La devoción de la Pequeña Flor al Niño Jesús
convierte sus textos en una manera excelente para prepararse para la Navidad
Santa Teresa de Lisieux, llamada
popularmente “Pequeña Flor”, es famosa por su vida sencilla y hermosa como
monja carmelita. En particular, su profunda autobiografía, Historia de un alma, sigue cautivando los
corazones de quienes la leen.
En la raíz de su espiritualidad
encontramos una fuerte devoción al Niño Jesús, de donde recibe su “título”
principal en la vida religiosa, “Santa Teresa del Niño Jesús”, y que
configuraba todo lo que la santa hacía.
A continuación se recogen unos
pocos fragmentos seleccionados de sus escritos para ayudarnos en nuestra
preparación espiritual individual para la Navidad, reconociendo nuestra
pequeñez y nuestra constante necesidad de la amable misericordia de Jesús.
- Los días de mi
primera comunión han quedado grabados en mi corazón como un recuerdo sin
nubes. (…) ¿Te acuerdas, Madre querida, del precioso librito que
hiciste para mí tres meses antes de mi primera comunión…? Aquel
librito me ayudó a preparar metódica y rápidamente mi corazón; pues
aunque ya lo venía preparando desde hacía mucho tiempo, era necesario
darle un nuevo impulso, llenarlo de flores nuevas para que Jesús pudiese
descansar a gusto en él.
- Desde hacía algún
tiempo, me había ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito. Le había
dicho que no me utilizase como uno de esos juguetes caros que los niños se
contentan con mirar sin atreverse a tocarlos, sino como una pelotita sin
valor que pudiera tirar al suelo, o pegar con el pie, o abrirla, o dejarla
en un rincón, o bien, si le apetecía, estrecharla contra su corazón. En
una palabra, quería divertir al Niño Jesús, agradarle, entregarme a sus
caprichos infantiles.
- Yo soy un alma muy
pequeña que no puede ofrecer a Dios más que cosas muy pequeñas. Es más,
con frecuencia me ocurre que dejo escapar algunos de esos pequeños
sacrificios que dan al alma tanta paz. Pero eso no me desanima: me resigno
a tener un poco menos de paz, y procuro poner más cuidado la próxima vez.
- [S]obre todo, ¡mito
la conducta de [María] la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su
amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío. Sí, estoy
segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que
pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme
en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él.
- ¡El ascensor que ha
de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito
crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que
empequeñecerme más y más.
Philip
Kosloski
Fuente:
Aleteia