Palabras del Papa Francisco a los jóvenes
“Recibimos la sabiduría
cuando comenzamos a ver las cosas con los ojos de Dios, a escuchar a los
demás con los oídos de Dios, a amar con el corazón de Dios y a valorar las
cosas con los valores de Dios”, ha dicho el Papa Francisco a los jóvenes de
Bangladesh.
El último encuentro del
Papa Francisco en Bangladesh ha sido con los jóvenes en el campo deportivo del
Escuela ‘Notre Dame’ de Dhaka, hoy, sábado, 2 de diciembre de 2017, a las 15
horas (10 h. en Roma). Al llegar, el Santo Padre ha saludado desde el
papamóvil a los siete mil jóvenes reunidos en el campo deportivo.
Discurso del Papa
Francisco
Queridos jóvenes, queridos
amigos, ¡buenas tardes!
Aquí estamos, ¡finalmente
juntos! Os doy las gracias por vuestra cálida acogida. Agradezco a Mons. Gervas
[Rozario] sus gentiles palabras, así como los testimonios de Upasana y Anthony.
Los jóvenes tenéis algo único: estáis siempre llenos de entusiasmo, y me siento
rejuvenecer cada vez que os encuentro. Upasana, has hablado de esto en tu
testimonio, has dicho que eres «muy entusiasta» y yo puedo verlo y sentirlo.
Este entusiasmo juvenil está relacionado con el espíritu aventurero. Uno de
vuestros poetas nacionales, Kazi Nazrul Islam, lo ha expresado definiendo la
juventud del país como «valiente», «acostumbrada a arrebatar la luz del vientre
de la oscuridad». Los jóvenes están siempre listos para ir hacia adelante,
hacer que todo suceda y arriesgar. Os animo a continuar con ese entusiasmo en
las circunstancias buenas y malas. Ir hacia adelante, especialmente en aquellos
momentos en los que os sentís oprimidos por los problemas y la tristeza y,
mirando alrededor, parece que Dios no aparece en el horizonte.
Pero, avanzando, aseguraos
de elegir el sendero justo. ¿Qué significa esto? Esto significa saber «viajar»
en la vida, y no «vagar» sin rumbo. Nuestra vida tiene una dirección; tiene un
fin que nos ha dado Dios. Él nos guía, orientándonos con su gracia. Es como si
hubiese colocado dentro de nosotros un software, que nos ayuda a discernir su
programa divino y a responderle con libertad. Pero, como todo software,
necesita también ser actualizado constantemente. Tened actualizado vuestro
programa, escuchando al Señor y aceptando el desafío de hacer su voluntad.
Anthony, te has referido a
este desafío en tu testimonio cuando has dicho que sois hombres y mujeres que
estáis «creciendo en un mundo frágil que exige sabiduría». Has usado la palabra
«sabiduría» y, haciéndolo, nos has proporcionado la clave. Cuando se pasa de
«viajar» a «vagar sin rumbo», toda la sabiduría se pierde. Lo único que nos
orienta y nos hace ir hacia adelante en el sendero justo es la sabiduría, la
sabiduría que nace de la fe. No es la falsa sabiduría de este mundo. Es la
sabiduría que se vislumbra en los ojos de los padres y de los abuelos que han
puesto su confianza en Dios. Como cristianos, podemos ver en sus ojos la luz de
la presencia de Dios, la luz que han descubierto en Jesús, que es la misma
sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1,24). Para recibir esta sabiduría debemos mirar el
mundo, nuestra situación, nuestros problemas, todo, con los ojos de Dios.
Nosotros recibimos esta sabiduría cuando comenzamos a ver las cosas con los
ojos de Dios, a escuchar a los demás con los oídos de Dios, a amar con el
corazón de Dios y a valorar las cosas con los valores de Dios.
Esta sabiduría nos ayuda a
reconocer y a rechazar las falsas promesas de felicidad. Una cultura que hace
falsas promesas no puede liberar, sólo conduce a un egoísmo que nos llena el
corazón de oscuridad y amargura. La sabiduría de Dios, en cambio, nos ayuda a
saber cómo acoger y aceptar a aquellos que actúan y piensan de manera diferente
a la nuestra. Es triste cuando comenzamos a cerrarnos en nuestro pequeño mundo
y nos replegamos sobre nosotros mismos. Entonces hacemos nuestro el principio
de «o como digo yo o adiós» y quedamos atrapados, encerrados en nosotros
mismos. Cuando un pueblo, una religión o una sociedad se convierten en un
«pequeño mundo», pierden lo mejor que tienen y caen en una mentalidad
presuntuosa, la del «yo soy bueno, tú eres malo». Upasana, tú has evidenciado
las consecuencias de este modo de pensar, cuando has dicho: «Perdemos la
dirección y nos perdemos a nosotros mismos» y «la vida se nos vuelve absurda».
La sabiduría de Dios nos abre a los demás. Nos ayuda a mirar más allá de
nuestras comodidades personales y de las falsas seguridades que nos convierten
en ciegos frente a los grandes ideales que hacen la vida más bella y digna de
ser vivida.
Me alegra que junto a
nosotros los católicos, estén muchos jóvenes amigos musulmanes y de otras
religiones. Al encontraros juntos hoy aquí mostráis vuestra determinación de
promover un clima de armonía, donde se tiende la mano a los otros, a pesar de
vuestras diferencias religiosas. Esto me recuerda una experiencia que tuve en
Buenos Aires, en una parroquia nueva situada en una zona sumamente pobre. Un
grupo de estudiantes estaba construyendo algunos locales para la parroquia y el
sacerdote me había invitado a ir a encontrarme con ellos. Entonces fui y cuando
llegué a la parroquia el sacerdote me los presentó uno a uno, diciendo: «Este
es el arquitecto –es judío–, este es comunista, este es católico practicante»
(Saludo a los jóvenes del Centro cultural P. F. Varela, La Habana, 20
septiembre 2015). Esos estudiantes eran todos distintos, pero todos estaban
trabajando por el bien común. Estaban abiertos a la amistad social y
determinados a decir «no» a todo lo que hubiera podido desviarlos del propósito
de estar juntos y de ayudarse los unos a los otros.
La sabiduría de Dios nos
ayuda también a mirar más allá de nosotros mismos para contemplar la bondad de
nuestro patrimonio cultural. Vuestra cultura os enseña a respetar a los
ancianos. Como he dicho antes, los ancianos nos ayudan a apreciar la
continuidad de las generaciones. Llevan consigo la memoria y la sabiduría
experiencial, que nos ayuda a evitar repetir los errores del pasado. Los
ancianos tienen «el carisma de colmar las distancias», en cuanto aseguran que
los valores más importantes se transmitan a los hijos y a los nietos. A través
de sus palabras, su amor, su afecto, su presencia, comprendemos que la historia
no ha iniciado con nosotros, sino que somos parte de un antiguo «viajar» y que
la realidad es más grande que nosotros mismos. Hablad con vuestros padres y
abuelos, ¡no os paséis todo el día con el teléfono, ignorando el mundo que os
rodea!
Upasana y Anthony, habéis
terminado vuestros testimonios con palabras de esperanza. La sabiduría de Dios
refuerza en nosotros la esperanza y nos ayuda a afrontar el futuro con
valentía. Nosotros, cristianos, hallamos esta esperanza en el encuentro
personal con Jesús en la oración y en los sacramentos, y en el encuentro
concreto con él en los pobres, los enfermos, los que sufren y los abandonados.
En Jesús descubrimos la solidaridad de Dios, que camina constantemente a
nuestro lado.
Queridos jóvenes, queridos
amigos, mirando vuestros rostros me lleno de alegría y de esperanza; alegría y
esperanza por vosotros, por vuestro país, por la Iglesia y por vuestras
comunidades. Que la sabiduría de Dios siga inspirando vuestro esfuerzo por
crecer en el amor, en la fraternidad y en la bondad. Al dejar hoy vuestro país,
os aseguro mi oración para que todos podáis continuar creciendo en el amor a
Dios y al prójimo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Dios bendiga a
Bangladesh! [Isshór Bangladeshké ashirbád korún!]
Rosa Die Alcolea
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Vaticano