Esas personas en aquel
momento rezaban; también nosotros, en silencio, rezamos por ellas
A
la hora del Ángelus del último domingo del año litúrgico
el Papa recordó que celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del
universo, cuya realeza es de guía y servicio, si bien esta realeza, al final de
los tiempos, se afirmará como juicio. Por esta razón –
dijo Francisco – “hoy tenemos ante nosotros a Cristo como Rey, pastor
y juez”, que nos muestra los criterios de pertenencia al Reino de Dios.
Texto completo de las
palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este último domingo del año litúrgico celebramos la Solemnidad de Cristo Rey
del universo. La suya es una realeza de guía, de servicio, y también una
realeza que al final de los tiempos se afirmará como juicio. Hoy tenemos ante
nosotros a Cristo como rey, pastor y juez, que muestra los criterios de
pertenencia al Reino de Dios. Estos son los criterios.
La
página evangélica se abre con una visión grandiosa. Jesús, dirigiéndose a sus
discípulos, dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de
todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso» (Mt 25, 31). Se trata de la
introducción solemne de la narración del juicio universal. Después de haber
vivido la existencia terrena en humildad y pobreza, Jesús se presenta ahora en
la gloria divina que le pertenece, rodeado del ejército angélico. La humanidad
entera es convocada ante Él y Él ejercita su autoridad separando los unos de
los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.
A
quienes ha puesto a su derecha dice: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban
en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque
tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber;
estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me
visitaron; preso, y me vinieron a ver» (vv. 34-36). Los justos se quedarán
sorprendidos, porque no recuerdan jamás de haber encontrado a Jesús, y mucho
menos de haberlo ayudado de ese modo; pero Él dirá: «Les aseguro que cada vez
que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v.
40).
Esta
palabra no termina nunca de sorprendernos, porque nos revela hasta qué punto
llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no
cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos en
la necesidad. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos extiende la
mano como un mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es
decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder
del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar en todas
partes actitudes y obras de misericordia.
La
parábola del juicio prosigue presentando al rey que aleja de sí a aquellos que
durante su vida no se han preocupado de las necesidades de los hermanos.
También en este caso ellos se quedarán sorprendidos y preguntarán: «Señor,
¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y
no te hemos socorrido?» (v. 44). Sobre entendido: “¡Si te hubiéramos visto,
seguramente te habríamos ayudado!”. Pero el rey responderá: «Les aseguro que
cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo
hicieron conmigo» (v. 45). Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el
amor, es decir, sobre nuestro concreto compromiso de amar y servir a Jesús en
nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Ese mendigo, aquel necesitado que
extiende la mano es Jesús; ese enfermo que debo visitar es Jesús; ese
encarcelado es Jesús; ese hambriento es Jesús. Pensemos en esto.
Jesús
vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a
nosotros cada día, de tantos modos, y nos pide acogerlo. La Virgen María nos
ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo
tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad,
la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de
nuestra vida, para que seamos recibidos por Él en la eternidad de su Reino de
luz y de paz.
Dolor
del Papa
Después
de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre Francisco saludó
afectuosamente a los numerosos fieles y peregrinos presentes en la Plaza
de San Pedro.
Ante
todo el Papa manifestó su gran dolor ante al atentado en una mezquita
en el norte del Sinaí, en Egipto.
“Sigo
rezando – dijo – por las numerosas víctimas, por los heridos y por toda aquella
comunidad tan duramente afectada. Que Dios nos libre de estas tragedias y
sostenga los esfuerzos de todos los que trabajan por la paz, la concordia y la
convivencia. Esas personas en aquel momento rezaba; también nosotros, en
silencio, rezamos por ellas”.
Beatificación de la
Madre Catalina de María Rodríguez
A
continuación el Santo Padre recordó la beatificación, el sábado 25 de
noviembre en Córdoba, Argentina, de la Madre Catalina de María Rodríguez,
fundadora de la Congregación de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. Y
destacó que se trata del primer instituto religioso femenino de vida apostólica
en esta nación. A la vez que añadió que la nueva beata vivió en el siglo XIX
primero como esposa y una vez viuda, como consagrada a Dios, dedicándose a la
atención espiritual y material de las mujeres más pobres y vulnerables. De ahí
que Francisco haya invitado a alabar al Señor “por esta mujer
apasionada por el Corazón de Jesús y por la humanidad”.
Después
de saludar a los diversos grupos de fieles y peregrinos procedentes de
diversos países, el Pontífice recordó a la comunidad ucraniana que
tiene presente la tragedia del Holodomor, es decir la muerte por hambre
provocada por el régimen estaliniano con millones de víctimas. “Rezo por
Ucrania – dijo el Papa – para que la fuerza de la fe contribuya a
curar las heridas del pasado y promover caminos de paz”.
Viaje apostólico a Myanmar
y Bangladés
Por
último, antes de despedirse, Francisco recordó que esta noche inicia
su Viaje apostólico a Myanmar y Bangladés, razón por la cual pidió a los
fieles que lo acompañen con su oración, para que su presencia sea para aquellas
poblaciones un signo de cercanía y esperanza.
Radio
Vaticano
Fuente:
Aleteia