Saber sufrir es saber vivir
Jesucristo
nos hace comprender el significado del sufrimiento. Nadie ha sufrido como él y
nadie como él ha sabido enfrentar el sufrimiento y darle un sentido
trascendente. Un día Karl Wuysman, escritor francés, entre la pistola y el
crucifijo, escogió el crucifijo.
El
hecho que Jesús hubiera sufrido como nadie, y ser Dios y Santo, muestra que el
sufrimiento no es un castigo.
Una prueba de que Dios no desea el sufrimiento, y no lo manda como castigo para
nadie, es una señal fuerte de que el Reino de Dios ya estaba entre nosotros,
eran las curaciones, los milagros, los exorcismos, etc., que Jesús hacía, es
decir, las victorias sobre el mal y sobre el sufrimiento.
Algunos
se preguntan: ¿si Dios
existe, entonces cómo puede permitir tanta desgracia?
La
respuesta católica para el problema del sufrimiento fue dada de manera clara
por san Agustín († 430), y por santo Tomás de Aquino († 1274): “La existencia
del mal no se debe a la falta de poder o de bondad de Dios, al contrario, él
sólo permite el mal porque es suficientemente poderoso y bueno para sacar del
mal un bien” (Suma Teológica I cuestión, 22, art. 2, ad 2). “En todas las cosas
interviene Dios para bien de los que le aman” (Ro 2,28).
Dios,
siendo perfecto, no puede ser causa del mal, luego, ésta es la propia criatura,
que puede fallar, ya que no es perfecta como su Creador.
Por otro lado, el mal puede ser también
el uso malo de las cosas. Un cuchillo es bueno en la mano del cocinero, pero en
la mano del asesino…
El
sufrimiento de la humanidad, sobretodo, es también fruto del pecado. San Pablo
dijo que “el salario del pecado es la muerte” (Ro 6,23). Nuestros errores
también generan sufrimientos a nuestros descendientes. Los hijos no heredan los
pecados de los padres, pero pueden sufrir a causa de las consecuencias de esos
pecados.
El
Papa Juan Pablo II, el 11/02/1984, en la Carta Apostólica sobre el sufrimiento
dijo que: “Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta
a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El
sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre” (Salvifici Doloris, nº 2).
Para
que el hombre sea “grande”, digno, noble, Dios lo hizo libre, inteligente, con
sensibilidad, voluntad, memoria, etc. Dios
no evita que el hombre le diga “no”, de lo contrario le quitaría su libertad, y
él sería sólo un robot, una marioneta, un teledirigido. Y Dios no quiere esto.
Dios
no es paternalista, es padre, no “pasa la mano por encima” de los errores de
sus hijos. Esta es la ley de la justicia, quien se equivoca debe soportar las
consecuencias de sus errores. “no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en
la destrucción de los vivientes” (Sab 1,13).
Fuente: Aleteia