Sacerdote, profesor de la universidad, 23 de diciembre
Martirologio Romano: San Juan de Kety,
presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos
años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la
parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes,
se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad
hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad
de Polonia. († 1473)
Etimológicamente: Juan
= Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.
Observación: En
el antiguo santoral se lo recordaba el 20 de octubre.
Breve Biografía
Hagamos un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera, habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.
Polonia,
sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba
entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas.
Cuando en 1390 nace el que había de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty,
situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a
Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del
Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto,
porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas,
continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era
raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas
de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde
habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita,
constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había
descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los
productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran
mercado en que se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que
concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de
paz, los mismos turcos.
En
este ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa
fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso
del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La
Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364,
había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el
siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían
mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... los errores
de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponía un
trabajo duro para defender la ortodoxia.
Al
llegar a la Universidad, Juan ponía fin a una educación que pudiéramos llamar
casi campesina. Había nacido en el seno de una familia patriarcal, y se había
educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura.
Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo
sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su
figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después
en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia, obtuvo una
cátedra de teología en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo
Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su
estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra
residencia.
La
estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor
universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al
servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando
con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus
méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga
morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le
sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.
No
escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes
universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros
para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible
que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de
los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás.
Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de
los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.
La
prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual
se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho
nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que
no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió
profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la
instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a
muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero
el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la
unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del
buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que
le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse
cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de
teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia
real de Polonia.
Es
curioso que el Santo, que jamás se permitía faltar a clase, hiciera una
excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero
emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadísima
como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de
Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su
ciencia, querían que se quedase allí.
En
uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los
ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de
todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo
recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a
los ladrones para entregárselo.
Más
hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que
vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vio a la puerta un pobre pidiendo
limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó,
entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la
comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia
se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene
un pobre, exclamaba el rector. "Iesus Christus venit", Jesucristo
viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.
Notemos
que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de
Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo
con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la
ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a
veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba
el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.
Inmensamente
limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la
ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la
plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y
siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines.
Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran
número en los documentos de la época.
Murió
a los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes
pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su
lecho, una hermosísima alocución, en la que condensó su espiritualidad de
sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:
"Confiándoos
el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios
os ha elevado, señores y hermanos míos, lo bastantemente alto para que no
dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben
unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a
nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin
alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad;
pero revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de
la caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras
almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un
punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de
él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres,
de los enfermos, de los huérfanos."
Su
voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo.
Descansó un momento, y continuó después:
"Causa
y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas
por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable
misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo,
yo me reúna a Ti por toda la eternidad."
Y
dicho esto, expiró suavemente.
Toda
la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios.
Pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías
de Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un
curioso diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv,
desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de
Cracovia, en la que sesenta años después se le dio una sepultura más honrosa.
Sin embargo, su causa de beatificación se fue retrasando durante muchos años.
En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó
una vida con un catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción
polaca. Y en 1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de
1767, Clemente XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de
Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a
rito doble.
"Insigne
Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de
la Universidad, el padre de tu patria".
Por:
Lamberto de Echeverría