De mí depende que mi vida merezca
la pena ser vivida
Me da miedo vivir pensando sólo en lo que
yo necesito. En
lo que me hace falta. En lo que me viene bien. Urdiendo planes maravillosos.
Tejiendo historias que quiero que ocurran. Me da miedo vivir pensando sólo en
mí.
Tal vez por eso me viene bien
alzar la mirada al cielo. Pensar en los santos que me preceden. Y, sintiéndome
tan lejos de ellos, pensar que aun así estoy llamado a ser bienaventurado. Me
da miedo no serlo.
Busco sólo lo que deseo.
Abrazo lo que necesito y me ato a lo que me da la vida. Como si fuera un
náufrago aferrado a su isla.
Miro a la Iglesia del cielo
que me precede en el camino. Miro a los que entregan su vida de forma anónima
sin esperar nada a cambio. Tengo las mismas horas delante del corazón. Igual
que muchos.
De mí depende. Puedo
perderlas. Puedo dejarlas pasar perdiendo la vida. Puedo, mirando al cielo,
pensar que vivir merece la pena. Lo puedo hacer si tomo conciencia de todo mi
poder. De toda mi impotencia. De todo mi saber. Y mi ignorancia.
Puedo hacerlo sólo si me pongo
en las manos de Dios y confío. Como los santos. Tantos santos antes que yo.
Tantos me siguen. Tantos a los que yo precedo en edad. Pero que son más santos.
Tantos que han pasado por esta misma tierra que yo piso ahora. Siendo más
santos.
Y me conformo con pasos
mediocres. Con actitudes demasiado humanas. O del mundo. Y no logro bajarme del
pedestal en el que me subo buscando la gloria. No la de los santos. La gloria
humana. Esa que pasa y me deja vacío.
El otro día leía: Es
imprescindible bajar de las peanas, los podios desde los que el mundo se ve
sólo a medias. Para alzar, juntos, los cuerpos llagados. Para derramar agua
fresca sobre labios resecos que, de otro modo, se cerrarán, inertes. Para
aprender a mirarnos en el espejo de una humanidad rota. Para saber lo que hay
que denunciar y anunciar. Para, descubriendo los golpes, ayudar a sanarlos.
Para que el amor sea infinito. Es imprescindible saber estar, alguna vez, en
esa tierra áspera hollada por pies descalzos, esa tierra seca y agrietada donde
las carencias son más hirientes y las lágrimas más ciertas [1].
Me gusta pensar que puedo ser
santo de pies descalzos. Sin grandes discursos. Sin inmensas gestas. Santo de
biografía corta. No hay mucho que contar. Y el amor infinito no tiene medida.
Un amor sin medida.
Quiero bajarme al suelo áspero
que recorren mil pasos. Hacerlo con la conciencia de estar cambiando el mundo.
Aunque en apariencia no esté cambiando nada. De mí depende. De mi sí alzado como
una bandera. De mi lucha esforzada por tocar las nubes más altas.
Quiero ser santo. Pero no de
los altares. Un santo ungido en el Espíritu por la fuerza misteriosa que sólo
Dios puede darme. Mi historia se está escribiendo en cada hora.
Me pongo en camino. Quiero
derramar agua fresca y sanar heridas. Quiero alzar las manos de los que sufren
y están más solos. Quiero abrazar y dar consuelo. De mí depende. De mi sí
elevado cada día sobre el mundo de las mentiras.
Quiero la sabiduría que sólo
viene de lo alto. La sabiduría de los santos: La sabiduría es radiante e inmarcesible,
la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella
misma se da a conocer a los que la desean.
Quiero aprender a vivir de
verdad. Desde mi vida como es. Desde mis caídas y pecados. Aprender a vivir
como los hombres sabios. No sé vivir. Y si no sé vivir no aprenderé a morir
cuando me llegue la hora.
Quiero madurar en mi forma de
enfrentar la vida. Saber por lo que tengo que verter una lágrima. Comprender lo
que no merece la pena.
¿A qué dedico más tiempo de mi
alma? ¿Cómo invierto las horas que me han dado? De mí depende usar bien el
tiempo que se escapa entre los dedos. De mí depende amar más o vivir centrado
en mis egoísmos. ¡Es tan corta la vida y no me doy cuenta!
Me creo que voy a ser eterno.
Que mi vida nunca tendrá un fin. Pero no es cierto. No soy eterno. Y me doy
cuenta tarde del tiempo perdido. Hoy mismo me levanto de nuevo convencido. De
mí depende que mi vida merezca la pena ser vivida.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia