La patrona europea dedicó
una meditación a este momento
El
director de la Universidad de la Mística, el P. Francisco Javier Sancho F.,
OCD, impulsor de la traducción al español de la obra de Edith Stein, ve en la
meditación navideña de la filosófa y Carmelita Edith Stein un texto no sólo
útil para rezar sino para entender mejor qué ha significado en la historia de
la humanidad la venida de Cristo.
Esta
meditación de Edith Stein (1891-1942) es una conferencia que impartió en la
ciudad alemana de Ludwigshafen a los miembros de la Asociación Católica
Universitaria, el 13 de enero de 1931.
Según
se desprende del texto de Stein (Teresa Benedicta de la Cruz), “todos en la
vida necesitamos hacer un alto en el camino, especialmente cuando vamos a
celebrar un acontecimiento importante. Para un cristiano el acontecimiento más
importante es, sin duda, la Navidad”.
Edith
Stein divide su escrito en 4 partes:
1.
Adviento. Sentido qué tiene y vivencia litúrgica
2.
Seguidores de Cristo: los personajes entorno a la Navidad
3.
La estrella, la luz, dejarse moldear por la voluntad de Dios
4.
Medios que Dios ha puesto para poder vivir continuamente en esa dinámica de la
Navidad: oración y eucaristía
1. Adviento
“Una
fiesta de amor y de alegría”, un dejarse conducir “hasta el pesebre donde se
encuentra el Niño que trae la paz a la tierra”. El misterio de la Navidad,
recuerda lo que merece la pena, lo que da sentido a nuestra vida, a la
existencia de todo ser humano.
“Para
nosotros estos conceptos tienen un rostro, aparecen encarnados en el Niño
Dios”, explica el director de la Universidad de la Mística, que añade: “La
historia de la humanidad, nuestra propia historia, nos dicen cuán difícil o
incluso “utópico” resulta todo esto. Pero eso no es nada nuevo. Toda la
Historia de la Salvación que precede a la llegada del Mesías, es una escuela
para la humanidad”.
2. Un espíritu que no
parece brillar
La
estrella de Belén es, incluso hoy, una estrella en la noche oscura” (p. 377) El
misterio del mal nos sigue acechando y somos esclavos y víctimas del mismo.
Entonces,
¿a qué ha servido la venida de Cristo? Y quizás la respuesta sea esta: “las
tinieblas cubrían la tierra y Él vino como la luz que alumbra en las tinieblas,
pero las tinieblas no lo recibieron. A aquellos que lo recibieron, les trajo la
luz y la paz: la paz con el Padre celestial, la paz con todos aquellos que
igualmente son hijos de la luz y del Padre celestial…”
Aquí
tendríamos otro elemento para interrogarnos personalmente: ¿vivimos esa paz? Y
la respuesta nos ayudará a valorar si realmente hemos acogido en nuestras vidas
al Niño de Belén: ¿le hemos dado posada? ¿con él nos comportamos como los
pastores, los magos, San Esteban? ¿o como Herodes y los escribas y fariseos?
3.
Navidad: adentrarnos en la vida de Jesús
“Dios
se hizo Hijo del hombre para que todos los hombres llegaran a ser hijos de
Dios” (381). “Sólo esta frase tendría que ser más que suficiente para que
captásemos las profundas implicaciones del misterio de la Navidad en nuestra
vida”, sugiere el profesor Sancho Fermín. Edith subraya cómo la encarnación de
Jesús pone en evidencia el destino de toda la humanidad: todos somos uno, somos
seres solidarios; el dolor de uno es mi dolor porque es mi hermano. Cristo no
sólo nos ha redimido del pecado, sino que nos vuelve a dar la buena noticia de
que todos los hombres son hermanos, porque todos son hijos de Dios.
Resulta
iluminadora esta afirmación de Edith: “Todos los que pertenecían al Señor
llevaban de un modo invisible el Reino de Dios dentro de si. La carga terrestre
no les fue quitada, incluso se les añadió algo más, pero lo que en sí encerraba
era una fuerza alentadora que hacía el yugo suave y la carga ligera. Lo mismo
ocurre hoy en día con todo hijo de Dios. La vida divina que se enciende en el
alma es la luz que surge en las tinieblas, el milagro de la Nochebuena. El que
la lleva consigo comprende lo que se dice de ella. Para los otros, sin embargo,
todo lo que se dice de ella es un balbuceo ininteligible.” (382) Y habría que
añadir: “Solo sabemos que aquellos a los que el Señor ama les sucede todo para
su bien” (p. 380)
4. Para vivir siempre en
el espíritu de la Navidad
En
la última parte de esta conferencia Edith ofrece dos caminos que pueden ayudar a
vivir, descubrir y comprometer la Navidad. “En la eucaristía y en la oración
nos encontramos cara a cara con el Niño dios, con su palabra, con su persona.
Él nos sostiene y da la certeza interior de que podemos vivir según su
voluntad. Pero eso ya es tarea y responsabilidad de cada uno”, añade este
especialista en la obra de la santa carmelitana.
El
Carmelita Sancho Fermín propone algunas cuestiones para la reflexión personal,
cómo por ejemplo ¿Qué estrellas puedes identificar en tu vida, y hasta dónde te
han llevado?
Reproducimos parte del
texto de Edith Stein:
Nos encontramos en medio
del tiempo navideño. La gran solemnidad, que nos ha precedido como una estrella
luminosa en el oscuro cielo nocturno del adviento, ha pasado, quizás para
algunos de nosotros, demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la
estrella sobre el pesebre de belén. Ha pasado como un susurro y quizás
permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en limpio de
lo que nos quiso y pudo traer.
Resulta ciertamente
consolador que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la
debilidad de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas para el
tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar algo de lo que se ha perdido; e
incluso para hoy no se me ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en
silencio y volvamos la mirada a las semanas pasadas.
Cuando los días se hacen
cada vez más cortos y comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces
surgen tímida y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la
sola palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse.
Incluso los fieles de
otras confesiones y los no creyentes, para los cuales la vieja historia del
Niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo
pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. Es como si un cálido
torrente de amor se desbordase sobre toda la tierra con semanas y meses de
anticipación. Una fiesta de amor y alegría –ésta es la estrella hacia la cual
caminamos todo en los primeros meses del inverno–.
Para los cristianos, y en
especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los
conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la
tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y
tiernas imágenes; viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la
infancia nos cantan de él.
En el corazón del que vive
con la Iglesia se despierta una santa nostalgia con las campanas del “Rorate” y
los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable
manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones y promesas
del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes
lluevan al justo!; ¡El Señor está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, no
tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo porque viene tu Salvador!. Desde el
17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas “Oh” del
Mangificat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha
cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca y mañana
contemplaréis su gloria.
Precisamente cuando al
atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una
nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de
otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y –Cuando todo
permanece en profundo silencio– el misterio de la Navidad se renueva sobre los
altares cubiertos de flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la
hora de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el mundo.”
Miriam Díez Bosch
Fuente: Aleteia