo hay que esperar y descubrir ese
alivio por la gracia de Dios en la eternidad, que será tanto más hermosa cuanto
más se haya sufrido aquí abajo".
Aunque habló este verano en Lourdes, no era la primera vez que acudía allí. Lo
hizo siendo pequeña, y cuenta que con ella sí hubo un milagro, que no fue la
curación física, sino la curación espiritual: "La mayor curación que he
recibido en Lourdes es haber recibido la llamada de Cristo, y esta felicidad
que Él da. Yo me siento entera y feliz con este cuerpo que yo no he elegido
pero que Dios me ha dado".
Fuente:
ReL