Homilía en la Misa por los
fieles difuntos
La
esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos,
esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda
lectura «la esperanza no quedará defraudada».
El
Papa ha celebrado la Santa Misa en el cementerio americano de Neptuno, a las 15
horas, en la conmemoración de los fieles difuntos, hoy, 2 de noviembre de 2017,
y en especial, por las personas fallecidas en las guerras.
A
continuación sigue el texto de la homilía del Papa, publicado en español en
Radio Vaticano.
Homilía del Papa Francisco
Todos
nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros, en el
propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos en la primera
lectura: «yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el
polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros
como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión
de la segunda lectura «la esperanza no quedará defraudada».
Pero
la esperanza muchas veces nace y echa sus raíces en tantas llagas humanas, en
tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento,
nos hace mirar al cielo y decir: yo creo que mi Redentor está vivo. Pero
detente Señor. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando
miramos este cementerio: “estoy seguro, Señor, que estoy contigo. Estoy
seguro”: nosotros decimos esto. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca
más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto XV. Mejor
esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles, miles, y miles… esperanzas
rotas, ¡no más Señor! Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los
difuntos, pero en este lugar rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en
que el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en
guerra. No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo.
Me
viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con
resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que
saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: “los hombres hacen de
todo por declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos”.
Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella
mujer, esa anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el
corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día
de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando
llegaba el correo: “usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un
héroe de la Patria”; “que sus hijos, sean héroes de la Patria”. Son lágrimas
que hoy la humanidad no debe olvidar. Este orgullo de esta humanidad que no ha
aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla.
Cuando
muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra, están
convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una “primavera”. Y termina en un
invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por
todos los difuntos, por todos. Pero en modo especial por estos jóvenes, en un
momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a
pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también
niños inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos
de la gracia de llorar.
Fuente:
Zenit