Virgen mártir de Tesalónica, 30 diciembre
En
los tiempos en que el gobernador Dulcicio desató una cruel persecución en
Tesalónica y trataba de impedir, especialmente, que los cristianos llevasen a
cabo sus asambleas religiosas, Anisia resolvió, un día, asistir a la reunión de
los fieles.
Al salir de la ciudad por la puerta de Casandra, uno de los guardias le cerró el paso para preguntarle a dónde se dirigía. Anisia retrocedió, asustada y, al presentir que se hallaba en peligro, hizo la señal de la cruz sobre su frente.
Inmediatamente,
varios soldados agarraron con brutalidad a la joven y comenzaron a
interrogarla. "¿Quién eres? ¿A dónde vas?", le preguntaron. "Soy
una sierva de Jesucristo", repuso ella mansamente. "Voy a la asamblea
de los fieles del Señor". "No permitiré que vayas", dijo el
guardia. "En cambio, te llevaré a
que ofrezcas sacrificios a los dioses, en este día, adoramos al sol".
A
medida que hablaba, el soldado arrancó el velo para ver el rostro de Anisia y
luego trató de tomarla por las ropas. La joven se defendió y comenzó a luchar
como pudo con el hombre. Este se enfureció a tal extremo que, en un momento
dado, desenvainó su espada y la hundió en el cuerpo de Anisia.
La
joven se desplomó al suelo y murió sobre un charco de su propia sangre. Cuando
retornó la paz para la Iglesia, los cristianos de Tesalónica construyeron un
oratorio en el lugar donde había sido sacrificada Anisia.
En
las "actas" de esa mártir se afirma que el guardia asesino cometió su
crimen por obediencia a un edicto (enteramente inventado) del emperador Galerio,
emitido con la idea de que la ejecución de cristianos era algo que no
correspondía a su dignidad imperial y, en consecuencia, se permitía a los
guardias y soldados matarlos a discreción.
Fuente: ACI